Hasta hace poco, Cantón, una ciudad al sur de China, contaba con una plantilla de robots trabajadores que ejercían de camareros en algunos restaurantes de la ciudad en unas condiciones un tanto precarias: explotados, sin derecho a huelga, sin Seguridad Social, sin cobrar, en una situación de esclavitud extrema, sin conciliación laboral.
No sabemos si por su condición de proletarios reprimidos o porque no estaban capacitados para desempeñar la responsabilidad de sus puestos de trabajo, pero lo cierto es que los robots no rindieron como debían y se les acabó despidiendo del restaurante. Chocaban unos con otros, se averiaban constantemente, salpicaban al servir los líquidos, se negaban a servir directamente en las mesas y provocaban otro tipo de problemas que no les hacía ninguna gracia a los clientes.
Los restaurantes que tenían robots camareros empezaron a perder mucho dinero y los empleados que fueron despedidos para ser sustituidos por los robots fueron recontratados. Todo volvió a la normalidad, pero la anécdota de los robots trabajadores abrió un intenso debate sobre si los robots pueden trabajar o no pueden hacerlo y en qué condiciones.
Aún así, las máquinas han ido haciéndose un hueco en el mercado laboral abaratando la mano de obra y desempeñando funciones que antes requerían una persona cualificada para ello. ¿Hasta qué punto es ético? ¿Hacia dónde deriva el futuro de algunas profesiones? Hemos imaginado qué es lo que pasará en un futuro si los robots que hoy en día trabajan siguen evolucionando.