El nuevo libro de Alejandro Rozitchner llega cuando Mauricio Macri finaliza su primer año como presidente de la Nación. El filósofo acompaña al PRO desde los inicios del espacio y la victoria de Cambiemos en la última elección lo llevó trabajar en la Casa Rosada, como parte del equipo que asesora al jefe de Estado.

¿El PRO tiene ideología? ¿Cuál es? ¿En qué consiste el relato del macrismo? ¿Cómo entiende la política un partido joven que evita identificarse con referentes del pasado? Algunos de los textos que reúne “La evolución de la Argentina”, que editó Mardulce, contribuyen a aclarar estos puntos.

El volumen incluye, además, otras reflexiones que el filósofo publicó en los últimos años, que cobran un interés especial dado el nuevo escenario político del país y la influencia que tiene hoy el autor en las decisiones de Gobierno.

—¿A qué se dedica como asesor presidencial?

—En general uno tiene la idea de que un asesor es un especialista que entra a una reunión y le dice a alguien lo que tiene que hacer. Esa es una visión un poco simplista. Al ir viviéndolo fui entendiendo que el trabajo es ir desarrollando un diálogo a lo largo del tiempo, en este caso en un equipo muy grande, e ir aportando cierta perspectiva que tiene que ver con mi formación y con mi manera de ver las cosas. La asesoría tiene que ver con eso: un diálogo donde voy exponiendo ideas que pueden ser relevantes para la estrategia o para entender y pensar ciertas cuestiones de fondo que tienen que ver con el trabajo de liderar un país.

—¿Con qué frecuencia lo ve a Macri?
—Quincenalmente, a veces más y a veces menos. Es irregular.

—¿De qué manera influye su labor en las decisiones del Gobierno?
—Eso es muy difícil de determinar, porque uno forma parte de un gran equipo. No podés medir con precisión cuál es el porcentaje de tu aporte, sobre todo en un trabajo de años en donde has ido generando toda una visión del mundo o de la política en común.

—¿Esperaba que fuera mejor el primer año de Cambiemos?
—No. Tal vez se esperaba que la situación heredada no fuera tan grave, porque estaba medio oculta. Pero no sé si se esperaba que fuera mejor. Había siempre mucha consciencia respecto del grado de dificultad, que sigue habiendo. Me parece que el Gobierno dio unas cuantas batallas y salió bien parado, pero todavía estamos en una situación muy delicada. En definitiva, creo que también hay que entender que la situación delicada no es del Gobierno sino del país. Y que, si bien el Gobierno ejerce un buen liderazgo, hay que esperar que la sociedad entera quiera seguir en este camino. Por el momento, viene acompañando muy bien y pese a haber sido un año duro la mayor parte de los votantes entienden que el Gobierno va por buen camino.

—¿Por qué dice que Macri todavía no es comprendido por muchos?
—Creo que hay mucho prejuicio. Hay prejuicio, por ejemplo, en intentar comprenderlo con categorías políticas que tienen poco valor. Izquierda, derecha, o liberalismo… Hay un repertorio de ideas que en vez de ayudar a entender la situación desvían la comprensión hacia marcos de referencias clásicos y que hoy en día son cuestionables. Estamos viviendo un mundo muy distinto.

—En más de una oportunidad, representantes del Ejecutivo dijeron ser parte de un Gobierno más vinculado a la izquierda.
—Eso es una especie de chiste que se hace para desarticular ese marco que consideramos inválido. Si hubiera que tomar en serio esa categoría, da la impresión que, por la preocupación que tiene el Gobierno en relación al tema de la pobreza, estamos hablando de un gobierno de izquierda. En ese sentido sí. Es el gobierno que más se preocupa por la situación de los desfavorecidos desde el inicio de la democracia argentina.

—¿A qué atribuye que desde ciertos sectores se asocie al PRO con la antipolítica?
—Me parece que tiene que ver con que hacemos política de otra manera. Una política del mundo de hoy, que tiene que ver con ayudar a vivir a la gente y no con insertarse en el gran fresco histórico ideológico de las grandes causas. Quien opera en política considerándose un protagonista de esa historia, puede producir todo tipo de efectos nocivos para lo que dice representar. A nosotros nos interesa mucho más ser capaces de ubicarnos en la realidad, en un plano concreto donde hay situaciones graves que hay que resolver.

—Usted rechaza la noción misma de ideología, porque considera que supone alejarse de la gestión.
—Podemos hacer dos cosas con la palabra ideología. O bien retomarla y explicar cuál es la nuestra. O bien lo que yo prefiero, que es dejarla de lado y hablar en términos más frescos de visión del mundo, sin las referencias obligadas que me parece que no tienen que ver con la realidad que vivimos hoy.

—Si le dijeran que el PRO no tiene ideología, ¿estaría de acuerdo?
—Yo no creo que la palabra ideología sea sagrada al punto de no poder abandonarla. La realidad es el plano en el que pueden medirse las cosas. No creo en esta religión dogmática de no poder despegarse de ciertas ideas, me parece una posición absurda.

