Por Manuel Rivas* / Letras de Fuego / Entrevista. Entre el bullicio propio de la 47° Feria Internacional del Libro, pudimos charlar con el escritor tucumano Daniel Posse, quien nos habló de su último premio internacional y de su carrera literaria.
—¿Se ha publicado tu texto ganador del premio de La Nota Latina?
—Sí, el 8 de marzo salió en un libro que reúne a los ganadores, “Cuentos que suman”. Va a tardar en llegar a nuestro país. El libro tiene un costo de 10 dólares en Estados Unidos y traerlo acá sale 100 dólares más o menos. Ha tenido buenas críticas y ha impactado tanto el cuento, que se llama “Alquimia”, que quien diseñó la tapa se emocionó tanto con el conjunto de ese cuento que decidió ilustrar la tapa con su temática, cuando son varios los ganadores de las distintas categorías que lo integran.
—¿Qué nos puedes contar sobre “Alquimia”?
—El concurso tiene una serie de reglas y había que presentar un texto relacionado con la cultura de un pueblo. Como no tenía ninguno con esas características, charlando con mi mamá, y hablando de comida, porque quién no se acuerda de las comidas de su tierra, en el caso nuestro de las empanadas y de otras exquisiteces del interior, se me ocurrió que podía ir por ese lado. Fue entonces que nos acordamos del pastel de novios, una receta muy tradicional de mi abuela Asunción Varela.
—¿Cómo siguió esa construcción ficcional?
—Mi madre me envió la receta y como la gastronomía es cultura, escribí este relato que, al principio, se llamaba “El Pastel”. Utilicé la receta como el conductor y entonces aparece Amaranta, diremos que ese es el nombre de la protagonista, que es una mujer de 45 años, y que cocina muy rico. Ella vive sola y tiene una asignatura pendiente que es el amor. Mientras cocina un pastel de novios va recordando su vida, y sus fracasos amorosos. Entra en juego también una suerte de maldición que dice que las mujeres solteras que hacen el pastel de novios no se casan nunca.
—¿Está condenada por esa maldición?
—Juegan en su cabeza todas esas cosas mientras realiza esa tarea. Pero cuando se sienta a esperar que se enfríe el pastel, llega un cartero con la correspondencia y, en ese momento, se cruzan sus miradas y los gestos. Terminan los dos comiendo pastel de novios y no diré más sobre el final, para que los lectores tengan algo de sorpresa.
—¿Por qué decidiste cambiarle el nombre original por “Alquimia”?
—Lo decidí porque hay buenos cocineros que hacen magia con los platos que elaboran. Hay mucha gente a la que le gusta la cocina y me pareció una buena idea hacer un texto desde ese lugar. Recordé mucho a mi abuela Asunción al escribirlo, porque ella tenía una gran relación conmigo. Me contaba historias que me hacían soñar y que fueron las que me motivaron a comenzar a escribir. Cuando era chico quería replicar eso que me contaba y hacerlo de modo escrito. También recordé que ella me regaló “Cuentos de amor, de locura y de muerte”, de Horacio Quiroga, cuando tenía doce años. Después de leer ese libro dejé de usar almohadones de plumas. Es por eso que cuando terminé este cuento, lo firmé con su nombre a modo de seudónimo. Y me dio suerte, porque gané, pero en realidad creo que ganó ella.
—¿La clave del éxito es que los lectores pueden identificarse o entender a la protagonista de tu cuento?
—Puede existir una especie de transferencia, pero el lector en definitiva es el que le da una interpretación al texto. Por ejemplo, escribí un micro relato que dice: “No, no, no, papá, me duele”. La mayoría de los que lo leyeron se fueron hacia el horror del abuso, pero se puede enmarcar en una caída, un golpe y el padre tratando de asistir a su hijo. También, cuando uno escribe, el texto tiene mucho de nosotros, pero tiene también de otros. Nos atraviesa y cuando nos está atravesando, nos conecta, y entonces ahí aparecen las transferencias, las identificaciones de los otros. Yo creo que ese es el juego entre el cuento y el espíritu.
—¿Te sirvió la experiencia periodística?
