El club español consiguió su tercer título consecutivo y la 13° Orejona de su historia.
Otra vez ese desenlace conocido. Esos tipos que se visten de blanco ganan siempre. Se abrazan como en cada competición internacional de las últimas tres temporadas. Sí, de nuevo el Real Madrid. Ese Deportivo Ganar que luce implacable en cada instancia decisiva. Es el tricampeón de Europa, el primero que lo logra desde el Bayern Munich de los años setenta. Es el que, bajo el cielo del Olímpico de Kiev, ganó La Trece. Sí, trece Champions.
Y ahí, en el medio de las celebraciones, está el hombre que con su modo sencillo de conducir es el perfecto administrador. Se llama Zinedine Zidane. Sonríe sin exageraciones, saluda a todos sus compañeros del cuerpo técnico, se abraza con sus dirigidos. Es uno más. Llegó al club en días complicados para administrar estrellas. Eso hace. Mejor que nadie. Es el primer entrenador en lograr tres Orejonas consecutivas.
Atrás quedó una historia cambiante, emotiva, con todo lo que tienen esos partidos que quedan en algún lugar de la memoria. Hubo un hito en ese recorrido. A la media hora, tras la infracción -mitad trampa, mitad astucia de Sergio Ramos- no sancionada por el árbitro serbio Milorad Mazic, se retiró lesionado Mohamed Salah. Fue un golpe para el crack nacido en el rincón egipcio de Basyoun, para el Liverpool y también para el desarrollo de la final. Hasta ese instante había sucedido un encuentro propio de lo mejor de la Champions League: intensidad y aceleración al servicio de la búsqueda ofensiva.
Con Salah en el campo, con su tridente récord, The Reds demostraron que estaban en el encuentro decisivo por su ambición y por sus capacidades. No era azar ni sorpresa. Por momentos, el equipo de Jürgen Klopp arrinconó al Real Madrid. Jugó a imagen y semejanza de su entrenador: audacia, generosidad en la entrega, vehemencia sin deslealtad en cada pelota dividida. Así, obligó a la Casa Blanca a dos cosas: al repliegue y a encomendarse a su superhéroe de los tramos decisivos, Keylor Navas, orgullo de Costa Rica y de Centroamérica. El arquero fue clave en el peor momento de su equipo.
A partir de ese instante, de esa ausencia, sucedió un partido distinto. Liverpool perdió fe, capacidad de búsqueda y hasta entusiasmo. Como si en las lágrimas de despedida de Salah se adivinara el destino del gigante inglés. Real Madrid comenzó a ser el de siempre en los días de Zidane: un equipo convencido y agazapado en nombre de la victoria.
Una perfecta demostración de este Madrid: a los cinco minutos del segundo tiempo, apenitas después de un tiro de Isco en el travesaño, Karim Benzema -crédito del entrenador; hombre de confianza incluso en cuestiones ajenas al campo de juego- demostró que en cualquier detalle se puede definir un partido. El francés de sangre argelina transformó un saque de arco ajeno en un gol propio, en plena final. En el medio quedó la torpeza y la ingenuidad del arquero Loris Karius.
Pero en la final de los imprevistos había un capítulo inmediato: cinco minutos más tarde, empató el Liverpool. Corner, jugaba preparada, cabezazo de Lovren, aparición de Sadio Mané y 1-1. De ese impacto, Real Madrid reaccionó a su modo y manera: con autoridad. Y también al amparo de otro detalle impensado. El Bale de los 100 millones y el sueldo de figura universal estaba lejano en términos del juego. En un instante que quedará guardado para siempre en la historia de la Champions League desmintió su pasado reciente que lo llevó al banco de suplentes. Dos minutos después de entrar (reemplazó a Isco) y un segundo más tarde de un centro de Marcelo, hizo una chilena colosal que derivó en el 2-1.
Después de ese grito, comenzó de nuevo ese partido del inicio. El de los vértigos, el de las llegadas profundas de los dos lados, el de las polémicas (hubo un penal por mano de Casemiro), el de la intensidad a cada paso. También, el de más imprevistos. Y un golazo. Otra vez Bale, a siete minutos del final; en esta ocasión con un zurdazo desde 30 metros. Otra vez el error de Karius, protagonista involuntariamente decisivo. Otra vez, luego, justo luego, el Real Madrid campeón. Esa repetida escena…
Reviví el minuto a minuto de la final