La “Piti”, como la conocían sus amigas de la niñez, tuvo una infancia sencilla y en su juventud alternó tareas administrativas en diferentes oficinas públicas con sus presentaciones como bailarina flamenca en algunos tablaos del centro porteño. Fue en El Tronío, una antigua sala de Corrientes al 500, cerca del Bajo, donde la conoció Roberto Noble. Tenía 21 años. El fundador de Clarín la llevó a trabajar a su empresa, comenzaron un noviazgo, siguieron los viajes juntos por el mundo y un casamiento a tiempo, cuando ya le quedaba poco tiempo de vida al ex dirigente socialista y desarrollista que en poco más de dos décadas había logrado llevar a su diario al primer lugar en ventas, gracias a su pluralismo político, su predilección por los deportes y la fotografía y el éxito de su sección de clasificados.
Pero el 12 de enero de 1969, con la muerte de su fundador, Ernestina Herrera pasó a ser la viuda de Noble y la heredera de un emporio que se iba a resistir a vender; prefería hacerlo crecer, como había soñado su marido. El 21 de enero de aquel año resolvió hacerse cargo del diario. Primero entregó la conducción de la redacción a Rogelio Frigerio y Oscar Camilión, los dirigentes desarrollistas que se habían convertido en los hombres de mayor confianza de Noble en sus últimos años. En 1972, fue Frigerio quien decidió sumar como adscripto a la dirección a un por entonces joven militante platense de su fuerza, el MID (Movimiento de Integración y Desarrollo), Héctor Magnetto. Fue él quien se ganaría la confianza de Ernestina hasta convertirse en CEO y liderar la transformación de Clarín en un gigante multimedio, con radios, revistas, canales de TV, cableoperadoras, compañías de datos y telefónicas.
Mientras su empresa no paraba de crecer, Herrera de Noble debió afrontar una doble batalla judicial. Una, por la herencia, con Guadalupe (Lupita), la hija de del primer matrimonio de don Roberto. Las broncas y rencores prolongaron la disputa durante más de dos décadas, hasta que lograron alcanzar un acuerdo económico, sellaron la paz en los tribunales, y Ernestina fue confirmada como única titular del Grupo.
La segunda, aún más dolorosa, fue la disputa pública manoseada por intereses políticos sobre la identidad de sus dos hijos adoptados en 1976, Marcela y Felipe.
Desde el retorno de la democracia fueron varios los rivales políticos y mediáticos del grupo Clarín que agitaron periódicamente la versión de que podrían tratarse de hijos de desaparecidos.
Algunas denuncias interesadas avanzaron lentamente en la Justicia, hasta que Abuelas de Plaza Mayo hicieron suyas las dudas y se presentaron junto a dos querellantes, Carlos Miranda y Estela Gualdero, quienes creían que Marcela y Felipe podrían ser los hijos de sus hermanas desaparecidas.
El 17 de diciembre de 2002, el entonces juez federal de San Isidro, Roberto Marquevich, ordenó la detención de Ernestina Herrera por falsificación de documento público y sustracción de menores. En medio de la conmoción pública, una de las mujeres más poderosas de la Argentina pasó tres días detenida en la Dirección de Delitos Complejos de la Policía Federal, en el barrio de Palermo, hasta que el juez aceptó otorgarle la prisión domiciliaria en virtud de su edad (unos días más tarde, la Cámara le otorgó la libertad mientras durase la investigación). En Clarín se adjudicó aquella osada maniobra de Marquevich a una venganza del menemismo -con el que el diario había terminado muy mal-, en conjunción con el banquero Raúl Moneta, por entonces un rival de peso en el mundo de las telecomunicaciones.
La causa volvió a dormir el sueño de los justos hasta que retomó estado público con virulencia en el marco de la feroz embestida del kirchnerismo contra Clarín. Cuando en 2009 el gobierno eligió al Grupo como su némesis, síntesis de las “corporaciones malditas” que se oponían al “proyecto nacional y popular” que supuestamente encarnaban Néstor y Cristina, no sólo hizo del “Clarín miente” un slogan que replicaban los funcionarios, militantes y medios amigos, sino que impulsó una Ley de Medios cuyo objetivo principal era barrer del mapa a Clarín, promovió una denuncia por delitos de lesa humanidad contra los directivos de Clarín y La Nación por la apropiación de Papel Prensa y reflotó la causa por los hijos de Herrera de Noble. La Presidente conminó a los jueces por cadena nacional a avanzar con esa causa a la que bautizó como “la prueba del ácido” ante “un poder mediático casi mafioso”. “Clarín, Magnetto, devuelvan a los nietos”, se convirtió en un cántico habitual en los actos kirchneristas. En los programas de radio y TV paraoficiales, ya era cosa juzgada: Ernestina Herrera de Noble era una apropiadora.
En mayo de 2010, unas semanas después del reclamo público de Cristina, en un nuevo operativo espectacular, la Justicia allanó la casa de la familia Noble. La policía ordenó desvestir a Marcela y a Felipe e incautó sus prendas personales para obtener muestras de ADN y compararlas con las del Banco Nacional de Datos Genéticos.
Tras un último tironeo legal sobre esas muestras, los hermanos finalmente aceptaron que les extrajeran sangre para someterse a un examen de ADN. Primero los compararon con los de las dos familias querellantes. Luego con los todos los familiares de desaparecidos entre 1975 y 1976 cuyos datos estuviesen en el BNDG. En ambos casos, los resultados fueron negativos.
El 4 de enero de 2016, la jueza Sandra Arroyo Salgado finalmente sobreseyó a Ernestina de Noble. Felipe Noble clamó en vano por una disculpa pública del kirchnerismo con su familia que nunca llegó.