Es un importante coleccionista y acaba de reeditar su biografía “Borges. Vida y literatura”. Recorrió todos los lugares donde vivió el autor pero nunca habló con él, ni por teléfono: “Iba a ser un estúpido más que se le acercaba como un cholulo”, apuntó.
En el Aleph. En lo primero que uno piensa al entrar en la casa de Alejando Vaccaro es en el Aleph. Es un tercer piso en Recoleta que bien podría estar dentro de una esfera tornasolada de dos o tres centímetros en un sótano de San Telmo.
En ese departamento vi miles libros, más de treinta mil libros, vi revistas con Borges en la portada, vi folletos y afiches y volantes de cursos sobre su poesía, vi estatuillas, vi discos, vi un busto que mostraba la ceguera en su expresión más conmovedora, vi uno, dos, tres globos terráqueos, vi las obras completas traducidas al chino, vi un original de Don Segundo Sombra, vi una foto de Sara Facio, vi cientos de fotos más, vi en un ejemplar de Cuaderno San Martín con una dedicatoria (y la letra me hizo temblar) a Macedonio Fernández, vi discos, vi dibujos, vi pinturas de Santiago Cogorno basadas en los poemas de Luna de enfrente, vi reliquias, vi todas las primeras ediciones desde Fervor de Buenos Aires hasta Los conjurados, vi ese objeto secreto y conjetural: el inconcebible universo borgiano.
Cincuenta años de pasión coleccionista hicieron de Vaccaro una figura ineludible al hablar de Borges. Dice que todo comenzó en un día impreciso de la década del 70. Dice, parafraseando a Borges, que ese día supo para siempre quién era. Vaccaro leía con fascinación los libros de Borges y buscando nuevos ejemplares, un librero le contó que había tres —Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza y El idioma de los argentinos— que Borges nunca había querido volver a publicar. “¡Me agarró una intriga tan grande! Por qué no los quería publicar, qué había ahí adentro”, recuerda ahora, sentado en un sillón de cuero negro, rodeado de los objetos que custodia y lo custodian. “Eran libros difíciles de conseguir. Todavía no había internet. Entré en el mundo de las librerías de viejos, del libro anticuario, y cuando los conseguí ya no pude parar”.
Lo dice tal vez sin darse cuenta de que esa trama de detective literario lo convirtió en un personaje borgiano.
—¿Qué encontró en esos tres libros que Borges?
—Nada que me sorprendiera. Borges tiene un registro literario extraordinario; un registro muy compacto, muy homogéneo. Es muy difícil encontrar un ripio. A veces les decía a mis alumnos que trataran de cambiar una palabra en un cuento y no se puede. Como decía Flaubert, le mote juste, la palabra es justa.
Un libro, veinte años
Una de las grandes características de la literatura de Borges es que invita a leer, pero sobre todo invita a escribir. Muchos de los que lo han leído con vivacidad —por no decir todos— se han sentido movidos a ensayar sus propios cuentos y poemas, a reescribir los de él, a escribir sobre su vida.
“Soy peronista; cuando era joven, si iba a una reunión política con un libro de Borges, me rajaban”. Alejandro Vaccaro
Alejandro Vaccaro se contagió de ese virus hace años. Varios de sus libros —por no decir todos— lo tienen a Borges como eje central: está en la trama policial de El manuscrito Borges, está en el libro de memorias que escribió junto a Fanny Uveda, la empleada doméstica de Borges, y está, por supuesto, en Borges. Vida y literatura, la monumental biografía a la que se dedicó durante años, que salió en 1996, luego en 2006 y ahora vuelve a reeditarse en una versión corregida y aumentada. “Entre aquel libro y este pasaron casi veinte años”, dice, “y pasaron muchas cosas, o sea, aparecieron muchos textos”.
—Salió el diario de Bioy.
—Salió ese libro, que es extraordinario. Para mí es el acontecimiento literario de este siglo. Pero también se ha aquilatado mucha información y por eso mi libro ha sufrido un aggiornamento necesario. Se han incluido temas que no estaban y se ha hecho la depuración de algunas cosas. Quisimos hacer un libro un poquito más amable en cuanto a la extensión. La versión anterior tenía casi 800 páginas, este tiene 200 menos. Sin haberse perdido la esencia de lo que es narrar la vida de Borges.
—¿Cómo se plantea la biografía de una figura como Borges, que siempre fue un testigo marcado por la sospecha? Uno sabe que no siempre decía la verdad, que alteraba los hechos para hacerlos más literarios.
