El impresionante esquema de corrupción ideado por el ex presidente finalmente es investigado por la Justicia. Qué dicen los que más lo conocieron sobre este modus operandi ligado a su obsesión con el poder.

El dinero como medio indispensable para acumular poder. O el dinero como fin en sí mismo, más que el poder. Las múltiples denuncias de corrupción que apuntan al corazón del kirchnerismo traen a la superficie esa relación tan vieja entre dinero y poder.

Hasta ahora, parece claro que el mentor del esquema fue el ex presidente Néstor Kirchner, aunque los procesamientos dispuestos por los jueces Julián Ercolini y Claudio Bonadio indican que su esposa, Cristina, heredó todo. Sería “la jefa de la banda”, un cargo que aún habrá que probar pero por el cual la ex presidenta ya fue procesada.

Pero, ¿para qué quería Kirchner tanta plata? ¿Qué hay en la cabeza de una persona que entra en “éxtasis” cuanto toca los billetes y que debe apelar a toda su imaginación para esconder pilas de dinero físico que probablemente nunca pueda llegar a gastar?

Las opiniones recogidas para mi libro “Salvo que me muera antes” están divididas sobre para qué quería Kirchner tanto dinero; lo que no se discute es que el dinero le importaba mucho.

El político, analista y escritor Julio Bárbaro —partidario de Kirchner hasta 2007— es de los que piensan que el ex presidente “identificaba el poder con el dinero, pero le importaba más el dinero. La política era, en el fondo, el decorado de los negocios. Era un personaje en su ambición más pura”.

Siembre estaba pensando en el dinero. Bárbaro recuerda que en 2003 Kirchner nombró como director ejecutivo del Organismo Nacional de Administración de Bienes del Estado (ONABE) a Fernando Suárez, “un historiador que era muy amigo nuestro, de nuestro grupo político más chico.

—Te estoy haciendo rico —le dijo Kirchner en voz baja durante la ceremonia. Fernando me llamó luego por teléfono y me contó lo que había pasado. Lo noté muy preocupado.

—A mí no me interesa hacer dinero sino hacer política. ¿Se lo podés decir a Néstor? —me pidió.

Yo fui a verlo al presidente.

—Fernando no quiere tocar un mango. Me pidió que te lo dijera”.

Un ex funcionario de Cristina Kirchner, que también era de Racing, como el ex presidente, cuenta que “Néstor siempre preguntaba cuánta plata tenía tal o cual personaje. Te decía: ¿Cuánta plata tiene Milito?, ¿cuánta guita tiene Maradona?, ¿cuánto dinero hizo la Brujita Verón?, ¿cuánto tiene ya Del Potro? Te medía por el dinero. Te hacía un cálculo de cuánto más o menos tenías y, en función de eso, sacaba cuánta espalda tenías”.

“Recuerdo —agrega— una frase de él. Néstor decía que no quería dejarles balas a los empresarios para que ellos pusieran al presidente. Porque era la política la que debía poner al presidente; no los empresarios. Su idea era no dejarles margen en los grandes negocios para que los tipos después no le impusieran un nombre”.

En su opinión, Kirchner “asociaba la guita únicamente al poder. No la disfrutaba: no se compraba pilchas de la puta madre ni vivía viajando ni comía en restaurantes de alta gama ni andaba en autos carísimos. Él siempre tuvo una vida —por lo que uno pudo ver— relativamente austera”.

Otro ex funcionario, que sobrevivió a los tres gobiernos K aunque en distintos cargos, afirma que “sólo le interesaban la política y la guita vinculada al poder. Recuerdo una discusión sobre la esencia de la política con Néstor y con Julio Bárbaro. Julio decía que lo importante de la política no era tanto el dinero como la conciencia. Yo hablaba de la capacidad para hacer política y de la guita como un medio. Néstor cerró la discusión de este modo: Eso puede ser en otros países. Acá es distinto, y la guita es un recurso clave. No te dejan sentar a la mesa del poder si sos un seco”.

Dinero para gestionar y ganar elecciones, y dinero también para asegurarse que, si debía dejar el gobierno, siguiera teniendo poder para, por ejemplo, no terminar en la cárcel.