—He sido muchos años periodista, trabajé mucho tiempo en policiales y ahí uno aprende a observar los registros, las cosas, a escuchar. Entonces cuando uno escucha, observa, de alguna forma aprende del otro y entiende al otro. Uno de los problemas que tenemos en la sociedad es que estamos más desconectados y eso es un poco complicado, porque la comunicación tiene que ver con otra cosa. A veces voy en el subte y escucho fragmentos. Es como en ese micro relato que dije hace un momento que se llama “Dolor”. Yo no era escritor de micro relatos. Me costó mucho decir con pocas palabras lo que decimos con muchas en el cuento o la novela, por ejemplo. El impacto de ese mini texto es el espanto, pero no se dan cuenta de que el espanto no está en el microrrelato, sino en la imaginación de ellos, porque en realidad ese niño se podría haber caído y lastimado y el papá lo está curando. Estamos en un tiempo en que lo monstruoso se hace cotidiano.
—Estuviste en policiales, ¿qué aprendiste en esa sección periodística?
—Aprendí mucho de lo teórico en la Universidad, pero el periodista se forma en la cancha y el Diario Popular, cuando yo entré a trabajar, tenía el sistema DOS, o sea que si me había olvidado de la gramática me la tenía que acordar. Me mandaban a los hechos policiales con chofer y fotógrafo. Los primeros trabajos fueron en los suplementos del Conurbano y El Sureño, y es donde más aprendí. Estoy eternamente agradecido al Diario Popular. Uno endurece el corazón y el estómago en policiales.
—¿Cómo se hace lugar el escritor del interior en Buenos Aires?
—Le cuesta mucho porque sufre doble desarraigo. Primero, venirse desde donde se viene y el desarraigo, que cuando uno empieza en la ciudad, comienza desde la periferia, porque Buenos Aires tiene sus periferias, que son mucho más profundas y dolorosas que las que tenemos en el norte. Ese doble desarraigo te va formando, te va forjando y te va doliendo todos los días. Yo escribo porque me da placer y porque me salva de la locura. Es un ejercicio que hago todos los días y en ese ejercicio vos te vas haciendo un lugar. Soy terco como una mula e insisto. El primer libro lo escribí a los diecinueve años, pero tardé en publicarlo quince años porque en Buenos Aires me decían: “No, sólo publicamos a los famosos” y yo les respondía: “si nunca me publicás, nunca voy a ser famoso”.
—¿Y cómo hiciste para superar ese escollo?
—Tuve que ponerme a estudiar comunicación, vincularme con los medios para que apareciera un agente editor que invirtiera en mí, porque todavía en la época en que publiqué “De sueños y azar”, si vos solo publicabas el libro estaba mal visto. Entonces uno jugaba con esas reglas. Logré eso y se sorprendió hasta mi editor, porque me acuerdo que la presentación que hicimos en la Casa de Tucumán, tiene capacidad para 220 personas el auditorio y yo llevé 350 y obviamente te compran el libro.
—¿Cómo sostuviste eso?
—Cuando al año siguiente en la Feria del Libro siguiente me presenté solo acá en la Feria del Libro, sin ninguna conexión con Tucumán. Yo no conocía a nadie y me desesperé porque quería llenar. Me decía a mí mismo: una cosa es que te vean tus amigos y que te compren el libro en la primera presentación y, otra cosa, es que paguen una entrada para verte en un auditorio. Me acuerdo que mi editor, ya un poco envalentonado por el éxito que había tenido, me consigue la Sala Martín Fierro, que era la más grande que había. No me acuerdo si era Martín Fierro o José Hernández, pero le dije que no. Buscame la sala más chiquita porque en esa, si entran cuatro, parece llena. En la más grande, si entran 300, parece vacía. Esa es una estrategia comunicacional. Me ofreció entonces la sala Victoria Ocampo, con capacidad para 270 espectadores. Empecé a invitar a todo el mundo, llené y vendí. Me acuerdo que en ese momento el que estaba de director en la Casa de Tucumán, había cambiado la gestión, me fue a ver y le comentó lo que había pasado a Blanca Nuri, que estaba de directora de Letras en ese momento, y ella me pidió que hiciera una gira en Tucumán.
—¿Hiciste la gira en Tucumán?