—Bueno, eso es lo atractivo de Borges. Genera una permanente incertidumbre, un montón de preguntas, un montón de interpelaciones. Yo siempre digo que leer a Borges es como correr una carrera con vallas. Acá las vallas son un desafío a la inteligencia. Yo soy un individuo, pero no soy un lector de Borges: soy lectores, porque cada vez que leo un texto hay un fenómeno distinto, encuentro cosas que antes no veía, recupero temas a los que no les había dado trascendencia. El título de mi libro es Borges. Vida y Literatura porque entre su vida y su literatura hay una amalgama perfecta. Borges era un ser literario. Sus palabras, sus dichos, sus amores, sus fracasos: todo está en su literatura. Frente a cada acontecimiento trae un tema literario, trae un autor, trae un texto. Eso es muy enriquecedor.
—Es lo que dice Beatriz Sarlo, que no tiene sentido plantear una biografía por fuera de su escritura.
—Bueno, no sé si lo lamento, pero coincido en eso con Sarlo. Yo creo que hay tantas biografías como biógrafos, ¿no? Yo encaré una biografía con mucho estudio y mucho trabajo. Estuve en todas las ciudades donde vivió Borges. Todo, absolutamente todo lo que digo está documentado. Borges estudió en el Collège Calvin de Ginebra y yo fui al colegio y traje las notas, traje fotos de la época. Se puede escribir un libro de todas las cosas que he vivido en los viajes. Mirá un dato: la abuela de Borges, Fanny Haslan, se sacaba seis años. Encontrar datos de ella en Inglaterra nos costó muchísimo por eso. ¡No los encontrábamos por ningún lado! Al final nos dimos cuenta de que había nacido en 1842 y decía que había nacido en 1848. Coqueterías, digamos.
Fervor de Jorge Luis Borges
La entrevista se interrumpe: el teléfono de Vaccaro empieza a vibrar. Mira el número y lo descarta. Pide disculpas. “Soy el presidente de la Fundación El Libro”, dice, “así que me llueven todos los quilombos”. Quiso el destino que su gestión coincidiera con el período en que Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Borges, cumple un siglo. En la próxima edición de la Feria del Libro, que comienza el jueves próximo, se montará una gran muestra homenaje en la que Vaccaro colaboró con importantes hallazgos. Podrán verse publicaciones, textos inéditos, también la poesía juvenil de Borges y hasta “Himno al mar”, el primer poema que publicó. Salió el 31 de diciembre de 1919 en la revista española Grecia.
—De todo lo que tiene de Borges. ¿Qué es los más preciado?
—No, no, no, no, no. Es el todo, es el todo.
—Pero ¿por ejemplo?
—No podría decirlo, porque busqué muchas cosas durante muchos años. Entonces el valor es proporcional a lo que me costó conseguirlos. Te cuento una anécdota. Cuando Borges cumplió 80 años, en Estados Unidos se hizo un libro, que era Borges at 80, y yo no lo podía encontrar. Iba a las librerías, buscaba en cada lugar libro por libro, iba a los parques. Y un día yo había tenido una reunión en Plaza Italia y me tenía que venir al Centro. Me iba a tomar un taxi, pero tenía un billete de cien mangos —que en ese momento era mucha plata, un taxi valía 3 o 4 pesos— y entonces crucé a los puestos de libros para comprar cualquier cosa y cambiar la plata. ¡Y ahí estaba el libro! Parece increíble. Le dije al librero: “¿Cuánto vale?” “Cien mangos”. “Te lo compro a noventa; dame diez pesos que necesito tomar un taxi”. No puedo decir un único objeto. Sería injusto con los demás.
María Kodama
Un tema insoslayable de la entrevista es la muerte de María Kodama. El 26 de marzo de 2023 marcó el comienzo de una nueva era respecto de Borges. Sin la mujer que protegió como pudo o como supo los derechos de su obra, sin un testamento que determine claramente al nuevo albacea, el futuro de los manuscritos y los libros de Borges se ha vuelto incierto.
Muchas personas se mostraron preocupadas y hubo voces como las de Beatriz Sarlo, Guillermo Martínez, Carlos Gamerro y Laura Rosato y Germán Álvarez —directores del Centro de Estudios y Documentación Jorge Luis Borges— que expresaron el deseo de que esos libros pasen a la esfera de la Biblioteca Nacional. También Vaccaro apuesta por eso: “Desconozco los entretelones”, dice, “pero al parecer hay cinco sobrinos de María Kodama. Sin duda a ellos les corresponde lo económico. Ahora, a mí me gustaría que para la parte literaria se nombre a un equipo de profesionales, de gente que conozca bien profundidad la obra de Borges, y puedan trabajar en el futuro”.
Durante años, Vaccaro y Kodama fueron los polos de una fuerte disputa en torno al legado de Borges. Ella, como esposa, y él, como principal coleccionista, mantuvieron un enfrentamiento que continuamente subía la tensión. Recuerdo que hace unos años le hice a Kodama una entrevista pública —justamente en la Feria del Libro— y ella me dijo: “Ese hombre no existe. La biografía se la escribió otra persona”.