Un tercer ex funcionario que tampoco quiere que su nombre trascienda cuenta que en 2007 fue a pedirle dinero a Kirchner junto con Juan Carlos Chueco Mazzón, que era el coordinador de Asuntos Institucionales de la Unidad Presidencial; es decir, el principal operador político del presidente, como antes lo había sido de Carlos Menem y de Eduardo Duhalde.

Aquel año, además de presidente y vice, se elegía también a todos los gobernadores, aparte de los cargos legislativos.

—En Salta, hay que hacer un esfuerzo más para que gane (Juan Manuel) Urtubey —le dijo Mazzón.
—Claro, la otra lista es la de (Juan Carlos) Romero y él siempre fue contra —lo avaló el Presidente.
—Estuvimos haciendo cuentas y necesitamos unos 300 mil pesos (eran casi 100 mil dólares) —explicó el ex funcionario.
—Está bien, se los doy. Pero, yo les di los cargos para que la hagan ustedes; no para que me la pidan a mí.

Cuando murió, el 27 de octubre de 2010, a los 60 años, Kirchner había sido todo lo que un político puede soñar: intendente de su ciudad, Río Gallegos; tres veces gobernador de su provincia, Santa Cruz, y presidente de la República, y hasta había ungido a su propia esposa como sucesora. Algo que sólo había logrado el general Juan Domingo Perón aunque no por voluntad propia sino por su fallecimiento, el 1° de julio de 1974, cuando fue reemplazado por Isabelita, que había sido elegida vicepresidenta el año anterior.

Un político fuera de serie —en el más estricto sentido de la palabra— que se proyectó desde una provincia con menos de 130 mil electores, el 0,5 por ciento del total nacional.

“Un tipo nacido acá, en el culo del mundo, y todo eso lo hizo él, desde la nada; es admirable, por más que yo haya estado en contra de sus políticas y lo haya criticado mucho”, admite el ingeniero Roberto Giubetich, radical, actual intendente de Río Gallegos.

“Yo —agrega Giubetich— fui presidente del bloque de diputados provinciales del radicalismo cuando él era gobernador. Lo conozco desde chico. Mi vieja trabajaba en el Correo junto con el papá de él. En lo personal, teníamos un afecto casi familiar. Él vivía para la política; trabajaba los trescientos sesenta y cinco días del año; una pasión casi enfermiza”.

Y recuerda un diálogo telefónico con Kichner durante una cena de fin de año entre los diputados provinciales del oficialismo y la oposición. Kirchner, que era gobernador, llamó a uno de los suyos, Héctor Icazuriaga, luego jefe de la Secretaría de Informaciones, la ex SIDE, para pedirle un dato de un proyecto de ley.

—Decíle que duerma un poco —le gritó Giubetich.
—¿Quién habla? —preguntó Kirchner, según pudieron escuchar varios comensales.
—Tu opositor número uno —le volvió a gritar el radical.
—Dice que quiere hablar con vos —le comentó Icazuriaga mientras le pasaba su celular.
—Yo trabajo las veinticuatro horas, no como ustedes que están de joda —lo chicaneó el gobernador.

El ex diputado Rafael Flores, que fue su aliado durante pocos años, hasta 1994, cuando se convirtió en uno de sus críticos más contundentes, afirma que Kirchner tenía “dos atributos positivos claves: audacia y tenacidad. Ojalá yo hubiera tenido la mitad de su tenacidad. No tenía grandes dotes intelectuales, pero tampoco presumía de tenerlas”.

En tanto, el ex canciller Rafael Bielsa recuerda que quedó muy impresionado durante una reunión de tres horas, el 8 de mayo de 2002; Kirchner quería ser presidente y él se postulaba para la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Tanto fue así que “a la salida de la Casa de Santa Cruz, declaré a los periodistas que adhería a su candidatura y que esa decisión era independiente de la persona que Kirchner eligiera como candidato para la ciudad”.

¿Por qué tanto desprendimiento en política? “Me fascinó —explica Bielsa— su obsesión con la gestión del Estado, su pasión por los números públicos. Yo estaba convencido de que la Argentina estaba sobrepensada, pero subejecutada. Había un montón de libros sobre la Argentina reciente, posterior a la crisis, pero no había nadie que supiera qué hacer con el país y que estuviera dispuesto a obtener la legitimación que se lo permitiera hacer”.