—Sí. Fui y llené en Aguilares. Entraron 600 personas en el Colegio Nicolás Avellaneda, en donde estudié. Ahí viví una anécdota que hasta el día de hoy me enternece, porque aparece Susana Cabrera, amiga de mi mamá desde la infancia. Fue con una lata de leche en polvo que era como una alcancía, la abre y saca las monedas, porque costaba 15 pesos el libro. Y me dice: “m´hijo, firmemeló porque mis hijos me lo van a leer”. Me acordé que ella no sabía leer y ese fue el origen por el cual fundé, con Daniel Mora en ese momento, La Feria Itinerante del Libro, que trabajó y trabaja hasta el día de hoy con un empuje independiente.
—¿Qué más sucedió en la gira?
—De ahí me llevaron a Concepción y después me invitó Blanca Nuri a la sala Hynes O´Connor. Fui un domingo, limpié la sala porque estaba llena de caca de palomas, pero como soy comunicador y tengo algunos juegos que uno aprende en la comunicación, me había ido dos días antes y había logrado una nota en El Siglo, en El Tribuno de Tucumán, en La Noticia Diario, que era otro semanario, y en La Gaceta. Cuando salió el mismo domingo en todos lados, decían: ¿Cómo hace este? Menos mal que limpié porque empezó a llegar gente y se llenó el auditorio. Blanca Nuri estaba perpleja y desde ahí nos hicimos grandes amigos. Me apoyó muchísimo, a tal extremo que, al año siguiente en el Día de Tucumán, en la Feria del Libro grande, me pidió que leyera un discurso. Estuve arriba en el escenario y lo hice. Me mandé un discurso en contra del gobernador de ese momento. Me gritaban comunista, pero yo soy un poco rebelde. Blanca, orgullosa, ya se iba ella de la gestión y a partir de ahí forjé una amistad increíble. Recorrí toda la provincia de Tucumán y es el lugar en donde más libros vendí.
—¿Qué lee la gente del interior?
—Hay un tema extraño. Te diré algo que parece ser una blasfemia: soy mejor vendedor que escritor. Vendo mucho y me ayudó la vinculación que tenía con la gente. En Aguilares, en Concepción, en Alberdi, yo soy de los que van y toman mate con sus compañeros de rancho y con el otro que vive en un palacio. Eso generó que la gente fue y descubrió que contaba historias que tienen que ver con ellos. El libro se usa mucho en el interior. Tuve dos ACV en 2010, quedé ciego y afásico, por un cáncer en la médula. En 2015 me invitan a la Feria del Libro de Caleta Olivia. Mi libro “De sueños y azar” había salido en 2004 y era viejo, pero un señor llamado Nico Cabrera, me dejó un mensaje. Me comuniqué con él y resultó ser secretario de Gobierno. Me preguntó cuánto quería para participar de la Feria del Libro. Le dije una cifra que se me ocurrió, me dijo que sí, que tenía pasajes en avión a Comodoro Rivadavia y que, desde ahí, me iba a buscar un chofer en auto para llevarme a Caleta Olivia.
—¿Cómo te fue en Caleta Olivia?
—Me fue muy bien. Vendí setenta libros. Compartí escenario con Eduardo Sacheri. Al principio lo vi poco empático, pero después me di cuenta que era timidez. Además, somos vecinos, porque él es de Caseros y yo enseño en Liniers y vivo en Flores. Me picó la curiosidad y le pregunté a Cabrera porqué me buscó. Sacheri juega en la A y yo en la cuarta división de la C. Me explicó que la mitad de la población de Caleta Olivia son catamarqueños y la otra mitad tucumanos, la patrona de la ciudad es la Virgen del Valle y su mujer era fanática mía. Después hice una gira por la Patagonia con “De sueños y azar”. En total, visité más de 300 localidades y en los lugares menos pensados me encuentro con un tucumano. El éxito de un libro no depende sólo de que sea bueno, sino de que el autor se lo ponga al hombro.
—¿Qué proyectos tienes en lo inmediato?
—Estoy esperando la definición de un libro que se llama “Textos enajenados”, que son sesenta relatos que escribí durante la pandemia y que aparece la locura todo el tiempo como hilo conductor. Si no gana, se publica igual en varios idiomas y estoy esperando que un amigo que tiene un sello editorial nuevo me diga cuándo, porque tengo una novela para publicarla con él.
*Fundador y director de Diario Cuarto Poder, profesor de Letras e Historia, periodista y escritor.