El Ministerio de Salud emitió una alerta epidemiológica por el caso de un joven tucumano que contrajo el virus fuera del país.
Ángela Gentile recuerda sus recorridas por las terapias del Hospital Gutiérrez llenas de chicos conectados a respiradores a raíz de cuadros de neumonía sarampionosa y encefalitis sarampionosa. La imagen está fresca en su mente. Fue hace menos de 20 años, en 1999. Un año después, con el ingreso al nuevo milenio, Argentina registraba su último caso de sarampión endémico. Desde entonces solo se notificaron en el país un puñado de casos importados. El último se confirmó hace unos días en Tucumán, por lo que el Ministerio de Salud emitió una alerta epidemiológica para intensificar la vigilancia, la notificación inmediata de todos los casos sospechosos y las medidas de control para evitar la reintroducción del virus.
La fiebre había comenzado el día previo a emprender el regreso, en el final de un viaje por el sudeste asiático y Australia. Cuatro días después de que el avión aterrizara en Argentina, apareció el exantema (erupción), que llegó acompañado de conjuntivitis, tos y catarro nasal. Al día siguiente, este joven tucumano de 25 años consultó al médico. Pasó cuatro días internado. Se le tomaron muestras de sangre, orina y se le realizó hisopado nasofaríngeo. Resultado: sarampión positivo.
“Vivimos en un mundo globalizado. Uno está en una parte del planeta y a las 12 horas está en la otra. Los casos importados son un riesgo importante, porque a partir de uno se puede registrar un brote”, sostiene la infectóloga Gentile, presidenta de la Comisión Nacional de Erradicación del Sarampión y la Rubéola. “El sarampión viaja con nosotros en un avión, como todos los virus -coincide la pediatra Romina Libster, investigadora asistente del Conicet en la Fundación Infant-. Los virus no ven nacionalidades, no ven fronteras. Cualquiera que esté de viaje en una zona donde todavía circula el sarampión, lo puede traer consigo. Y si el porcentaje de población vacunada no supera el umbral, el virus puede empezar a diseminarse otra vez por la sociedad.”
América se convirtió el año pasado en la primera región del mundo libre de sarampión (es decir, sin casos autóctonos). Los casos importados notificados en 2016 a la Organización Panamericana de la Salud se localizaron en Estados Unidos (43) y Canadá (31). Dentro del continente europeo, hay brotes en Italia, Portugal, Alemania, Bulgaria, Bélgica, Francia, Rumania y Austria, entre otros países. Aunque la mayor circulación endémica se da en el sudeste asiático y África.
El sarampión es una enfermedad prevenible por vacunación. La erradicación en la región es hija directa de la inmunización. La vacuna triple viral -que es segura y tiene una alta efectividad- integra el Calendario Nacional. La primera dosis se aplica al año de vida, y el refuerzo entre los 5 y los 6, en el ingreso escolar. Las personas de hasta 50 años deben acreditar las dos dosis (¡es importante conservar el carnet!). Las nacidas antes de 1965 se consideran inmunes y no necesitan vacunarse.
“Hace 17 años que no hay casos en el país y esto hay que cuidarlo. Al caso importado tenemos que interpretarlo como un desafío. Porque si uno tiene un buen sistema de vigilancia, está atento, y tiene muy buena cobertura de vacunación, el caso importado se queda ahí, no se transmite”. El año pasado, la cobertura registrada en el país fue del 92% (“debería ser más, pero es buena, eso nos deja tranquilos”, afirma Gentile).
La población más vulnerable frente a esta enfermedad extremadamente contagiosa y potencialmente grave (en 2015 se estima que habría producido 134.200 muertes a nivel mundial) son los lactantes menores de un año ya que, al no poder vacunarse, necesitan de la inmunidad colectiva para estar protegidos ante el contacto con el virus. Lo explica Libster: “Las personas que están vacunadas no solo se están protegiendo a sí mismas sino que al bloquear la diseminación de la enfermedad dentro de la comunidad están, indirectamente, protegiendo a personas no vacunadas. Crean como una especie de escudo protector. Este efecto indirecto de protección se llama inmunidad colectiva. Muchas personas en la comunidad dependen casi exclusivamente de esta inmunidad colectiva para protegerse de las enfermedades. Son nuestros sobrinos, nuestros hijos, que tal vez son muy chiquititos para haber recibido sus primeras vacunas. Son nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros conocidos, que tal vez tienen alguna enfermedad o están recibiendo alguna medicación que les disminuye las defensas. También son aquellas personas que son alérgicas a alguna determinada vacuna. Incluso podemos ser cada uno de nosotros que sí nos vacunamos, pero en nosotros la vacuna no generó el efecto esperado”.
El problema en Europa
En los primeros meses del año se registraron más de 1.500 casos de sarampión en 14 países europeos debido a “una acumulación de individuos no vacunados”, comunicaron responsables del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés). “Es inaceptable saber que niños y adultos están muriendo de una enfermedad para la cual hay disponibilidad de vacunas seguras y asequibles”, protestó Vytenis Andriukaitis, comisario europeo de Salud y Seguridad Alimentaria.
Según Gentile, los brotes en Europa responden a por un lado a la influencia de los movimientos antivacunas, y por otro a la controversia mundial que provocó en 1998 un artículo publicado por el investigador británico Andrew Wakefield en la revista The Lancet en el que afirmaba, en base a evidencia fraguada, que la vacuna triple viral podía causar autismo. El fraude quedó al descubierto por el peso de estudios científicos que no hallaron ninguna vinculación entre ambas. A Wakefield se le prohibió ejercer la medicina y la revista se retractó. Pero el daño ya estaba hecho: mucha gente había dejado de vacunar a sus hijos. “No es solo el problema actual, sino todos los chicos que no fueron vacunados en su momento y que ahora son adultos susceptibles que pueden tener sarampión”.
Fuente: Clarín