El ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados cumplió dos meses en libertad. Su nueva vida, el libro que acaba de publicar y por qué dice que robar era su peor enfermedad.

Desde que salió de la cárcel, el Gordo Luis Valor le hizo una promesa a su esposa, a su hija y a la bruja que consulta desde hace diez años:

–No voy a robar más.

El ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados en los años ochenta y novena pasas sus días entre los recuerdos de su vida de hampón y un presente extraño –pero no infeliz- para un hombre que robó sin parar y ahora lucha contra sí mismo y su leyenda delincuencial para no volver a caer en la trampa.

Refiere un rumor que los guardias de Urdampilleta, la cárcel donde cumplió la condena, hicieron una apuesta. La mayoría de ellos piensa que Valor volverá a estar preso en cuestión de poco tiempo.

“Que digan lo que quieran, pero hay algo cierto: robar fue mi enfermedad, una enfermedad de la que necesito curarme, pero amo la libertad. Las otras dos veces que salí libre volví a se detenido al poco tiempo, pero esta vez no va a ocurrir”, confiesa.

El 5 de septiembre se cumplieron dos meses desde que recuperó la libertad. “Estoy por batir un récord, porque siempre salía y volví a caer”, dice a Infobae el ex pistolero de 64 años. Por primera vez, el ladrón más famoso del hampa criolla mostró su casa, en Villa Rosa, partido de Pilar.

“Esto lo hacen los famosos, no los ladrones”, bromea mientras hace una especie de visita guiada por el jardín que él mismo se encarga de cuidar. Hay árboles de más de cincuenta años, aromos con un panal de abejas y naranjos.

Valor usa boina y lleva una camisa negra. Nancy, su fiel esposa, cocina ñoquis con estofado. La perra “Negrita” le mueve la cola al hombre que en los años ochenta robaba bancos y blindados.

“Pasen, esta es mi casa”, invita Valor. En la cocina, Nancy pone los ñoquis en un colador. Valor muestra una maqueta de barco que construyó en la cárcel. En un aparador hay santos, desde San Expedito a San Francisco de Asís. También imágenes de la Virgen de los Milagros.

–No parece la casa de un ladrón que robó millones…

–Parece la casa de un tipo laburante. La hicimos ladrillo a ladrillo. Tenemos dos habitaciones, un televisor, el living y nada más. ¿Esperaban ver la casa de Al Capone?

–¿Dónde quedó la plata de los robos?

–Se fue en abogados y en los gatos familiares.

Luego, Valor va a una repisa y señala una urna con las cenizas de su madre rosa. Hay unas flores y una foto de ambos.

–Mamá, pobrecita, quería ver que yo fuera un trabajador. De pibitos ayudábamos a mi papá Cirilo, que era isleño y obrero. Le ayudábamos a cortar árboles. Yo laburé dos meses como tornero y hasta sus últimos días mi viejita guardaba esos dos recibos de sueldo. Los únicos que tuve en mi vida. En casa nunca faltó un pedazo de pan. Recuerdo que mis viejitos salían al patio a escuchar música. Desde Los Pasteles a Palito Ortega. Ahora que estoy libre es como si me volvieran recuerdos de mi infancia.

-¿Cómo fueron estos dos meses en libertad?

-Lejos de todo el ruido. Me siento raro. En realidad la libertad es rara, la deseas todo el tiempo y cuando llega te pasa por encima, pero estoy bien resguardado y contenido. Acá se escuchan los pajaritos, en la cárcel se escuchaba el murmullo de las ratas.

–¿Rescata algo positivo de los 33 años que pasó preso?

–Muy poco. El compañerismo de algunos muchachos es lo más importante. Ahora vivo en paz mi retiro del hampa. Esta vez me voy a quedar con mi familia, que son los que verdaderamente me necesitan y yo los necesito a ellos, más en esta época tan difícil que está pasando toda la gente, más la gente pobre. No tengo tantos recursos económicos como antes, pero estoy bien y eso es lo que vale. Hay que dejar los vicios y las tentaciones de lado. Ahora salgo a pasear con mi mujer, a tomar sol, voy a pescar, como asado con mi familia y me ilusiono con vivir una vejez digna. Eso no es poco.

