Por Manuel Rivas* director Diario Cuarto Poder / El hombre detrás de la cámara. Recientemente, el legendario reportero gráfico, Rubén Suárez, nuestro jefe de Fotografía, iba a ser sometido a una delicada cirugía. Inconscientemente dejó un mensaje para su nieto mayor.
—No me publicó la nota, jefe.
—¿Vos creías que te ibas a morir, Gringo? No te la publiqué porque quería que fueras vos mismo, junto a tu nieto, que la leyeran.
—Gracias, Manuel. ¿Está publicable?
—Más que eso, Rubén… Más que eso.
Este es el diálogo que tuve con Rubén Suárez luego de una compleja intervención quirúrgica al corazón. Como toda leyenda, es difícil transmitirle toda la admiración, el respeto y, por sobre todas las cosas, el afecto que le tenemos.
Sin embargo, queríamos darle el homenaje teñido de enseñanza que él quiso dejarle a su nieto. Como lo refleja el diálogo, lo podrá leer junto a su nieto.
A continuación, transcribimos el escrito que bucea por los años juveniles de Rubén Suárez, cuando hizo el servicio militar obligatorio, allá en el año 1970:
El duro comienzo de la Colimba
Esta historia, parte de mi vida, la escribo para mí primer nieto, quien lleva también mi nombre y apellido. Si este pequeño consejo le sirve aún, que sea una vez en su vida, ya sería mi legado de sangre.
El 19 de enero de 1970, a las 6.30, suena el despertador y me levanto. Me cambio rápidamente para presentarme en el Hospital Militar a las 7.30. Espero nervioso y ansioso junto a otros jóvenes como yo. Hasta que me tocó el turno. Me revisaron superficialmente y luego me dijeron: Aeronáutica. Mi número de sorteo había sido el 895.
Después de esa novedad, nos tuvieron de un lado para el otro. Alrededor de las 17, nos informaron que nos llevarían a San Luis. Por supuesto que nadie podía salir. Nos formaron y nos repartieron la ración que era almuerzo, merienda, cena, desayuno, almuerzo y merienda.
En ese entonces, tenía 19 años y nos rondaba la idea del temible Servicio Militar Obligatorio. Te hablaban tantas cosas que uno tenía miedo. Pero lo que no te mata te fortalece.
Mi meta al entrar era salir en la primera baja. Mi estado físico no era el óptimo para cumplir ese objetivo. Pesaba 56 kilos y no caminaba más de 200 metros por día. La verdad, es que daba lástima. Sin embargo, de entrada, tuve suerte.
Milagro I
La vianda del viaje eran dos huevos duros, dos naranjas y un sándwich de milanesa.
Se arrimaron algunos muchachos y me ofrecieron cambiar dos naranjas por un huevo duro, los que yo no comía por ser muy delicado. Lo mismo que el guiso o la sopa.
La cuestión es que allí comenzó un viaje de 16 horas en tren de palo, como le llamaban a los que tenían asientos de maderas.
Ya en la zona de Santiago del Estero, en plena siesta de más de 40°, se acabó el agua del tren. Se desmayaban y “se morían de sed” casi todos. Yo tenía mis 6 naranjas y no la pasé tan mal en un viaje de más de 24 horas. Hasta que llegamos a Córdoba a la Escuela de Suboficiales de Aeronáutica. Nos bañamos y nos dieron de comer sopa, justo lo que no me gustaba.
Fue la primera comida después del viaje. A la mañana salimos temprano, desayunamos y a seguir en tren.
Con un sándwich de milanesa de almuerzo, luego de 15 horas más de viaje, nos pasaron a un camión, como los de llevar ganado. A las tres horas llegamos a la V Brigada. Era un Lugar acogedor de construcción tipo galpones de dos aguas y un frente de dos pisos con un imponente Palacio como central de la Brigada. Alrededor estaban las cuatro compañías, altas e Imponentes, rodeadas de galerías de tejas rojas tipo colonial y pisos de baldosas también rojizas.
No dieron ropa y nos pidieron la nuestra. Nos mandaron a bañar, luego nos formaron y fuimos a cenar. Fue la segunda comida completa después de casi 72 horas.
El hambre era terrible.
Otro problema es que no podía ni orinar en el baño, por la inmundicia de 600 soldados. Con un secundario incompleto, era uno de los 150 soldados más instruidos.
Allí comenzó el suplicio. La vacuna experimental en la espalda, dónde los más grandotes se caían desmayados del dolor.
