Así como el golf derrumba y hunde, también provoca resurrecciones increíbles. Con el constante movimiento de sus leaderboards, este impiadoso deporte mueve el destino de los jugadores a discreción. Hace poco menos de dos años, Andrés Romero andaba con una mano fracturada por darle un puñetazo al cartel del hoyo 15 del Montreux Golf & Country Club en Reno, Nevada. Ese rapto de furia lo dejó en las siguientes temporadas bajo una incertidumbre total, sin un circuito internacional al que aferrarse, porque perdió la tarjeta del PGA Tour y nunca se halló en el Web.Com, la antesala de la máxima gira que reconoció que “le aburría”. Pero el Pigu, ese talento desbordante que llegó a figurar en la elite entre 2007 y 2009, ganó ayer en Munich el BMW Internacional Open, una importante cita del Tour Europeo que le vuelve a abrir las puertas en los primeros planos internacionales.
El tucumano ya había empleado 65 golpes (-7) en la vuelta decisiva, gracias a un furioso envión final con siete birdies en los últimos diez hoyos. Firmó la tarjeta, se acomodó en una cabina y observó desde el monitor el cierre de sus perseguidores a pura sonrisa, con la compañía del puntano Rafa Echenique y el español Pablo Larrazábal. Faltaba saber si Sergio García, poseedor de la chaqueta verde del Masters, y el inglés Richard Bland serían capaces de lograr sendos águilas para alcanzar un total de 271 (-17) y forzar un playoff. El español cayó en un espeso rough en los alrededores del green del par 5 y al inglés le quedó un putt largo. Al cabo, ambos hicieron birdie y ninguno pudo igualar la línea de Romero, que empezó a fundirse en abrazos con amigos y allegados. Allí mismo, en medio de las felicitaciones, sintió que por fin había escapado de ese agujero negro en el que había caído, sin objetivos concretos en el golf.
Pues bien, ¿En qué consiste esta nueva realidad para el Pigu? La principal recompensa es que tendrá dos años de exención en el Tour Europeo, en donde creó la plataforma de su carrera hasta que en 2008 incursionó en el PGA Tour, año en que se adjudicó su último torneo en el exterior (New Orleans) y recibió la mención de “Novato del Año”. Al haber atesorado nuevamente la tarjeta en el Viejo Continente, tendrá ahora posibilidades de acceder al Open Británico a través de los próximos tres torneos abiertos del calendario, en Francia, Irlanda y Escocia, que otorgan cupos para el tercer Major del año. Más todavía: avanzará cientos de puestos desde el 837° lugar del ranking, ubicación que da la pauta de su magra realidad hasta la semana pasada. Más allá de los números, ahora jugará con la tranquilidad de pertenecer a una gira -la segunda más importante- sin tener que pescar invitaciones ni someterse a un calendario fragmentado y totalmente espaciado del PGA Tour. Hasta hace poco, el Pigu (36 años) esperaba limosnas para mantenerse como un profesional activo; de hecho, éste fue apenas su cuarto torneo de 2017, demasiado poco para un jugador que aspira a una trayectoria seria y con grandes objetivos. Ahora, deberá analizar bien su agenda, pero es muy probable que de a poco vaya corriendo la mira de nuevo hacia el PGA Tour, en donde siempre volcó sus máximas expectativas.
Romero triunfó y fracasó siempre bajo su ley. Una carrera que incluyó mágicos raptos de genialidad y serias falencias en su entrenamiento, así como también descuidos y excesos en la comida y bebida para un físico que le aguantó como pudo. El jugador formado como caddie en el Jockey Club de Yerba Buena, Tucumán, construyó su carrera con una confusión grabada en su cabeza, que terminó jugándole una mala pasada. Nunca tuvo problema en contar su más íntima paradoja: cuanto menos practicó, mejor le fue. Su época triunfal hace diez años coincidió con entrenamientos mínimos, que a veces no pasaba de hacer una vuelta de 18 hoyos con sus amigos. Se divertía; después, su talento le alcanzaba para triunfar en el exterior. Todo parecía muy sencillo. Y cuando decidió tomarse las cosas más en serio, tirando muchas pelotas y recurriendo al gimnasio y a rutinas con profesores, no obtuvo los resultados esperados. Así, intentó hacer equilibrio en un dilema que terminó poniendo en jaque su carrera. Pagó un alto costo por no haber tenido un sólido plan de trabajo, con pretemporadas demasiado livianas, y siempre descansó en esa falsa convicción de que una semana inspirada lo salvaría.
“Jugué un golf como nunca: me paraba y lo único que miraba era la bandera. Me ayudó mucho Mariano Bartolomé, me puso en el camino que debo estar. Ahora me tengo que concentrar en lo que viene”
Si tuvo algún repunte, lo dilapidó con episodios inverosímiles, como aquel puñetazo en agosto de 2015 que lo dejó fuera de la contienda por varios meses. En buena medida fue una joya desperdiciada y perdió sus mejores años; quizás éste título sea su última oportunidad para encarrilar una carrera que asomaba esplendorosa y llena de logros, sobre todo después de habérsele escapado el Open de 2007 en los dos últimos hoyos de Carnoustie, y su victoria una semana después en Hamburgo. Hace un mes apeló a los conocimientos del mejor coach del país, Mariano Bartolomé, y esa renovada alianza le trajo frutos enseguida. Porque el Pigu es así: capaz de conquistas asombrosas e insólitos errores de organización, que tiran por la borda sus destrezas. Nadie tiene que decirle cuál es el camino a seguir, lo sabe muy bien de parte de uno de sus grandes mentores: “Recuerdo lo que decía el Maestro Roberto De Vicenzo: “Cuanto más practico, más suerte tengo'”.
Fuente: Canchallena