“Escribo porque se me acabaron las balas”

En los dos últimos años Valor no se dedicó a pensar el último plan de su vida. Olvidó las armas y tomó una lapicera y escribió una autobiografía publicada por Planeta. El libro se llama “Mi vida” y lleva el prólogo de Andrés Calamaro.

–¿Se imaginó que iba a terminar escribiendo un libro?

–No. Ni a palos. Al libro lo empecé a escribir en cuadernos Gloria, pero ojo: no son los cuadernos de Centeno. Comencé a escribir porque se me acabaron las balas. Ojalá alguien quiera llevar mi vida al cine. Ese es uno de mis proyectos. En el libro relato mi vida, mis comienzos, el sufrimiento que pasé, la pérdida de centenares de compañeros, gente que tenía ideales y que luchaba por la gente pobre. No me refiero a los delincuentes, sino a la época en la que milité en la Juventud Peronista de San Fernando. No sólo se luchaba en eso si no también querían la felicidad de esa gente. Los cambios no se pudieron dar, vino la siniestra dictadura.

-En el libro revela que militó en la Juventud Peronista, ¿cómo fueron esos días?

-Me tocó vivir la dictadura a pleno, milité y con los muchachos y las chicas estábamos cerca de la gente. Ìbamos a los barrios más necesitados, se formaban agrupaciones políticas y unidades básicas. Tratábamos de ayudar los más pobres. Después de la muerte de Perón pasamos a la clandestinidad, porque nos enteramos de compañeros que habían sido torturados y masacrados por los grupos de ultraderecha. Yo robaba autos y armas. Los expropiábamos, mejor dicho. También les pasábamos películas revolucionarias a la gente, como Operación Masacre o La Hora de los hornos. Hasta que me detuvieron, pero creyeron que era un ladrón común, no como un guerrillero. Eso me salvó la vida. Mientras tanto desaparecían maestros, estudiantes, médicos, científicos, todos los que tenían un ideal.

–¿Cómo pasó la militancia al robo?

–En la cárcel conocí a unos muchachos que eran pistoleros profesionales. Usaban sombrero y peinaban a la gomina. Los Salvajes, le decían. Ellos hablaban del oficio de ladrón, y ahí hice un cambio. Salí de la cárcel, me junté con otros rufianes y empecé a robar.

–¿Qué tipo de robos cometió?

–Primero le dimos a las fábricas. Después seguimos con los bancos, los nacionales y los extranjeros. Por último pasamos a los blindados. Al Chofer le apuntábamos con fusil o metralleta, lo tirábamos al piso, le sacábamos el dinero y nos íbamos. El objetivo era no matar.

–Una costumbre que tenía era robar dos veces el mismo lugar. ¿Era una especie de fetiche?

–No sé. Supongo porque ya conocía el lugar. Y es medio raro que si a vos te robaron hoy, que en quince días vuelvan y te roben otra vez.

“Hoy hasta a mí me pueden asaltar”

Valor se siente como esos futbolistas o boxeadores que quieren seguir en la competencia de alto nivel, pero deben retirarse por la edad. De hecho lleva las estadísticas de sus robos: dice que robó 23 bancos y 18 blindados. “No cuento ni más ni menos”, aclara.

–¿Sigue con ganas de tener un restaurante que lleve su nombre?

–Eso fue una fantasía. Mi idea era fabricar y vender ropa, pero con la crisis económica eso es difícil de encarar: No llevo ni dos meses afuera y todo cuesta cuatro veces más.

–Cuando se entera que un político es acusado de robar millones de dólares, ¿qué siente?

–Que al lado de ellos soy un bebé de pecho. Pero yo no estoy para criticar a un político si se la llevó. Pienso que cada uno tiene que saber si lo que hizo es correcto o no.

-Cuesta creerle cuando dice que va a retirarse del delito.

-¿Por qué?

-Porque toda su vida fue ladrón y no hizo otra cosa que robar.

-Nací ladrón, pero eso se terminó. Ya tengo 65 años y en muchos lados ya no tengo espacio ni lugar para estar. Hoy las cárceles han cambiado la modalidad y a la gente adulta la llevan a otro lugar y verdaderamente ya a los setenta años, digamos, una persona grande ya no puede convivir con una población joven. Por más vago que seas y el respeto que pueda mantener uno ya sabe que con esa edad no podes volver más dentro de un penal.

fuente. infobae

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