La pandemia por el coronavirus, con más de 185 millones de casos confirmados y más de 4 millones de fallecimientos en el mundo, revalorizó la importancia de las unidades de cuidados intensivos en los hospitales. Son los espacios para los pacientes más críticos, pero con chances de sobrevivir. Esas salas no siempre estuvieron disponibles en los hospitales. Surgieron a partir de las epidemias por poliomielitis hace casi 70 años para salvar las vidas de niños con insuficiencia respiratoria.
Ahora, las terapias intensivas cuentan con los respiradores computarizados que ayudan al paciente a seguir adelante porque la infección por el coronavirus provoca una neumonía grave que le impide respirar bien.
La médica argentina Elisa Estenssoro lleva más de 40 años dedicados a la atención de pacientes en cuidados intensivos en el hospital público, y a formar más profesionales en su disciplina. Hoy es también líder mundial en la investigación en cuidados intensivos. En 2002, empezó a investigar quiénes son las personas que llegan a terapia intensiva y necesitan respirador (o ventilación mecánica en términos más técnicos), cuáles son los factores de riesgo más frecuentes, y quiénes sobreviven, entre otras preguntas. Ahora, coordinó el estudio con mayor profundidad sobre COVID-19, terapias intensivas y ventilación mécanica que se hizo en Sudamérica.
Estenssoro ha sido una de las pioneras en hacer investigación epidemiológica en terapia intensiva: registra datos, los compara con otros, tiene en cuenta diferentes variables, y llega a conclusiones que permiten a las autoridades sanitarias tomar mejores decisiones.
Como parte de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva, Estenssoro estuvo a cargo de la coordinación de 134 investigadores que llevaron a cabo el primer estudio prospectivo con pacientes con COVID-19 que necesitaron el uso de respirador que se hizo en el país. Enrolaron a 1909 pacientes que ingresaron a unidades de terapia intensiva entre el 20 de marzo y el 31 de octubre de 2020.
Los resultados del estudio (que se conoce como SATICOVID) fueron revisados y publicados en la revista The Lancet Respiratory Medicine y fueron acompañados por un artículo de investigadores de Australia, Tailandia y Holanda en el que resaltan la importancia de tener datos en países de ingresos medios altos, como la Argentina.
La mayoría de los estudios similares se habían hecho en países desarrollados. Hubo algunos trabajos en Brasil y en México, pero el estudio en Argentina indagó más profundamente en las características de la ventilación mecánica, los factores asociados al pronóstico, y las causas de muerte en los pacientes por COVID-19. También la misma revista de la editorial The Lancet publicó un tercer artículo para destacar el aporte de la doctora Estenssoro.
“Es difícil describir lo que Elisa representa para la comunidad mundial de cuidados intensivos: es una de nuestras principales líderes. Ha sido la perfecta embajadora de la investigación en medicina intensiva de América Latina en todo el mundo, y ha contribuido inmensamente a nuestra especialidad”, opinó Maurizio Cecconi, presidente de la Sociedad Europea de Medicina Intensiva. “Elisa tiene además una habilidad única: ser capaz de captar la atención de todos sin levantar nunca la voz, ¡sea cual sea el tema!”.
El estudio observacional se hizo en 63 unidades de cuidados intensivos de 8 jurisdicciones argentinas. Gran parte de los pacientes estudiados eran de la Ciudad de Buenos Aires y la Provincia de Buenos Aires. El año pasado se pensaba que los pacientes que más llegaban a cuadros críticos eran las personas mayores de 70 años, en un momento en que aún no se habían desarrollado ni autorizado las vacunas contra el COVID-19. Sin embargo, el trabajo demostró que el promedio de edad de los pacientes en terapia con respirador fue de 62 años en 2020.
