La Vicepresidente no quiere mostrarse débil ante sus seguidores ya que siempre estuvo en contra de pagar al FMI. Pero ella conocía todas las alternativas de la negociación con el Fondo. Resiste a exhibir su apoyo público, para tener la última palabra y preservar su liderazgo en el Frente de Todos.
Cristina Fernández de Kirchner pretendía un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que incluyera una quita de la deuda de 44.000 millones de dólares contraída durante la administración de Mauricio Macri, una plazo extraordinario de 20 años para el crédito de Facilidades Extendidas que negociaba Martín Guzmán con Kristalina Georgieva, una poda de los intereses anuales y un castigo penal para los funcionarios del gobierno de Cambiemos y del staff de Christine Lagarde que cerraron el Stand-By en 2018.
La vicepresidente planteó sus exigencias a Alberto Fernández y Martín Guzmán, el diputado Máximo Kirchner aseguró a sus militantes de La Cámpora que no habría “rendición” ante el FMI, y el Instituto Patria -regido por Oscar Parrilli- desplegó una guerra de guerrillas en el Senado, los medios afines y las redes sociales para limitar las opciones del Presidente y su ministro de Economía.
En la quinta de Olivos y por celular, Alberto Fernández aceptó -de forma- los requerimientos de CFK. Y habilitó que Guzmán le contará “todo” a Cristina, que hacía su propio diseño de programa económico y financiero junto a Axel Kicillof. La vicepresidente y el gobernador bonaerense -por separado- escucharon al ministro y jamás alegaron en contra de su disposición a informar lo que pasaba entre Buenos Aires y Washington.
Cristina trataba de condicionar las acciones del jefe de Estado, pero nunca pudo influir en la negociación diaria. Guzmán, Sergio Massa -titular de Diputados-, Santiago Cafiero -canciller-, Gustavo Beliz -secretario de Asuntos Estratégicos- y Jorge Arguello -embajador de Estados Unidos-, a cargo de todos los contactos con el FMI, la Casa Blanca, el Departamento de Estado y la secretaría del Tesoro, responden a Alberto Fernández.
Y todos se ajustaron al guión presidencial.
La vicepresidente tampoco pudo interferir en DC, ya que la administración de Joseph Biden desconfía de CFK y mantiene una sutil lejanía. Ejemplo: hubo un intento informal de lograr una reunión bilateral entre Cristina Kirchner y Khamala Harris -vicepresidente de Estados Unidos-, durante la asunción de Xiomara Castro en Honduras. Ni siquiera se sacaron una foto.
Con el correr de las semanas, Alberto Fernández y Guzmán explicitaron a Cristina que no había una sola posibilidad de lograr sus pretensiones. El FMI respetaba sus propios reglamentos internos y nunca concedería modificar las normas básicas que rigen un crédito de Facilidades Extendidas.
CFK escuchó los argumentos del Presidente y su ministro de Economía, pero nunca los avaló. Prefirió el silencio y esperar que hubiera un principio de acuerdo para fijar posición. Cristina tiene la lógica de un ajedrecista de elite: aprovecha los errores del adversario y es capaz de ver muchísimas jugadas y combinaciones hacia adelante.
Antes del anunció en Olivos, el jefe de Estado adelantó a la vicepresidente los términos formales del entendimiento con el Fondo. Ella estaba aún en Honduras. Y también habló con Máximo Kirchner. Alberto Fernández evaluó que era un triunfo del Gobierno, y que significaba un punto de inflexión político.
Cristina y el diputado Kirchner soslayaron el juicio de valor del Presidente. Aún más: Máximo criticó los términos de la negociación, y continuación cuestionó el trato que Alberto Fernández concedería a su madre.
“No te equivoques, es la jefa del espacio”, le dijo el legislador nacional al jefe de Estado en Olivos.
El malestar de CFK y Máximo se entiende. Tienen un discurso hacia adentro que no pueden validar con lo que sucede en la realpolitik. Pero también asumieron que no era posible que el kirchnerismo duro se mantenga en silencio: sabían que el Presidente desplegaría a sus aliados del Gobierno para respaldar y elogiar el acuerdo con el Fondo.
En este contexto, la ministra Elizabeth Gómez Alcorta -que fue con CFK a Honduras- bajó del avión y tuiteó a favor del entendimiento. Dos horas más, en la misma línea, Eduardo “Wado” de Pedro se sumó al respaldo oficial. Antes había hablado con Máximo para conocer la estrategia política de la Cámpora.
Y el cierre estuvo a cargo del diputado Carlos Heller, que fue a la televisión oficial a defender el acuerdo. Heller cumplió las instrucciones de Máximo: tiene pasado comunista y sabe cómo funciona el verticalismo partidario.
Hasta anoche, Cristina y Máximo tenían decidido opinar con su silencio. Y si no cambian su estrategia, los dos líderes del kirchnerismo recién fijarán posición pública cuando el board del FMI apruebe la carta de intención que tratarán las dos cámaras del Congreso.
La vicepresidente quiere ver la letra chica del acuerdo y después influir en la toma de decisiones que implicará cumplir con el programa aprobado por el FMI. Es en ese momento que ejercerá su poder interno, frente a los resultados que obtuvieron Alberto Fernández y Guzmán durante sus negociaciones con el staff, Kristalina Georgieva y el directorio del Fondo.
CFK se guarda la última palabra, y retacea su apoyo público al Presidente. “Cristina está de acuerdo con lo que hicimos”, opinó Alberto Fernández en Olivos.
Una formalidad discursiva que no reemplaza al deliberado mutismo de la vicepresidente.
En DC quieren creer al jefe de Estado, pero sólo respirarán aliviados con la carta de intención aprobada en el Parlamento. Un hecho político que depende de la decisión de Cristina y Máximo.
fuente: infobae