Hace 3 años se cayó de una moto y quedó en estado vegetativo. Sus padres se enteraron en el hospital de que estaba embarazada. Ahora Marikena ya camina, anda en bici y juega con su hija.
“¡Marikena volvió!”, celebró Soraya, y llamó a cuantos pudo para contarles lo que acababa de ver. Su hija, de 17 años, en estado vegetativo los últimos dos meses luego de tener un absurdo accidente en moto, acababa de abrir un ojo. Fue algo más que un parpadeo: por un momento la joven mantuvo abierto el ojo izquierdo y para su mamá ese mínimo reflejo fue la primera señal de una recuperación prodigiosa.
“¡Volvió, no se queda!”, les anunció a todos, emocionada y segura de un camino que todavía iba a depararle muchas emociones y “un doble milagro sobrenatural”. Es que meses más tarde, aún en coma, Marikena fue mamá.
Recién nacida. Vasti pesó 2,410 kilos. Marikena, en la cama, dio a luz por cesárea el 19 de abril de 2016.
El nombre de su beba es Vasti y hoy tiene dos años y cinco meses. Nació en Mar del Plata desafiando todos los pronósticos: los médicos supieron que Marikena estaba embarazada cuando hacían los primeros estudios a su cuerpo inerte, luego de haber sufrido siete infartos cerebrales y dos cardiorespitratorios, que provocaron la muerte de gran parte de su masa encefálica. Entonces su embarazo era de dos semanas.
Sus papás, Sergio y Soraya Martínez Barbero, también se enteraron que serían abuelos en ese momento. Marikena no se los había contado aún. “Tenía 17 años y toda la rebeldía de la adolescencia”, cuenta la mamá a Clarín. Era octubre de 2015, en esos días había abandonado la secundaria en segundo año y corría en moto. Era hiperquinética y eso había afectado su rendimiento en la escuela. Unos años antes se había destacado en patín artístico y entrenaba en un equipo de Moto GP.
“Corría a gran velocidad con esa destreza que tenía para manejar, con audacia, no tenía miedo. Ella tenía que ganar sí o sí, para ella no había términos medios”, recuerda su mamá, quien recorría todos los días los 80 kilómetros que separan La Banda de Termas de Río Hondo, en Santiago del Estero, para llevarla a entrenar. “Era una edad difícil, uno quería encaminarla…, pero era lo que a ella le gustaba”, murmura Soraya.
Marikena, antes del accidente. Corría carrera de motos.
El accidente que cambió su vida y la de su familia fue con una moto, pero no ocurrió en una pista, sino cuando viajaba a 20 kilómetros por hora y en la esquina de su casa. Conducía su novio -el papá de la beba, que luego desapareció- y ella iba de acompañante. Habían ido a comprar una gaseosa y un paquete de caramelos y una camioneta se les atravesó en el camino. Al esquivarla, cayeron contra el cordón de la vereda y sus cabezas chocaron entre sí. El parietal del cráneo del muchacho dio en la cara de Marikena, un golpe fatal. Su mamá llegó enseguida: “Ahí supe que no estaba. ‘Marikena, despertá’, le decía. Le tomé las manos y sentí una tensión, después la vi hacer convulsiones. No estaba”.
“Mi hija y mi nieta son la prueba de que los milagros existen”. Lo dice Soraya, quien no se separó de Marikena hasta que salió caminando del hospital.
Soraya revive esas horas inciertas en las que ningún médico en Santiago del Estero se atrevía a decirle cuál era la gravedad del cuadro de su hija. “Pero yo sabía que no estaba, o que estaba sin ser ella. Le hicieron resonancias, tomografías, les dieron un montón de drogas… y luego supe que estaba embarazada”, relata. Necesitaba una atención específica, pero ningún sitio en su provincia podía brindársela. Por eso el Ministerio de Salud santiagueño hizo gestiones para que la adolescente fuese internada en el Instituto Nacional de Rehabilitación Psicofísica del Sur (Inareps), un prestigioso centro de salud en Mar del Plata.