Los que pudieron recuperarse tenían 58 años en promedio. Los que murieron un poco más: 64 años. Otro dato que aportó el estudio fue que el 57,6% de los pacientes en terapia intensiva con respirador murió el año pasado. “Puede llamar la atención el porcentaje, pero la mortalidad en pacientes en terapia intensiva con ventilación mecánica fue bastante similar durante la pandemia por gripe de 2009 en Argentina″, comparó Estenssoro en base a otro trabajo realizado en ese momento y fue publicado en American Journal of Respiratory & Critical Care Medicine.
En un estudio que se había realizado antes en Holanda, los pacientes con COVID-19 que requirieron respirador tuvieron una mortalidad del 42%. “El retraso en el ingreso debido a la falta de disponibilidad de camas en la unidad de cuidados intensivos es un problema importante en muchos países sudamericanos, y la escasez de camas podría haber sido un problema aún mayor durante la ola de pacientes con COVID-19. A pesar de la calidad de la atención prestada por el personal, el retraso en el ingreso en la unidad de cuidados intensivos se asocia a un empeoramiento de la disfunción orgánica y a un aumento de las tasas de mortalidad”, sostuvieron Marcus Schultz, de la Universidad Mahidol de Tailandia junto con sus colegas de Australia y Holanda en el texto que comentaron el estudio SATICOVID.
En Brasil y México, tuvieron una mortalidad cercana al 70% en unidades de terapia intensiva con ventilación. “En la Argentina, no se registró demora en el acceso a las camas de las unidades de terapia intensivas. Más que nada hubo estrés del personal”, señaló Estenssoro.
El 47% de los pacientes que necesitaron respirador padecía hipertensión previamente al COVID-19. La obesidad (44%) y la diabetes (30%) fueron las otras comorbilidades más frecuentes en los pacientes. Entre los que fallecieron, los casos con diabetes e hipertensión previa eran más.
También se encontró que el 8% de los pacientes con respirador no tenían una patología previa diagnosticada. El 14% eran consumidores de tabaco. Y otra situación que el estudio reveló es que un 22% de los pacientes fueron intubados fuera de terapia intensiva. En ese subgrupo de pacientes (que finalmente consiguieron entrar a terapia intensiva), los resultados fueron peores.
Estenssoro ya había realizado investigaciones sobre los pacientes en terapia intensiva con distrés respiratorio agudo, en la pandemia de gripe de 2009 y en pacientes con sepsis. Conectado a un respirador, con cánulas y monitores que siguen la evolución segundo a segundo, cada paciente es un mundo, y Estenssoro ha estado concentrada en averiguar también sobre los determinantes sociales que hacen que las personas desarrollen enfermedades y lleguen a la internación hospitalaria en cuidados intensivos.
Tuvo un abuelo y dos tíos -uno por el lado de la madre y el otro por el padre- que se dedicaron a la medicina. Nació y vive en la ciudad de La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires. Estenssoro recordó que su elección de la carrera de medicina fue por la influencia de Catalina Tesoriero de Gareis. Durante la cursada de la materia “Higiene” en la escuela secundaria, esa profesora -que fue una investigadora en bacteriología de la Universidad Nacional de La Plata- le compartió a Estenssoro el entusiasmo por saber qué pasa y cómo se solucionan los desequilibrios del cuerpo humano.
Desde afuera, las terapias intensivas pueden ser percibidas como un “incendio” constante. Pero después estudiar la carrera en la Universidad Nacional de La Plata, hacer la residencia, y una post-residencia en el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Estenssoro sintió que la unidad de cuidados intensivos era “su” lugar dentro de la medicina. Trabajó y dirigió la unidad de cuidados intensivos del Hospital Interzonal de Agudos San Martín de La Plata hasta marzo pasado.
“En la unidad de cuidados intensivos, están los pacientes más graves de todas las especialidades médicas. Por lo cual, los profesionales de esta especialidad tenemos que estar actualizados para tratar las complicaciones de cada enfermedad. También hay muchas cuestiones tecnológicas. La tecnología para la ventilación mecánica va evolucionando y se adapta para brindar un mejor seguimiento a los pacientes”, comentó la doctora.