Mi temor era tremendo, me agarró mareo y decidí no salir a comer, pero el hambre era más fuerte. Como pude, salí a la formación bajo el sol y pude aguantar hasta llegar al comedor. El almuerzo era polenta llena de gorgojos y larvas de gusanos, que la mayoría no la comía.
El hambre era terrible. Comí el resto de los platos y me puse al día. Entré en confianza. Nos reunieron en la plaza de Armas, un lugar más grande que una cancha de fútbol. Todo el piso era de cemento. Nos hicieron sentar bajo del sol. Imagínate, ni una pequeña sombra. Empezaron a separar a los soldados, por presencia y estudios, para la Compañía de Policía, ya que eran lo que mandaban a cuidar en los Aeropuertos.
Milagro II
Me separaron para policía. Un militar me mandó carrera march al rancho de tropa. Una vez allí, esperé escondido y cuando empezaron a servir las mesas le pregunté a un soldado de la clase anterior quiénes eran los militares que estaban en la plaza de Armas. Me dijo que el que me separó y con quien tuve un pequeño diálogo al presentarme con mi nombre y mi formación de estudio y profesión, se rio y me dijo que a “los colimbas” les iba a hacer fotos y me separó para su Compañía. Elite de la V Brigada.
Era un Oficial Jefe y muy temido por todos el Bicho Ramírez, 1º Teniente. Y cuando le pregunté por el otro, me dijo que era un suboficial a cargo de la Segunda Compañía de Servicio y que le llamaban el “Pícaro Vega”.
Me dio tanto miedo que tenía ganas de salir manos arribas. Pero en ese caso sería el tonto del batallón. Me quedé y esperé que oscureciera y me presente a la Compañía. Una vez adentro lo vi al Suboficial, le pedí permiso y me preguntó qué quería. Le dije que él me mandó a esconder en el rancho de Tropas. Se tomó la cabeza y me dijo que se había olvidado y que ya tenía a la persona para atender al Vice Comodoro Gustavo Arrascaeta, Jefe del Escuadrón de Tropas.
Me preguntó qué es lo que sabía hacer. Le dije que era fotógrafo. Y para mi sorpresa me dijo que me mandaría a la Sección de Fotografía.
Toqué el cielo con las manos. Todavía seguía en carrera.
Esa noche nos hicieron “bailar” después de cenar y, como todo tonto, me puse en la puerta del baño delante del Cabo. Los pícaros entraron al fondo para hacer menos ejercicios, pero a la hora empezaron a caer como moscas, desmayados por la falta de oxígeno.
Me volví a salvar a la mañana. Me presenté en Fotografía. Había aprendido que tenía que hablar con voz fuerte y firme. Me identifiqué ante el encargado, un Suboficial ayudante muy bonachón, de apellido Armando.
En eso apareció un Cabo Principal de apellido Ferrari, que inmediatamente me empezó a gritar para hacer movimientos vivos. Le obedecí, como correspondía a mi condición.
Más tarde, me dijeron mis funciones y las acepté. No había otra, me puse bajos sus órdenes y traté de ser lo más obediente posible.
Seguía con mi objetivo. Mi servicio trabajaba medio día y después era fajina o instrucción.
Los demás solo estaban presentes día por medio.
La suerte de la providencia estaba de mi lado.
Milagro III
Se me produjo una ampolla en el tobillo porque el botín era grande. El calor y la suciedad se asociaron para generarme una infección en la herida.
Me presenté y pedí hablar con el Cabo 1º Fuentes. Le mostré el pie y me dijo: —Vos no querés ir al campo— Le dije que quería ir, pero que necesitaba autorización para ir de zapatillas.
Me autorizó. Apenas comencé a correr ya estaba muerto, pero no quería fracasar y perder mi objetivo.
Entonces no encontré otra cosa mejor que hacer que patearme el tobillo infeccionado. El dolor fue tan insoportable que, en vez de gritar, comencé a correr como loco, y los pasé a todos. Apenas unos minutos más, me sacaron a descansar y aprendí, que esforzándote y demostrando mi obediencia a la orden, ese era tu premio.
Como siempre hacía eso, comenzaron a mirarme distinto. Es por ello que me pusieron como encargado del baño del Vice Comodoro, jefe del Escuadrón de tropas. Era mi sueño dorado: un baño privado. Porque usar un baño para 150 personas era tremendo, porque nunca estaba radiante.
Un día viernes, por la mañana, me llamó el Cabo 1º y me dijo que se iba a un cumpleaños y que se presentaría recién en la formación del lunes. Me advirtió que, si tenía algún problema, me metería preso de por vida. Me dejó con los 150 soldados a cargo. Me las arreglé, como pude. El lunes, cuando llegó, me presenté y le entregué la compañía formada sin novedad.
