Por Fabián Seidán – Diario Cuarto Poder/ La inflación es cada vez más alta y asfixiante: todo sube, desde los impuestos hasta los servicios pero ahora con más énfasis los alimentos. Nada ni nadie en el país le escapa al incremento generalizado de los precios, y la pobreza acecha cada vez más. El gobierno, que estaba más pendiente de otros asuntos, decidió salir a darle batalla a este flagelo. ¿Una quijotada contra molinos de viento?
¿Quién podrá ayudarnos?
Aumentó el pan, la carne y las verduras, las naftas, internet, la luz, la telefonía y el gas. Los impuestos también son más altos y el costo de vida dice que para no ser pobre hay que ganar más de $83.000 por mes. Hoy todos sufren los precios en Argentina, pero pocos se quejan (¿por qué?); la mayoría acepta impasible lo que le toca, como los gremios, que antes hacían paros y marchas por un salario digno, y hoy los muchachos se volvieron más condescendientes: aceptan lo que les dan. Así, la inflación, siempre le va a ganar al salario.
Hoy, una familia tipo de cuatro miembros necesita contar con un ingreso mensual de $83.807 para no ser pobre y poder acceder a la Canasta Básica Total (CBT), o bien $36.332 para costear la Canasta Básica Alimentaria (CBA) y no ser indigente. Asimismo, para ser considerado Clase Media (baja-media), ese mismo grupo familiar debe ganar casi $150.000; de lo contrario, será pobre.
Está claro que la gran mayoría de las familias argentinas ganan salarios de $50.000 (un jubilado apenas $31.000).
¿Nadie se queja?
Desde enero a la fecha los argentinos no paran de sufrir aumentos de precios y tarifas, tanto que resulta raro que nadie se queje. Los precios de los principales productos alimenticios, como las indumentarias, medicamentos, belleza y aseo personal; como así también los servicios básicos: luz, gas, telefonía móvil, internet, naftas y alquileres; todo subió más de la cuenta y varias veces. En enero la inflación fue del 3,9% y en febrero de 4,7%. Pero nadie se quejó formalmente. Todos pagan las subas como pueden y se restringen en algunos gastos. Se enojan, pero siguen, como si todo fuera normal.
¿Será que los argentinos ya nos acostumbramos a vivir con la inflación, los abusos del mercado y el descontrol de precios? ¿O tal vez es que no tiene sentido quejarse, si todo ese enojo va a caer en saco roto?
La pobreza acecha al asalariado
Algunas proyecciones de inflación para este 2022 hablan de 60% anual, como en el caso de Econométrica (+62,3%), BancTrust & Company (+60,3%), Invecq Consulting (+60%), Itaú Unibanco (+60%) y LCG (+60%). La más optimista, habla de 53,3%, de la consultora Latin Focus. Por lo tanto, ningún aumento salarial debería ser inferior a esas cifras pues, de lo contrario, se seguirá cayendo en el nivel de vida.
Para tener una idea básica del empobrecimiento de los argentinos sólo basta ver cómo se deterioró su salario en los últimos 7 años. Por ejemplo, en enero de 2015 el salario mínimo en Argentina medido en dólares ascendía a U$S 546 y a fines de 2021 ese mismo salario pasó a ser de U$S 300; lo que representa una caída del 45% en términos de la moneda extranjera de referencia.
Otro dato incómodo tiene que ver con la compra de alimentos: El poder adquisitivo hoy es tan bajo que se pasó de poder comprar 81 kg de asado con un salario mínimo en septiembre 2019, a sólo 48 kg en septiembre 2021, (informe “El Gran Desacople”, de Néstor Roulet). Hoy –marzo-debe ser menos de 30 kilogramos.
Alimentos por las nubes
Salir de compras al supermercado puede resultar una experiencia triste, más cuando se llega a la línea de caja y hay que pagar. Ya nadie llena el “changuito” -salvos algunos privilegiados que vaya uno a saber dónde o para quién trabaja-. Por lo general la gente hoy compra ofertas, terceras marcas y lo justo y necesario. Atrás quedaron esos días en los que las grandes marcas eran dueñas del gusto y paladar de los argentinos. Las góndolas de las galletas, dulces, chocolates, cafés y lácteos pasaron a ser pasillos casi prohibidos, visitados sólo por curiosos y masoquistas.
Ir a un almacén o minisúper de barrios también es desalentador. Allí los consumidores sufren peor los abusos por el descontrol que hay de los precios.
La culpa siempre es del otro
Y hay culpables internos y externos para remarcar: desde la guerra entre Rusia y Ucrania, hasta la suba de la nafta, pasando por el mayor costo de la luz, el gas, las naftas, alquileres o la pandemia.
Para tener una idea de lo desconsiderados que son algunos (o aprovechados) basta con describir una situación: un vendedor ambulante (no paga alquiler, luz, seguridad, empleados, impuestos ni nada, ofrecía en la vereda de su casa bandejas de 30 huevos a 550 y 600 pesos. Al preguntarle la razón de tan fuerte suba de precios (en enero esa misma bandeja costaba $150 y en febrero $230) el hombre culpó de la muerte masiva de gallinas por el calor y la sequía. Lo extraño es que unas cuadras más adelante, en una pollería, la bandeja de 30 huevos costaba 450 pesos.
Hay muchos que aprovechan el “río revuelto” para pescar de más.
El temor a ser Venezuela
Los aumentos de precios tienen abrumados a los argentinos que ya empiezan a verse como venezolanos. Muchos comenzaron a acopiar papel higiénico, yerba mate, aceites, azúcar y harina. No sólo temen que los precios se sigan disparando, sino que escaseen o desaparezcan productos.
Hace unos días, el diputado nacional del Frente de Todos, Sergio Massa, reconoció que el gobierno debe trabajar fuerte y poner énfasis principalmente en bajar la inflación; y aclaró que si no lo resuelven, el Gobierno de Alberto Fernández habrá fracasado.
Y en medio de la semana, el propio Alberto Fernández tomó la posta y adelantó que “El viernes (por hoy) empieza la guerra contra la inflación”.
El jefe de Estado, que antes estuvo preocupado en la herencia, la pandemia, la Justicia y las políticas de Género, dijo que se pondrá al frente de luchar contra la inflación y los especuladores.
La excusa de la guerra rusa
Muchas “cosas” aumentaron y siguen subiendo su valor desde mucho antes de la pandemia, los incendios en Corrientes o la guerra de Rusia. Todo sube porque hay aumentos de impuestos, de tasas municipales, de tarifas y servicios. También porque aumenta el gasto del Estado aumenta y porque además suben otros componentes del mercado mismo, como los alquileres, el transporte, los salarios de los empleados, los componentes importados para elaborados productos; suben las retenciones y los derechos a las importaciones; suben los peajes y los pasajes; sube, todo sube, porque el mercado está activo e integrado a un mundo globalizado y dolarizado.
La guerra de Rusia pude ser una buena excusa para los especuladores y remarcadores de precios y ahí es donde debe actuar el gobierno con todo su poder de “fuego”. De aquí hasta el fin de su mandato Alberto Fernández no debe descuidar este tema porque es el principal si piensa en una reelección.
El Presidente dijo que lanzará “una cantidad de medidas” relacionadas con la economía local para bajar la inflación. Lo hará hoy. De lograr tal quijotada, Alberto, como el hidalgo de La Mancha, habrá de derribar a un verdadero gigante y no molinos de viento.