El concepto de los cuidados intensivos surgió después de una devastadora epidemia de poliomielitis en Dinamarca. En 1953, Bjorn Ibsen, un anestesista, que había sugerido que la ventilación con presión positiva debía ser el tratamiento de elección durante la epidemia, creó la primera unidad de cuidados intensivos de Europa. En la Argentina, el médico Aquiles Roncoroni, que se había perfeccionado en los Estados Unidos, impulsó los cuidados de terapia intensiva dentro del Hospital María Ferrer, que fue creado para paliar los problemas respiratorios de los pacientes con poliomielitis después de 1955.
“Sin dudas, se llega a trabajar en terapia intensiva por vocación”, señaló Estenssoro. Ella se la recomendaría como especialidad a los jóvenes que estén interesados en la medicina y que quieran aprender permanentemente sobre cómo funciona el organismo humano. “En terapia intensiva, se ven cuestiones de fisiología que cambian todo el tiempo porque la evolución de cada paciente es muy dinámica”, comentó.
Dentro de cada unidad de cuidados intensivos, trabajan médicos, enfermeros, kinesiólogos, y el personal de limpieza. Colaboran otras especialidades como los bioquímicos que hacen análisis clínicos y los farmacéuticos. “En terapia intensiva se trabaja en equipo. No queda opción. El rol de cada uno es clave para que los pacientes puedan recuperarse”, resaltó la médica. Incluso la atención a la limpieza del ambiente dentro de la terapia intensiva es otro de los puntos cruciales: los pacientes críticos están en mayor riesgo de padecer infecciones hospitalarias.
Se recomienda que haya un profesional especializado en cuidados intensivos por cada 8 pacientes, pero en la mayoría de los hospitales faltan intensivistas. “Durante la primera ola en 2020, no había vacunas. Entonces, muchos profesionales se contagiaban. Otros debían aislarse por ser contacto estrecho, y así quedaban muy pocos profesionales disponibles para la atención de los pacientes. Por lo cual, la mayoría sufrió altos niveles de estrés con la llegada masiva de pacientes críticos”, subrayó Estenssoro.
Cuando no está trabajando, Estenssoro suele salir a correr o se reúne a charlar con sus amigas del secundario al aire libre. Su marido es el médico intensivista Arnaldo Dubin. Es madre y abuela, y forma parte desde el año pasado del comité de expertos que asesora al Gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. También es asesora de la Escuela de Gobierno en Salud, que depende del Ministerio de Salud bonaerense e integra el comité ejecutivo de la Federación Mundial de Sociedades de Terapia Intensiva.
La pandemia gatilló diferentes dilemas éticos en las terapias intensivas. Uno fue el de la “última cama” por el aumento de los casos de contagios que a su vez hicieron crecer la cantidad de pacientes críticos en las terapias intensiva. “Cuando hay limitación de camas, se activan protocolos de asignación de recursos, y se siguen criterios que tienen que ver con la evaluación de la gravedad y la potencial capacidad para recuperarse en cada paciente”, contó.
También la comunicación entre los profesionales de cuidados intensivos, los pacientes y sus familias fue afectada durante la pandemia. “Antes de la pandemia, cada vez más las unidades de terapias intensivas dejaban estar a los familiares junto con los pacientes, porque sabemos que es importante el acompañamiento. Sin embargo, el alto riesgo de que los familiares se contagien el coronavirus hizo que muchos hospitales no los dejaran estar junto a sus seres queridos. Hoy se permite más siguiendo un protocolo.
Al mismo tiempo, se dio un cambio favorable que hizo que los pacientes en terapia usen más celulares o tabletas con videollamadas y se sientan acompañados virtualmente. Muchas veces, el personal de salud los ayudan para conectarse”
fuente: infobae