Cómo domar 20 fieras
Él dejaba la quincena de Suboficial, encargado, no sin antes alabarme y presentarme ante otro suboficial que me adoptó como su ayudante.
Este me quiso probar y me encomendó una tarea de testeo, que fue mandarme con veinte soldados -los más pesados- a los que él mismo no podía manejar, a buscar champa a la orilla del río, a unos 20 kilómetros de la Base. Me impuso la obligación de no tener problemas de conducta. La verdad, que luego de estudiar el aspecto de los soldados a cargo, me dije que era un fracaso seguro.
Estaba resignado cuando volvió a “aparecer la Virgen”. Antes de llegar al río, vi un almacén. En mi pensamiento lo registré como “pan y mortadela”. Ordené a la tropa: —Por favor, reunirse alrededor mío.
Se acercaron lentamente y con cara de pocos amigos. Les hablé con voz firme, sin gritar, y les dije que había dos formas de hacer el trabajo: una era estar toda la mañana y cargar los camiones e ir a almorzar, o cargarlo inmediatamente y aprovechar el tiempo restante para comprar lo que quisieran en el almacén. Luego caí en el error de mi falta de experiencia: Todo lo que compraron fue vino y cervezas.
La Suerte ya estaba echada. Con la tropa toda borracha, me aboqué a cuidarlos. No quería que les ocurriera nada. Me cuidé de que los dos choferes no hubieran tomado nada, solo gaseosa. Les había comprado una botella de vino a cada uno, pero para llevar. Hice levantar una especie de trinchera y los soldados al medio. Los llevé muy despacio. Cuando llegamos, me presente sin novedad. Mi superior me miró sorprendido y me dijo que lo bajara y lo llevara a bañar. Le pedí permiso, y le dije que sería mejor hacerlos descargar y después bañarse, ya que de lo contrario se tendrían que bañar dos veces. Lo pensó y me dijo: —Tenés razón.
Los hice descargar y todos felices. Fue su primer vino después de un mes de abstinencia.
Luego de trabajar y haber transpirado un poco, los llevé a bañar. Ya estaban medio borrachos, pero ya podían caminar, aunque un poco torcidos, pero de pie sin caerse. Esperé que saliera el resto de la tropa y nos cruzamos con ellos. Nadie entendía por qué mi tropa estaba contenta.
Desde ese día, pasé a ser Gardel, con la Guardia Pretoriana a mi favor. ¿Quién podía ponerse en contra?
Mejores tiempos
A todo esto, ya había subido 16 Kg en un mes. Ya con 72Kg, una altura de 1,73 y un estado físico digno de un atleta, no era tan vulnerable.
Me empezaron a traer, frutas, duraznos, bananas, manzanas, uva, peras, tortas, flan, etcétera. Sándwich de jamón y queso, milanesa, radicales, etcétera. Comenzó mi fase de no pasar hambre.
Seguía con mi objetivo de irme de baja lo antes posible. Para ello, todo este tiempo tenía que ser el primero para todo, para correr, para hacer fajina, para lavar el baño, etcétera.
Era todo Sacrificio. Mientras tanto, el único que manejaba la compañía era yo. Los suboficiales entraban de vacaciones al ocupar el cargo de encargados. Pasé a ser el único Dragoneante “encargado siempre” de mi compañía.
Me encargaba de todo: formación, partes del día, entrega de servicios, fajina, guardias e Imaginarias. Me incorporaron en un Batallón de cuerpos Comando de Aeronáutica. El Grupo ESE. Escuadrón de Servicios especiales. Contaba con un total 16 efectivos. Nos daban una capacitación del manejo de distintas armas y lucha de cuerpo a cuerpo y con desplazamientos de ametralladoras Browning 12,70 con un jefe de pieza y tres soldados de ayudantes y cargadores de municiones. Me pusieron al mando de una de ellas. Comenzó un simulacro de ataque y defensa de la base.
Me asignaron, por tener el menor rango, la de cabecera de pista. Era pleno invierno con 14° bajo cero.
La suerte volvió a intervenir porque por mi condición de Comando, el Jefe de Compañía solicitó mi presencia para guardia personal, por ser un Jefe esencial que estaba al mando de las Comunicaciones de la Base. La pasé de maravillas durmiendo en la puerta del dormitorio del 1º Teniente.
Mis Soldados, cuando todo terminó, estaban todos quemados y llagados por el frío. Fueron 72 duras horas el ejercicio.
