Una empresa de California le permite al cliente que elija tamaño, rostro y otros detalles asombrosos. El año que viene sacará una línea de muñecas que se calefaccionan al tacto. Lo próximo: robots interactivos.


Cualquier situación doméstica se puede comparar con una escena de Los Simpson. Ahora, cada día un poquito más, pasa lo mismo con Black Mirror, la serie de Netflix sobre un futuro que se superpone con el presente. En uno de los capítulos, una mujer pierde a su marido en un accidente. En plena cumbre del dolor, aconsejada por una amiga, compra un servicio asombroso. Más tarde, hace un encargo y… Hasta ahí: un pasito más y entramos de cabeza al “tribunal del spoiler” (que bien podría ser un idea Black Mirror).

Fuera de las series está la historia de David Mills, autor de un libro que se llama Universo Ateo: la respuesta del individuo pensante al fundamentalismo cristiano.

La secuencia de la vida sentimental de este hombre fue así:

• En 1984, conoció a una polaca que buscaba casarse con alguien del otro lado de la Cortina de Hierro. La mujer figuraba en un catálogo que se mandaba por correo y que Mills recibió.

• Con la segunda mujer ya se conocieron por Internet.

• La tercera se llama Taffy y fue ella la que llegó por vía postal. Digámoslo ahora mismo: no es una mujer, sino una Real Doll “cuerpo A”, que le costó algo más de 7.000 dólares.

¿Es mucho? Depende. “Tratamos de vender una experiencia agradable”, dice el creador y fabricante de estas muñecas sexuales que perturban de tan reales. Y eso que hasta ahora apenas pudimos espiar lo que viene: la chicas serán robóticas. Irresistibles smartdolls.

Retrocedamos un par de décadas.

real-doll-cuerpo-sale-dolares_claima20161118_0274_17

En 1994, el artista Matt McMullen empezó a esculpir cuerpos de mujeres. Nada que ver con las históricas y grotescas muñecas inflables. En tres años empezó a venderlas. Funcionó: nadie tenía un producto tan bueno como él.

La Real Doll “cuerpo A” sale más de 7.000 dólares.
La Real Doll “cuerpo A” sale más de 7.000 dólares.
Hoy tampoco. La empresa se llama Abbys Creations y está en San Marcos, California. El lugar es de una fascinación oscura. La producción de muñecas sexuales no sólo mueve un negocio intersante, sino que generó una subcultura. En la propia antesala de la fábrica se exhiben obras de Stacy Leigh, una fotógrafa que se dedica a retratar a estas muñecas. Es a nivel convivencia: se compró varias de ellas.

Ya en 2007 una película, Lars y una chica de verdad, con Ryan Gosling, hizo un barrido de las posibilidades con estos productos. Por ahora son muñecas. Casi reales. O reales, según el grado de expectativa y ansiedad.

La oferta responde a preferencias amplias. Los clientes pueden elegir entre 11 tipos de estructura corporal, y 31 rostros.

¿Qué más? Los pezones: 30 estilos y tonalidades.

Con el vello púbico se replican algunas categorías del porno. Natural, afeitado, hairy.

La franja de compradores es vasta: desde un abogado hasta un padre que compra una muñeca para un hijo con discapacidad, ya adulto. Las mujeres también compran, pero por el momento llegan sólo al 10% de la clientela.

Los productos también se ofrecen por partes. Un fragmento de cuerpo que incluya tanto un pene como una vagina, es un pedido razonable. Igual que un trasero al que se le puede agregar un implante de gel para que tenga movimiento.

La frontera es la muñeca demasiado parecida a una famosa. La fábrica no quiere líos judiciales. Por medio de un convenio, algunas estrellas del porno aceptan que se hagan réplicas. Incluso cobran por extras como hacerle un llamado privado al comprador, o mandarle una bombacha.

Por una cuestión de usabilidad, las muñecas no superan 1a altura de 1,75 y un peso de 56 kilos. Un problema que marcaron los compradores: los cuerpos adquieren la temperatura ambiente. Por eso en la fábrica están desarrollando un sistema de calefacción interno, para terminar con la extrañeza.

El dueño de RealDoll no es un un loco de la robótica ni de la inteligencia artificial. Cree que con sus muñecas, así como están, todavía interviene la imaginación.

Pero los clientes le reclaman productos con los que, además, puedan conversar, entre otras prestaciones. Entonces ya está ensayando la introducción de tecnología para que las muñecas retribuyan con expresiones faciales, como el movimiento de ojos. La combinación de los robots con sistemas de realidad virtual como el casco Oculus –estrenado este año– es otra posibilidad sin límites. Las llamadas RealBotix costarán unos 15.000 dólares y tendrán la misma apariencia que las actuales, pero estarán conectadas a un sistema de inteligencia artificial. Una muñeca que podrá pensar por sí misma y aprender sobre su dueño a medida que avanza la relación, aventura McMullen.

Las versiones equipadas con el sistema de calefacción –con sensores que les permitirán reaccionar al tacto– llegarán en 2017. Otra opción será la experiencia a través de la realidad virtual mediante Teledildonics, tecnología de sexo remoto con sensaciones táctiles compartidas por softwares de uso habitual, como Siri, Alexa o Cortana.

La consolidación del sexo con smartdolls llegará hacia 2050 ¿Una locura? David Levy, autor de Amor y sexo con robots: la evolución de la relación humano-robot, arriesga que van a tener la capacidad “de enamorarse de los humanos y volverse románticamente atractivos y sexualmente deseables”.

McMullen agrega que la inteligencia artificial sumará el componente aleatorio: el efecto de que durante el encuentro sexual puedan suceder cosas al azar. Quizá resulten decepcionantes. O, por lo contrario, sean aquello que uno desea sentir en el momento justo.

Fuente: Clarín

Comments

Comentarios