—¿A la gente le importa la política? Más de un comunicador del Gobierno expresó públicamente que no, y explicaron a partir de hecho las recurrentes referencias a lo emotivo que hacen los funcionarios.
—Una opción es decir que a la gente no le importa la política. Y me parece que es correcto, si entendemos la política como lo que pasa en el diálogo entre los dirigentes y como la lectura de la realidad basada en las categorías a las que aludíamos antes. Pero también podríamos decir que hay otra política, que tiene que ver con el mundo de hoy. Estamos en un mundo distinto, que ha trastocado costumbres, valores, hábitos, visiones. Y podemos decir que la política es esto que estamos haciendo nosotros, ya que logró una construcción de poder y está logrando modificar una realidad nacional.

—¿Les pesa que en algún lado exista la idea de que gobiernan para los ricos?
—No, porque es visiblemente falso. Yo no creo que haya que tomar en serio cada formulación de una oposición que oculta con la ideología su enorme grado de ineficacia, desamor y corrupción. No me parece que sea correcto estar debatiendo eternamente con quienes han sido descalificado por los hechos. No es relevante. Nosotros estamos comprometidos en un camino de crecimiento, ayudando a la gente que más lo necesita como no se hizo antes.

—¿Por qué la idea de pueblo le parece fascista?
—Me parece que la idea de pueblo se forma con la negación de las personas. Proviene de una aglomeración de personas desindividualizadas. Y me parece que eso es fascista porque la vida construye su sentido en función de una realidad personal y concreta que es la base de toda relación social. Y creo que el pueblo suele producir efectos de amuchamiento para manipulación política. En general, los grandes discursos de lo popular han sido productores de efectos nefastos para las personas reales que viven en un país. Del pueblo se habla tanto desde el populismo como desde el fascismo, que es también un populismo. Me parece que la realidad evoluciona para poner en cuestión esa retórica, que hoy en día está completamente desplazada.

—El libro incluye el texto sobre el “pobrismo” que escribió hace muchos años, ¿el kirchnerismo representó esta idea?

—Sí, creo que el kirchnerismo y en general el populismo tienen una especie de valoración equívoca del pobre. Porque en vez de ayudarlo a que deje su pobreza da la impresión de que lo establece en esa lugar, y caracteriza a la pobreza como cultura popular y como algo valioso en sí mismo. El populismo se caracteriza por una intención de usar a los pobres para perpetuarse en el poder. Por más que lo digan, no hacen nada en ese sentido. El desempeño de la gestión anterior es limitadísimo. Todo lo que había como recurso se usaba para la corrupción o para la lucha política.

—Hace algunos días Marcos Peña expuso en un programa televisivo un concepto que usted trabajó hace un tiempo. Dijo que el pensamiento crítico hace daño, ¿qué quieren decir con esto?

—Yo vengo hablando de ese tema desde hace más de 20 años. Es una especie de cruzada personal, en el sentido de que yo me sentí muy liberado cuando logré desprenderme de ese prejuicio, que es el de caracterizar a la inteligencia como pensamiento crítico. La crítica es una de las muchas funciones del pensamiento, pero de ninguna manera su función principal. Y si la hacemos su función principal lo que logramos es una esterilidad absoluta. La crítica caracteriza a una posición reaccionaria y conservadora que está siempre en contra de todo. Por más que la crítica pueda ser entendida como la observación objetiva de los fenómenos, hay muchas cosas cuyo sentido aparece cuando uno logra involucramiento y compromiso. Por ejemplo, no te podés casar objetivamente. Si te casás es porque tenés un deseo. Yo creo que la realidad, si queremos que lograr que sea productiva, responde mucho más a esos impulsos amorosos, creativos y constructivos que a esa abstención supuestamente objetiva del pensamiento creativo. Me parece una especie de prueba de impotencia y de temor de nuestra intelectualidad que se escuda en el pensamiento crítico para evitar decir cómo queremos hacer las cosas y cómo las vamos a hacer.

—Dicho desde el Gobierno fue interpretado como un llamado a aceptar una gestión sin cuestionar…

—En realidad, el proyecto Cambiemos nunca fue un proyecto crítico. Precisamente ganamos las elecciones por eso. Eludiendo la confrontación permanente que proponen los kirchneristas, nosotros buscamos más bien hablar con el ciudadano al respecto de lo que queremos hacer y de cómo lo vamos a hacer.

—Al mismo tiempo, el macrismo construyó desde la oposición desde la idea misma de “cambio” y ganó la elección también gracias a un electorado que más que adherir a una propuesta rechazaba la gestión anterior.

—Los estudios no muestran que la mayor parte de la gente votó por oposición. Hay un núcleo de voto negativo, pero en general la gente votó no porque criticara al kirchnerismo sino porque quería un cambio. Y nosotros convocamos a ese cambio. Siempre se supuso que Mauricio no entendía la política porque no se lanzaba al choque crítico con el kirchnerismo. Nosotros no entendimos la política así, nunca hicimos eso. No es que recién ahora estamos diciendo que la crítica es un factor de impotencia. Por supuesto, son respetables todas las opiniones y que los críticos quieran seguir siéndolo me parece lo más normal del mundo.

Fuente: Infobae

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