El encono del “Bicho” Ramírez
Cada vez que me cruzaba con el 1º Teniente Ramírez, me hacía hacer movimientos vivos en dónde me encontraba y recordándome que me llevaría de vuelta a Policía, ya que para ese entonces todos hablaban bien de mí.
Ya era un blanco vulnerable en la mira, para voltearlo o probarlo. Llegó el día de las Olimpiadas de las Cuatros Compañías. La nuestra, la peor en la Historia de la Base, ese año ganó todo y terminamos primeros. Estaba al frente, como Oficial de Servicios, el “Bicho” Ramírez. Después de finalizar, todos nos dirigimos al Comedor. Se me acercó en ese momento el Cabo 1º, me dio la llave de su dormitorio del Casino de Suboficiales y me dijo carrera march.
Sin preguntar me fui. Después de las 18, me mandó a buscar. Me dijo que el Oficial me quería matar por haber perdido las Olimpiadas y que yo era el culpable de todo.
Toda la tropa la pasó muy mal.
Yo, salvado de nuevo. Pasó el tiempo y cada vez más me afianzaba en mis tareas.
Llegó el 21 de Setiembre y como premio nos trasladaron en camión a San Luis. Fuimos al cine para ver una película de Alfredo Alcón, “El Santo de la Espada”. El Gran General San Martín. Todo iba de maravilla hasta que, en una escena de la película, un actor ebrio y desaliñado peleaba a sablazos limpios. Se acercó San Martin y le preguntó su nombre, a lo que contestó con voz recia: —Facundo Quiroga.
Todo de maravillas y sonó una voz que dijo “¿qué sos?, ¿verdulero, panadero, qué carajo sos?” Así te decían cuando no te presentabas con el cargo y rango delante de un superior. El cine se vino abajo por las risas.
Todos Contentos regresamos a la Base. Nos bajaron, nos formaron y nos dieron un minuto para estar vestidos de fajina. Fui uno de los 5 primeros de mi compañía en salir. Ya estaban afuera unos 100 de Policía, unos 60 de Defensa y unos 20 de las dos Compañías de Servicios. Una vez afuera todos los soldados, nos hicieron correr y cuerpos a tierra.
Pude esconderme con llave en el baño o haberme metido en la sección de Fotografía. Pero “sabía que era la presa principal de Ramírez”.
Bailé, como todos, y quedé tan agotado que cuando decían cuerpo a tierra caía y apoyaba la cara en la loza fría para poder seguir. Cuando finalizó la agonía, estaba medio desnudo con la casaca prácticamente sin mangas los pantalones sin toda las rodillas y los botines comidos en la puntera, porque me tiraba como venía.
Era mi descanso y no podía perder, ya casi no hacía movimientos vivos. A esas alturas era todo un bacán.
Lo sufrí, casi cuatro días, en que no podía ni caminar.
Las calificaciones y el sueño de la baja
Me medía en todo y asumía responsabilidades de suboficiales. Me vestía distinto a todos. Mi calificación el primer mes era de un par se centésimas más que el segundo y el tercero Dragoneantes, que para mí eran superiores. Allí empecé a saber que la cantidad llena más que la calidad. Yo estaba siempre y era el líder de mi tropa. Al fijarme en las calificaciones, la nota más baja era la de Destino. Entonces hablé con el Suboficial y le pregunté si era un buen soldado y le comenté cuál era mi calificación. Desde ese momento me puso diez y ya la diferencia era de veinte centésimas.
Mi amigo el Oficial Jefe de la Sección Fotografía, 1º Teniente, don Juan Carlos Zapolski, fue héroe de Malvinas. Murió en suelo inglés cuando fue a presentar en Inglaterra al Pucará Argentino. Se precipitó a tierra después de armarlo del viaje del Continente y se enredaron sus paracaídas.
Una mañana, entré al laboratorio y estaba copiando fotos. Me arrimé, lo saludé y le pregunté si lo ayudaba. Me saludó cortésmente y me dijo que sí. Cuando hizo la primera, la tiré y le dije que vino mal. Después de la tercera, le dije: —Perdone señor, la está haciendo mal.
Me miró y yo, para mis adentros, dije: —Cagamos.
Me preguntó si yo sabía lo hacer. Le contesté tímidamente que sí y me pidió que le enseñara, porque él no podía pedirle a un subalterno, porque perdería su autoridad. Pero yo no existía, e iba todas las siestas para que enseñarle cuando no estaban los dos suboficiales.
Me hacía traer sándwich de miga y gaseosa desde el Casino de Oficiales.