Marikena, en su Facebook, antes del accidente. Tenía 17 años cuando se cayó de la moto.
“En Santiago estaba en el estado vegetativo y a Mar del Plata llegó en estado de conciencia mínima. Fue sometida a un plan que llamamos SEN, que es un sistema de estimulación multisensorial en el que varios profesionales trabajan en forma simultánea”, contó a este diario el director del Inareps, el neurocirujano Ricardo Cragnaz.
Fue un duro período el que la familia Martínez Barbero debió atravesar cuando su segunda hija (tienen además a Maximiliano, de 22, y a Estefanía, de 14) estuvo internada en Mar del Plata. Sergio viajaba desde La Banda cada 20 días (él se ocupaba del negocio de la familia dedicado a la organización de eventos) y Soraya se quedó todo el tiempo al lado de su hija.
“Me sentaba a los pies de Marikena, ella entubadísima, vegetal, no sentía nada, y yo la masajeaba, dedo por dedo, las glándulas salivales le masajeaba como me había enseñado una kinesióloga, porque ella tenía que volver a comer. De 24 horas la masajeaba 22. Fue nunca quedarme quieta, como era ella. Me decía: no me voy a conformar. Todavía no entiendo cómo una doctora un día me dijo ‘mami, usted sabe que su hija no va a volver, ella tiene la cabeza licuada, no tiene un lugar sano’. A mí eso no me va. Nunca me doy por vencida”.
Con sus patines. Marikena, de niña.
Ocho meses después de llegar a Mar del Plata, Marikena regresó a su casa. Salió del Inareps caminando, convertida en mamá.
En hebreo, el nombre Vasti significa “bella mujer guerrera”. La misma noche del accidente, una médica le dijo a Soraya “que no tenía de qué preocuparme, que iba a desprenderse, que el embrión no resistiría toda la radiación, toda la droga que había recibido esa noche”. Cuenta que le propusieron abortar, y ella se negó: “Que sea Dios quien disponga, dije, y ahí está Vasti, una prueba de que los milagros existen y aquí tenemos dos enormes milagros, llenos de vida”.
Vasti Luisana nació el 19 de abril de 2016 en el Hospital Materno Infantil de Mar del Plata, en la semana 33 de gestación, con un peso de 2,410kg. “Ella -narra la abuela- sabe que su mamá es especial y tienen un trato especial, duermen juntas y a veces se pelean por celos, son dos niñas. La conexión que tienen es única. Dos luchadoras que se aferraron a la vida”.
Hasta el nacimiento de Vasti eran levísimos los avances físicos que había experientado la joven. “No sentía dolor, no tenía sensibilidad, nada, tenía la mirada perdida: no era ella”, recuerda Soraya, pero un mes después empezó a evolucionar. “Comenzó a tener sensibilidad, a moverse más, a andar. Hoy escucha música, anda en bicicleta, me ayuda en la casa. Todos los días hay un avance”. Recuperó la motricidad por completo pero no su desarrollo cognitivo. No habla. El próximo 5 de octubre cumplirá 20 años: “Es una nueva mujer”, la describe su mamá, y se alegra porque ya no toma ningún tipo de medicación.
Inseparables. Marikena y Vasti, en una escena actual de la vida cotidiana.
Soraya no tiene dudas que la recuperación de Marikena tiene relación “con su carácter, su espíritu, su fuerza increíble, porque siempre salió de los problemas. Hoy todos los días aprende algo nuevo. Para la ciencia, ella no tendría que caminar, no tendría que ver, no tendría que estar viva. Pero ella tiene una garra impresionante. Hay momentos en que engancha perfectamente, que su mirada es distinta, totalmente diferente, tiene brillo… Como dije aquel 12 de diciembre cuando abrió un ojito, ahora sé que ella va a volver, estoy segura, y no falta mucho”.