También Vaccaro dijo alguna vez que a ella el traje de viuda le quedaba demasiado grande. En Borges. Vida y Literatura, Vaccaro casi no la nombra y es elíptico hasta la irritación en el casamiento, al que le dedica media página del epílogo. Pero da la impresión de que la muerte de Kodama, si no acabó con las rencillas, al menos las puso en sordina. En la nota busqué —lo confieso— la frase escandalosa que empujara los clicks, pero él no quiso caer entrar en el juego.
Cuando Alberto Fernández asumió la presidencia de la Nación, Alejandro Roemmers quiso donar al Estado la colección privada que tiene de Borges: 6.000 libros y manuscritos con los que se iba a crear el Museo Borges. Pero Kodama salió al cruce: esos materiales, dijo, eran robados. “La colección Roemmers la hice yo, por supuesto”, dice ahora Vaccaro, “fueron 50 años de trabajo. Yo lo tomo como algo gracioso que venga a decirme que hay algo robado, no le puedo dar otra connotación”. Parece que va a decir algo más, pero calla. “Entiendo que toda esa donación va a recalar en el viejo edificio de la Biblioteca Nacional de la calle México”, dice.
—Desde la muerte de Roberto Bolaño se publicaron tantos inéditos que hoy hay más obra póstuma que la que publicó en vida. ¿Puede llegar a pasar algo así con Borges?
—Yo tengo cosas inéditas. Hay textos que me parece que se pueden publicar y hay otros que creo que no. Hay un poema, por ejemplo, Montaña de Gloria, que es del año 14. Lo escribió cuando era adolescente. Ese es para que los estudiosos lo lean, lo estudien, lo analicen. Pero me parece que en el circuito comercial no debería entrar. Entiendo que los editores tienen que ganar plata. Pero yo creo que hay que separar el negocio de la literatura.
Debate terminado
Había pensado hacerle tres o cuatro preguntas sobre las nuevas generaciones, la manera en que leen a Borges, si sienten todavía el peso gravitatorio, pero es un tema que, o no le interesa o le parece ya cerrado. “Borges como problema”, dice, “eso ya lo había planteado Saer: cómo hacemos para escribir con y sin Borges”.
—En el momento de su muerte, Borges estaba atravesado de polémicas y debates políticos. Casi cuarenta años después, esa discusión se fue borrando. ¿Cómo va a ser recordado en el futuro?
—Ese debate está totalmente derrotado. Borges ya rompió cualquier grieta posible. Yo ideológicamente soy peronista. Cuando era joven, si iba a una reunión política con un libro de Borges, me rajaban. “Tomatelás con ese viejo reaccionario y gorila”. Yo creo que eso hoy ya está superado. Es imposible que alguien diga eso. Nos cagamos de risa. Es como si le cuestionáramos la homosexualidad a Leonardo da Vinci o que Shakespeare tenía dos matrimonios. Era divertido ver cómo Borges cambiaba de opinión y caía en las contradicciones. Pero en la literatura no era banal. Era profundo. Lo que hizo es extraordinario.
—¿Por qué Borges, que se movía en un círculo intelectual tan reducido, se hizo tan popular? Se puede decir que tuvo una popularidad tan grande como la Gardel: ¿cómo se dio ese proceso?
—Eso es una cuestión mediática. Hasta el año 60 Borges, que ya estaba traducido a varios idiomas occidentales, era un tipo conocido en los ámbitos literarios. Pero en el 61 gana el Premio Formentor junto con Samuel Beckett y se produce una pequeña explosión. Y ahí empieza a ser candidato al premio Nobel. Durante 25 años fue candidato: del 61 al 86. Ahí aparece la cosa mediática. Además, se empieza a quedar ciego y eso es cuestión es algo que le gusta a la gente. Él tiene un poema que se llama La fama en el que enumera una serie de cosas —ser devoto de Conrad, ser argentino, ser ciego— y después dice: “Ninguna de esas cosas es rara y su conjunto me depara una fama que no acabo de comprender”.
—Es como lo que dice en Borges y yo: “Yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura justifica”.
—Sí, bueno. Sí, está bien.
—¿Ese cuento del Borges famoso y el Borges privado es una versión de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde?
—Yo creo que es más que eso. En Jeckyll y Hyde hay una doble personalidad que contrasta al bien y al mal. Como Poe y William Wilson. Como El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Borges es más piola. Borges sale y se mira a sí mismo: ¿a ver? ¿quién es este que aparece en los diccionarios?
—¿Usted lo conoció a Borges?
—No. Nunca hablé con él. Ni siquiera por teléfono.
—¿Por qué?
—Bueno, yo soy un tipo de pudor. Primero que, cuando murió Borges, yo era relativamente joven. Tenía treinta y pico, y no tenía nada para preguntarle. Quizás si fuera ahora sí tendría. Pero, además, siento que lo hubiera estorbado, lo hubiera molestado, incomodado. Iba a ser un estúpido más que se le acercaba como un cholulo.
fuente: infobae