La verdad, cuando leí su infortunio, se me escapó un lagrimón. Era un “Señor” Patriota que la tenía reclara.
Cuando me fui de baja, se arrimó, me saludó y me dio un consejo, que forme mi familia y que trate de tener muchos hijos, igual a mí, para poblar el país y para que no nos roben las tierras los extranjeros.
Ese era el mejor piloto de la V. Brigada Aérea, con los Douglas A4B.
La penúltima prueba: subordinación y valor
Tenía muchas tareas. Me daba tiempo para todas. También era el secretario del Mayor Constanzo, entre otras Funciones. Él era el Jefe del Escuadrón ESE. Faltaban pocos días para salir de baja. Nos llamó el Jefe de Compañía a los tres primeros Dragoneantes y nos comunicó que no nos darían la baja, porque nos necesitaban a nosotros debido a que éramos muy buenos.
Respondimos al unísono: —Como usted ordene señor.
Parecía que nos habíamos puesto de acuerdo en contestar lo mismo los tres. Nos observó y nos despidió. Nos fuimos un poco dolidos, porque el esfuerzo de los tres no sirvió de nada.
Pasaron un par de días, y salió el parte de baja. Donde yo estaba primero y, como Premio Pro Patria. También figuraban Jorge Capellari y Rómulo Lamas. Se había hecho Justicia.
La reunión había sido solo una prueba para ver quién reclamaba, seguramente para no darle de baja.
El último milagro
Un día, faltando una semana para irme, me pusieron al frente de un Conmutador Telefónico. La base tenía 5 líneas Rotativas. Cuando me hice cargo del mismo, me dijeron que tenía que pasar una llamada al Comodoro Francisco Salinas, Jefe del Grupo Base V.
En ese momento se desocupó una línea y entró una llamada de la Policía de Córdoba, en la que preguntaban por un Cabo. Le dije que me perdone que no le podía comunicar, por falta de línea. Me dijo que había ocurrido un accidente y que había fallecido su mamá.
Pasé la llamada al Cabo. Seguidamente sonó de nuevo el teléfono y una voz me dijo que me anoté 10 días de arresto. Era el Comodoro. Seguí al frente de la central y cuando me retiré, le comuniqué a mi Jefe de Compañía, que era el mismo que el de Comunicaciones. Seguidamente le comuniqué a mis superiores del infortunio, tanto al del Escuadrón Especial como al Jefe de Fotografía.
No sabía que ellos hablaron con el Comodoro e intercedieron por mí. Le explicaron quién era como soldado y que no podía ponerme arresto, porque de lo contrario la Brigada perdería el Premio Pro Patria, otorgado por el Comando en Jefe de las Fuerzas Aéreas.
Me hizo llamar el Comodoro. Me presenté y le narré lo sucedido. Me dijo que lo que yo había hecho era una irresponsabilidad, porque si hubiera sido una guerra, nos costaría la Base.
Le contesté que su número era privado y que tenía 20 años de civil y solo 8 meses bajo Bandera y que si tenía que tomar de nuevo esa decisión, cometería el mismo error. Me miró de arriba abajo y prácticamente me corrió, pero sin la penalización. Mi último milagro concedido.
Los milagros Existen, como también la suerte, y el gran dicho que “la fe mueve montañas”, es cierto, pero tenés que ayudarla mucho y en todo momento.
Si esta pequeña reseña, quizás muy mal escrita, y peor narrada, con muchos baches, le sirve a mi nieto en su vida futura, sería mi bendición. También me gustaría que la aprovechen y les sirva a quienes la leyeron.
Gracias.
Dragoneante Mayor clase 70, Suarez, Francisco Rubén. V Brigada Aérea. Villa Reynolds, San Luis. Argentina.
La primera columna de un reportero gráfico
Me congratulo de publicar esta semblanza de Rubén Suárez, porque se trata de una verdadera leyenda del fotoperiodismo y un precursor en todo. Pero quiero centrarme, para no quitarle protagonismo, en un hecho. Fue el primer reportero gráfico en firmar una nota.
Le había impactado la imagen de un niño desnutrido y quiso hablar más allá de las imágenes que había captado para el diario. Un rato después me trajo un papel escrito a mano con la sensación que le provocó ese pequeño marginado social.
Lo leí y me impactó tanto, que ordené que se publicara ante la atónita mirada del resto de la Redacción. Sin saberlo, estábamos haciendo historia: se publicaba la nota de un “fotógrafo”, pero más que eso, se comunicaba el pensamiento de un hombre de bien.
*Periodista, profesor de Letras e Historia y escritor.