El aire en Lusail se corta con cuchillo. Hay hinchas argentinos que ya no quieren mirar. Otros tienen ojos vidriosos. Nadie tolera la emoción que genera la tanda de penales entre la Selección y Países Bajos. Porque los Albicelestes ya saboreaban las semifinales contra Croacia y el castillo de naipes se desmoronó con el doblete de Wout Weghorst que llevó la serie de cuartos al suplementario. Allí los de Lionel Scaloni dieron la cara y merecieron sentenciar el pleito con jugadas claras. Pero el destino parecía estar ensañado, empeñado en negarles la alegría. Lautaro Martínez fue el designado para el último penal de la tanda de desempate. Los neerlandeses, ignorantes, intentaron desconcentrarlo…
Los tonos se elevaron en la mitad del campo porque un par de futbolistas naranjas se acercaron para fastidiar a los argentinos que iban camino al punto de penal. Enzo Fernández ya desvió el cuarto de Argentina, que podría haberle dado la clasificación; Luuk de Jong igualó la serie, a falta del último remate para los sudamericanos. Andries Noppert, el arquero neerlandés de 2,03m de altura, tomó el balón antes de la llegada de Lautaro a escena y demoró la entrega. Jugó con el esférico, miró al cielo, puso a prueba los nervios del ejecutor, que observó al árbitro español Antonio Mateu Lahoz para que amedrentara a su rival. Lautaro le sacó la pelota de las manos, empujó a su rival -con la redonda mediante- y se la puso a la altura del rostro. No se inmutó con los tres o cuatro nerlandeses que le dijeron cosas en la nuca durante su caminata desde la mitad de cancha, menos que menos con el golero solo, por más alto que fuera.
El Toro no la pasó bien desde que empezó la Copa del Mundo. En el debut contra Arabia Saudita fue titular y le anularon dos goles. Ante México fue reemplazado por Julián Álvarez con el duelo igualado sin tantos. Frente a los polacos pasó a ser suplente y, ante los australianos, falló un gol insólito tras habilitación de Lionel Messi y tuvo otras dos situaciones menos claras. Para colmo Virgil van Dijk, casi involuntariamente, le sacó el gol del triunfo en el segundo tiempo extra en un tiro que pedía red. Así y todo, Lautaro Martínez está decidido: él será quien ponga a Argentina en las semfinales del Mundial.
Para explicar la templanza del centrodelantero del seleccionado nacional que lleva la 22 en su espalda hay que remontarse a su infancia en Bahía Blanca, donde empezó a visitar canchas por la profesión de su padre, Mario, alias Pelusa: futbolista. De dilatada trayectoria en el Ascenso del país, Pelusa les indicó el camino a sus hijos Alan (que juega en la liga bahiense) y Lautaro, los dos mayores (Jano, el más chico, se dedica al básquet). Y aquel pequeño atacante que en sus inicios tenía pelo largo y rubio, motivo por el cual lo apodaban Caniggia, ya forjó mentalidad de profesional. Al margen de sus cualidades futbolísticas innatas, la virtud que más le destacaron siempre a Lautaro Martínez fue su mentalidad y personalidad.
“La diferencia la hacía en la semana. Él venía de la escuela, tiraba la mochila y se cambiaba para ir a entrenar. Le preguntábamos si no tenía deberes para hacer, pero nos respondía que los había hecho en los recreos para no perder tiempo de entrenamiento”, reveló su papá. Ya cuando empezó a madurar de golpe (a los 15 años debutó en la Primera del Club Liniers de Bahía Blanca y anotó un gol en su estreno), empezó a cuidarse como si fuera un profesional, con el descanso y las comidas. En su casa pedía pastas antes de jugar los partidos y cuando había algún cumpleaños o fiesta familiar, se retiraba antes de tiempo para dormir lo suficiente y así rendir mejor en la cancha.
Guillermo Puliafito, coordinador de Liniers y uno de los que vio desarrollarse a Lautaro hasta su partida a Racing, lo describió: “De chiquito marcaba las pautas de querer ser jugador. Por ahí tenías algunos que se quejaban si entrenábamos temprano a la mañana, pero él llegaba primero con su hermano, en bicicleta, contento por madrugar. Y si se programaba algún turno por la tarde, venía seguro. Lo más fuerte que tiene es la cabeza. Para conseguir lo que consiguió, hay que tener una cabeza especial, y este chico la tiene”.
A Carlos Quinteros, otro hombre ligado a la vida diaria de Liniers de Bahía, también siempre le llamó la atención la fuerte mentalidad que tenía Lautaro a tan corta edad: “Podemos hablar de su técnica, pero su cabeza, su cabeza superó todo. Él nos ayudaba a nosotros (los entrenadores), porque cuando faltaba algún compañero al entrenamiento, lo retaba. Actuaba como compañero y líder silencioso. Estaba predestinado este chico, trabajó siempre para eso. Hoy lo recordás y decís ‘pucha, cómo no va a llegar este nene adonde llegó’”.
Ni cuando lo rebotaron en la prueba que realizó en Boca Juniors claudicó el sueño de triunfar en el fútbol. El destino -y el tino de Fabio Radaelli, quien lo descubrió y fichó- lo pusieron en Racing, donde enseguida tomó protagonismo en las Inferiores y saltó a Primera. Los primeros días no fueron fáciles. Lautaro extrañó horrores a su familia, sobre todo a su hermano y mejor amigo Alan. Su mamá, Carina, fue fundamental para convencerlo de que permaneciera en la pensión, donde al mismo tiempo recibió contención de la psicóloga Cecilia Contarino.
Radaelli, en charla con este medio, repasó que en un test psicológico que les realizaron a todos los chicos que vivían en la pensión de la Academia, el de Lautaro Martínez fue el resultado más sobresaliente de la historia: “Tiene una cabeza muy fuerte. Los obstáculos se los pone y elimina él. Le ponen algo adelante y tiene la fortaleza y capacidad para sobreponerse. Uno está acostumbrado a tratar con nenes que, en la adversidad, se caen y ponen tristes. Para Lautaro la adversidad es vitamina para sobreponerse”.
Su papá confesó además por qué el Toro no quiso ser transferido cuando llegaron los primeros ofrecimientos de Villarreal, Atlético y Real Madrid: “Su objetivo era debutar en Racing y que corearan su nombre en el Cilindro. Desde que empezó a ser alcanzapelotas le había llamado mucho la atención eso y soñaba con que gritaran su nombre en la cancha”.
Existió una reunión en la que podía tomar forma la chance de ser vendido al fútbol europeo, algo que se postergó hasta el interés del Inter. En aquella oportunidad, Lautaro se plantó: “Por más que el Real Madrid le ofreciera un muy buen contrato, sentía que no era el momento. Él quería irse de Racing teniendo un nombre y que al club le quedara algo. Todavía era menor y podía irse por la patria potestad. No lo nublaba la idea de cobrar tantos euros por mes por jugar en tal equipo. Ahí me di cuenta de que ya pensaba como una persona grande”.
Seguro que el cuerpo técnico de Países Bajos, su entrenador de arqueros y Noppert habrán estudiado a dónde ejecutaba la mayoría de los penales Lautaro Martínez. Lo que no habrán tenido tiempo de estudiar es la historia detrás del hombre que definió la serie a favor de Argentina. El de los nervios de acero, el resiliente, el que no flaqueó ante la adversidad. El que, en cualquier momento, puede despertarse y darle todavía una alegría mayor a la Selección
fuente: infobae