En el Episcopado argentino creen que están dadas las condiciones, entre otras cosas porque no será un año electoral.
La fecha de la eventual visita del Papa Francisco a su país en sus seis años de pontificado dio lugar a numerosos pronósticos que terminaron siendo errados.
Con la cautela que exigen semejantes antecedentes, podría decirse que la especulación de un viaje a su patria en 2020 cobró en la última semana cierto grado de verosimilitud. La disparó el anuncio del miércoles de todos los obispos argentinos reunidos en Pilar de que en su próximo encuentro con el pontífice en Roma le dirán que “no se prive de la alegría de visitarnos”.
El centenar de prelados le hará, en tres tandas, entre fines de abril y principios de mayo, la tradicional visita “al limina” (a los umbrales de la cátedra de Pedro) que cada cinco años deben efectuarle al Papa los obispos de todo el mundo. Una visita que tiene por objeto informar sobre el estado de la Iglesia en sus respectivos países en el marco de las diversas realidades nacionales. En el caso de los argentinos, será la primera a Francisco, ya que la anterior fue en 2009 a Benedicto XVI. Lo cual la vuelve particularmente relevante para el Episcopado nacional.
En ese contexto y, sobre todo, considerando que la actual conducción del Episcopado nacional que encabeza el obispo de San Isidro, Oscar Ojea, está perfectamente alineada con Francisco, muchos en los medios eclesiásticos creen que el anuncio de la invitación al Papa fue acordada con el propio pontífice. “Decir públicamente que le pedirán que no se prive de la alegría de visitar el país cuando la está demorando supone una presión sobre el Papa y es impensable que esta conducción lo presione“, interpretan.
El hecho de que 2020 ya no será un año electoral allana la posibilidad de una visita porque un Papa, en general, no va a una nación que está envuelta en una campaña electoral para no quedar enredado en el fragor de la puja partidaria.
Ahora bien: el hecho de que a fines de octubre haya elecciones en la Argentina torna conveniente, en la mirada de más de un observador eclesiástico, que Francisco haga el eventual anunció de su visita antes de las elecciones para que no se establezca una relación entre su resultado y la decisión del pontífice.
El razonamiento que hacen es el siguiente: si el eventual anuncio es posterior y gana un peronista se alzaran voces en el sentido de que no venía a la Argentina porque el presidente era Mauricio Macri, con quien supuestamente no simpatiza. No importa el hecho de que en sus primeros tres años de papado la mandataria haya sido Cristina Kirchner y que tampoco vino. Y si gana Macri, añaden, tampoco faltarán quienes afirmen que no le quedaba más remedio que aceptarlo porque si lo seguía postergando al viaje su pontificado estaría muy avanzado.
Más allá de las interpretaciones acerca de por qué Francisco no visitó todavía a su país, en El Vaticano se considera que “no están dadas las condiciones” –al menos, no lo estuvieron hasta ahora-, porque la “grieta” podría someter su paso a tironeos de los sectores enfrentados para capitalizarla e infinitas lecturas de cada palabra y cada gesto a favor o en contra de unos y otros. Además de las pujas por tener una foto con él, como los ánimos están muy caldeados podría haber momentos de tensión y roces entre grupos antagónicos”, suponen.
Si bien es cierto que Francisco realizó visitas difíciles, por caso a Colombia, un país muy dividido por los acuerdos de paz con la guerrilla de las FARC, que él apoyó, el caso de la Argentina, dicen en Roma, es especial porque es su país. Y como no habrá otro Papa argentino en muchos años, seguramente querrá dejar una impronta en la Iglesia y en la vida de su patria. Y para eso, si bien no hay que esperar una utópica situación ideal, los ánimos deberían serenarse un poco, completan. El período post electoral podría ayudar.
Hacia el interior de la Iglesia argentina, hay circunstancias que abonan el viaje papal para el año que viene. Por lo pronto, Francisco cuenta desde hace más de un año con una conducción eclesiástica nacional bien alineada con él, con el obispo de San Isidro, Oscar Ojea, como presidente del Episcopado; el arzobispo de Buenos Aires cardenal Mari Poli, en la vicepresidenta primera, y el arzobispo de Mendoza, Marcelo Colombo, en la segunda. Además del arzobispo de La Plata, Víctor Fernández –acaso quien lo mejor interpreta-, en la presidencia de la comisión de Fe y Cultura, y el obispo de Lomas de Zamora, Jorge Lugones, en la de Pastoral Social, entre muchos otros.
A ello se suman una serie de aniversarios relevantes. Por lo pronto, el primero de abril de 2020 se cumplirán 500 años de la primera misa celebrada en lo que hoy es territorio argentino. Fue un Domingo de Ramos en la bahía del actual Puerto San Julián, en la provincia de Santa Cruz. Y la ofició el sacerdote español Pedro de Valderrama, que acompañaba la expedición de Hernando de Magallanes, que buscaba una salida al Pacífico. Desde hace un par de años el Episcopado viene planeando iniciativas para conmemorarla. En 2020, además, se cumplirán 400 años de la creación de la diócesis de Buenos Aires, de la que el cardenal Jorge Bergoglio fue arzobispo hasta ser electo Papa. Y de la Virgen del Valle de Catamarca. Será también Año Mariano Nacional.
Por lo demás, hay quienes van más allá en los medios eclesiásticos e imaginan que un anuncio de su visita al país iría acompañado de un mensaje con una serie de propósitos de su venida. Además, claro, de querer potenciar en su tierra el quehacer católico, podría expresar allí su deseo de contribuir a la unión nacional para –sobre acuerdos básicos- afrontar los grandes desafíos que tiene el país. Pero, de nuevo, hay que ser cautelosos. Los pronósticos hasta ahora fallaron. Y, se sabe, no es fácil decodificar lo que un jesuita tiene en la cabeza.