Colocan dispositivos en cajeros automáticos para quedarse con información de los clientes y vaciarles las cuentas. Tienen dos modalidades, que recrudecen en verano.
Sin la violencia del robo cuerpo a cuerpo, el delito tecnológico tiene de todos modos un impacto contundente sobre la víctima. De repente no se sabe qué pasó, cómo fue, quién fue, a dónde está la plata. Los números no cierran, eso que figura en la cuenta bancaria no es lo que debería ser. Una cifra, generalmente importante, precedida por un signo menos enciende la alarma: alguien hizo una extracción y no fue el titular de la tarjeta de débito. A partir de allí, un llamado al banco basta para dejar inactivo el plástico y evitar cualquier nuevo movimiento en la cuenta. Pero ahí no termina todo. Hay que ir a hacer una denuncia de puño y letra a la sucursal y disponerse a esperar, sin la tarjeta de débito y con un faltante de algunos ceros en la caja de ahorros. Una semana más tarde, la red que controla la tarjeta en cuestión aceptará el “desconocimiento” de tal movimiento” y reintegrará el dinero. Recién unos días después llegará la reposición de la tarjeta. En el medio, un dolor de cabeza enorme.
Esto le pasa y le puede pasar a cualquier ser humano bancarizado, que al menos tenga una caja de ahorro y una tarjeta de débito. Le puede ocurrir a cualquiera, como a quien escribe esta nota, novel víctima de dos modalidades de robo que recrudecen en períodos de vacaciones: el “skimming” y la “pesca”, como se conoce en la jerga policial a estas formas de engaño o estafa.
El auge durante el verano de este tipo de delitos se da porque sus autores -en general, bandas de extranjeros con amplia experiencia internacional- aprovechan que las víctimas están distraídas, fuera de rutina y usando cajeros automáticos que no conocen y con poco control bancario. La persona estafada quizás pase días hasta que controle sus últimos movimientos, una ventana que los delincuentes aprovechan para hacer reiteradas extracciones antes de ser denunciados. Por supuesto, quedar en esta situación en medio de las vacaciones -sin plata y sin tarjeta- agrava el daño para quien la sufre.
“La mejor manera de evitar esto es tapar con una mano cuando se digita la clave en el cajero, porque ponen camaritas para observar ese momento y luego usarla con una tarjeta clonada, a la que le pusieron tus datos robados al pasar el plástico por la lectora en la puerta o en la ranura del cajero”, dicen en uno de los bancos consultados para esta nota. Desde la Superintendencia de Delitos Tecnológicos de la Policía de la Ciudad lo confirman. “Por eso hay cajeros que tienen unas ‘orejas’ en el teclado, son para evitar que se vea cuando el cliente digita su clave. Hay dos modalidades: ‘skimming’ y ‘pescadores’. La primera es puramente tecnológica, mientras que la otra es algo rudimentaria y requiere de la acción de una persona que es parte de la banda”, detalla el comisario mayor Carlos Rojas.
Las bandas actúan fuera del horario bancario, intervienen los cajeros de diversas maneras y en esa búsqueda del engaño está una de las claves. Para el “skimming” incluso llegan a armar cajeros totalmente falsos para montarlos como una carcasa sobre el original. El cliente coloca la tarjeta en la ranura y pone la clave, sólo para que la pantalla le avise que está fuera de servicio. Para entonces, el estafador ya se ha hecho de los datos de la banda magnética de la tarjeta y, con la imagen de la cámara, de los cuatro dígitos del pin.
Los datos se replican en una tarjeta virgen o “melliza”. A veces sólo adulteran la lectora que está ubicada al lado de la pantalla -incluso las más voluminosas con luces verdes-, o la de ingreso al cajero (por eso algunos entran al cajero con otro tipo de tarjeta o revisan el tamaño de la lectora, que suele ser groseramente más grande en su versión trucha).
Para completar la acción, ponen micro cámaras en los bordes internos del frente del cajero (por eso algunos tantean esa zona pasándole la mano). “Una vez que obtienen los datos y la clave, deben sincronizar ese cruce de información y hacerla coincidir para poder entrar en la cuenta. Para eso también usan la cámara, que tiene registro horario”, agrega Gustavo Guillamón, de Delitos y Crimen Organizado de la Policía porteña.
Banelco y Link son las dos redes interbancarias que dan soporte a los cajeros automáticos en Argentina. Esas compañías tienen brigadas tecnológicas que inspeccionan los cajeros en busca de estos sistemas adulterados. Les corresponde esa función porque son las que deben hacerse cargo de la devolución del dinero extraído en el “skimming”. Si pueden, se anticipan y evitan el hecho. Si no, realizan una investigación para verificar el “desconocimiento de la extracción” y ahí sí darle curso a la denuncia. Existe una excepción para que esas empresas se corran de la responsabilidad: si el titular le dio el pin a un tercero.
En la modalidad “pescador”, ponen un dispositivo con formato de anzuelo en el final de la ranura donde se coloca la tarjeta, lo que la deja trabajada adentro. A veces aparece un integrante de la banda, simulando querer ayudar a la víctima, y le sugiere que llame al teléfono que está en un adhesivo pegado en la parte superior del cajero (que fue colocado por la banda con datos falsos de un call center del banco). Del otro lado del teléfono, un falso asistente bancario pide todos los datos y garantiza que en un par de días estará resuelto el problema. En ese interín, la banda recupera la tarjeta y ejecuta la estafa.
Dentro del formato “pescador” hay otra maniobra, más rústica. Los ladrones calzan un dispositivo en la ranura por donde sale el dinero y lo traban. El cliente realiza la operación completa, pero los billetes quedan estancados antes de salir. Fuera del horario bancario y en un cajero aislado, la única opción de la víctima es esperar a que abra el banco para hacer el reclamo. Para ese momento, la banda ya hizo su recorrida y recogió los frutos de su “pesca”.
Por eso, los estafadores prefieren actuar los fines de semana o en vísperas de feriados largos. Los bancos no operan y la gente no está tan pendiente de revisar sus cuentas. Además, hay menos vigilancia en los cajeros automáticos.
Desde la Policía de la Ciudad aseguran a Clarín que son bandas integradas por extranjeros, en su mayoría de Europa oriental, que se van mudando para no llamar la atención. Infectan cinco o seis cajeros y luego se van. Incluso usan las tarjetas para realizar compras vía Internet.
Y enseguida desparecen.