Por otro lado, al momento de su muerte, Kirchner ya había alcanzado con creces el otro objetivo que siempre lo desveló: el dinero.

Siempre tuvo la obsesión del dinero; por lo menos, desde que estudiaba abogacía en La Plata y llamaba la atención porque era el único entre sus compañeros de estudios que ahorraba en dólares. Y no en cualquier época sino en los revolucionarios años setenta.

“Necesito ser abogado para hacer plata porque quiero ser gobernador de Santa Cruz”, cuenta Cristina que le dijo una tarde de abril de 1976 en la galería de la casa de su mamá, en La Plata, al año de casados.

Disfrutaba del contacto físico con los billetes. Su vicegobernador entre 1991 y 1998, Eduardo “Chiquito” Arnold, recuerda que “era incapaz de pagarte un café, pero amontonaba la plata de los alquileres de sus propiedades en los bolsillos del pantalón y andaba varios días con los bolsillos hinchados, tocando el dinero a cada rato”.

Arnold rompió luego con el kirchnerismo, cuando —explica— se fue dando cuenta del “sobreprecio sideral en las obras públicas provinciales, un área que Kirchner dirigía personalmente. Él luego santacruceñó el país; lo que hizo allá, lo perfeccionó acá, a nivel nacional”.

Le gustaba acumular, pero no gastar, según Miriam Quiroga, locutora oficial de sus actos en su tercer mandato como gobernador y de su campaña presidencial; funcionaria influyente con despacho en la Casa Rosada durante su gobierno, y, según ella admite y muchos corroboran, “amante de Néstor durante once años”, desde fines de los noventa hasta prácticamente su muerte.

“Néstor era avaro, es cierto: no te pagaba ni un café. Siempre decía, incluso en actos partidarios: Paso a paso y pesito a pesito”, cuenta Quiroga, quien no recuerda que le haya regalado ni siquiera un perfume.

En ese sentido, asegura que fue Daniel Muñoz, secretario privado de Kirchner, quién la animó para que le recordara a su jefe y —dice ella— amante la situación económica que atravesaba, que era bastante vulnerable.

“Muñoz me dijo: Boluda, hacé algo: él se está llenado de guita y vos alquilas; ni departamento tenés”, recuerda Quiroga. Y agrega que esas palabras le dieron fuerza para hablar del tema con el Presidente.

—Néstor, sabes que estoy alquilando y que no me alcanza la guita. Yo te quería…
—¿Cuánto estás pagando de alquiler? —la interrumpió Kirchner.
—¿Qué te importa? ¿Me querés manejar también mis cuentas?
—No, lo que pasa es que hay que ver los gastos. Está bien, no me querés decir cuánto es el alquiler. Pero, decime: ¿cuánto pagas de escuela por tu hija?”.

Siempre según Miriam Quiroga, le dijo una cifra aproximada.
—¡Mirá vos! Yo pago menos por Florencia y la tengo en el La Salle, en Florida.
—Pero, escúchame: te estoy pidiendo ayuda porque no me alcanza la guita y vos me salís con eso. No sé, auméntame el sueldo.

Kirchner levantó el teléfono.

—Rudy, encargate de conseguirla una casa a Miriam —le ordenó a Rudy Ulloa Igor, el colaborador todo terreno a quien Kirchner confiaba sus temas más delicados personales; esos asuntos de los que Cristina no tenía que enterarse. “Lo llamé tres veces a Rudy por este tema, pero nunca me atendió”, afirma Quiroga.

Al momento de su muerte, Kirchner lideraba el Partido Justicialista y el Frente Para la Victoria, ocupaba una banca de diputado nacional y acababa de ser elegido secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas. Y en la Argentina era el poder detrás del trono.

No le parecía tanto; quería más: se pensaba como el candidato presidencial del oficialismo para las elecciones del año siguiente —2011—, en la continuación de un ciclo de alternancia kirchnerista en la Casa Rosada que, según sus cálculos, debía durar al menos dos décadas.
Rutilantes ambiciones a punto de esfumarse definitivamente.

Fuente: Infobae

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