Corría el año 2008, Racing acababa de zafar de la Promoción y en los anillos del Cilindro de Avellaneda no se hablaba de Lautaro Martínez ni de Matías Zaracho, el nombre que retumbaba con eco era el de Brian Risso Patrón (hoy, 26 años). Era la joyita de la cantera académica de aquellos días: número 9, había debutado en Primera con apenas 15 años y jugaba en la Selección Sub-17 junto al hoy capitán del Inter de Milán, Mauro Iccardi, y a Nicolás Tagliaficco, hoy a punto de jugar su primera final de Champions League con el Ajax de Holanda.
“Risso Patrón nos va salvar”. Sonaba tanto su nombre que, con 16 años, Racing tuvo que firmarle un contrato de apuro porque un grupo de agentes planeaba ofrecerle trabajo a los padres del chico para llevárselo al Manchester United: “Estaba por viajar a un Sudamericano con la Selección y me bajaron del avión. Los dirigentes no me dejaron viajar porque no tenía contrato y sonaba lo de Europa. Después, el conflicto se tapó pero para mí fue tremendo: pensé en dejar el fútbol.
Yo no pensaba firmar con otro club, el sueño era jugar para la Argentina”, recuerda Brian Risso Patrón, mientras un ecuador perfecto separa la yerba húmeda de la seca en el mate que nos ceba.Entre mate y mate, recuerda aquellos días soñados: “Estaba en la cresta de la ola, salía goleador todos los años, me habían firmado un segundo contrato con 17 años… Se decían cosas muy grossas sobre mi futuro y me la había creído. Después me di cuenta que, de todos los que se me acercaban, no quedó ninguno…”.
Hasta ahí, el sueño del pibe. Pero el sábado 3 de septiembre de 2011 al mediodía su vida cambió para siempre: “Había jugado en Reserva contra Estudiantes y mi vieja me esperaba para almorzar en casa. Cuando llegué, me dijo que me buscaba la policía. Me contó lo que se decía y, como yo no tenía nada que esconder, decidí presentarme espontáneamente para aclarar los tantos. Ese día quedé preso y no salí por siete años”, recuerda Brian que cumplió su pena en la Unidad 54 de Florencio Varela. ¿De qué lo acusaban? De la muerte de Samuel Quiles, un chico de 20 años.
–Estás por saldar cualquier cuenta con la Ley, ¿siete años después seguís sosteniendo que sos inocente?
–Sí, porque no tuve nada que ver. Ni siquiera estuve en el lugar del crimen. El que estuvo fue mi hermano, pero se había ido antes de los disparos. Capaz me confundieron con él porque somos iguales. Según me dijeron, ese día hubo un quilombo tremendo, no es que pasó todo en dos minutos. De todas formas, es un tema que ya superé, prefiero olvidarlo y seguir adelante.
–¿Qué es lo más difícil de la cárcel?
–Cuando te hablan de la cárcel pensás en el sufrimiento físico que podés llegar a pasar. Y es eral, pero la violencia está en todos lados. Además, había gente del barrio y me trataron bien. A mí me afectó más lo psicológico, lo sentimental, me dolía más eso que cualquier otro daño que pudiera sufrir. Cuando llegué me decían, “tranquilo que ya te vas a acostumbrar”, pero yo sentía que era imposible acostumbrarse a esa vida. Entonces llega un momento en que el mismo sistema te obliga a adaptarte.
–¿Qué sería adaptarse al sistema?
–Sumarte a la violencia del lugar. Yo estaba destruido psicológicamente, me sentía muy mal física y sentimentalmente. Más allá que ahí nadie llora, la cabeza te trabaja todo el día. Estaba frustrado, miraba el techo y sentía que no iba a salir nunca, era una pesadilla interminable. El encierro genera pensamientos negativos, había perdido las ganas de vivir. Sentí el impulso de quitarme la vida muchas veces.
–¿Y cómo saliste de ese pozo?
–La cabeza me hizo un click, quise cambiar. Estaba en el medio de dos decisiones, o volverme como el resto y salir peor o resistir y que esa experiencia me sirviera para volver a empezar. Había agotado todos los recursos para estar bien y no lo lograba. Entonces dije, “Dios me tiene que ayudar”, y tomé la decisión de irme al pabellón cristiano. Empecé a leer la Biblia, a estudiar, cosas que me hicieron crecer. Ahí estuvo la clave, ya no tenía más fuerzas para seguir solo…
“NUNCA ESTUVE AHÍ”. El 13 de agosto de 2011 a la madrugada, Samuel Quiles salía de La Cantina, un boliche de Bernal Oeste, junto a un grupo de amigos. Los chicos caminaron unas diez cuadras cuando se cruzaron con una banda rival y se agarraron a piñas. La pelea callejera terminó de manera abrupta cuando llegaron dos pibes en moto: uno de ellos sacó un arma y le disparó a Quiles a quemarropa. Dos tiros le perforaron el pecho y el chico de 20 años perdió la vida ni bien llegó al hospital de Quilmes. Los asesinos escaparon en la moto y, con el correr de los días, otra vez empezó a sonar el nombre de Brian Risso Patrón, pero esta vez de la peor manera: lo apuntaban como el asesino.
El 3 de septiembre lo detuvieron y un año y dos meses después fue condenado. El fiscal había pedido 16 años de prisión pero el Tribunal Oral en lo Criminal 4 de Quilmes le dio once años de prisión. El fallo fue por mayoría aunque no unánime. Y el arma del crimen nunca se encontró. Si bien dos testigos dijeron que hasta la hora del crimen había estado en su casa, uno de los testigos que declaró en contra de Brian fue su primo, Nahuel Gómez. Y por ahí vamos entonces…
–Tu primo te ubicó en el lugar del hecho.
–Sí, nunca entendí por qué mintió así. Hace poco lo crucé, lo miré a la cara y seguí caminando. Fue algo que me hizo mucho mal pero no le guardo rencor. Desde que conocí a Dios aprendí a perdonar. Lo hice con toda la gente que me dejó solo, los que decían ser mis amigos. También tuve que perdonarme yo mismo por no escuchar más a mis padres y tomar un camino equivocado.
–Suena como si te hicieras cargo de lo que pasó.
–Hablo de otros errores. Cuando empecé a crecer en el fútbol me hicieron contrato y me dieron un departamento para que estuviera mejor. Pero volvía al barrio, a las malas juntas, salía todas las noches. Me volví una persona soberbia, no escuché más a mis padres y puse en mi corazón cosas pasajeras: la noche que es mala consejera, el lujo, el dinero, las mujeres.
–Me hacés pensar en Centurión cuando hablás.
–Bueno, yo lo entiendo, es difícil estar en su lugar. Uno creció viendo una realidad que en otros lados no se ve. No es lo mismo que le hable cualquiera, no lo va a respetar. Cuando se viralizaron unas fotos con un arma le escribí una carta desde la cárcel. Mi intención fue aconsejarlo sabiendo lo que era estar en lugares equivocados. Yo tuve suerte: crecí en una familia normal, mis viejos me aconsejaron bien y trataron de inculcarme respeto, a ser una buena persona. Pero otros no tienen esas oportunidades.
VOLVER A EMPEZAR. Para llegar al barrio La Paz, en Bernal, recorrimos la avenida Lamadrid que atraviesa Quilmes por su ala Oeste. Calles rotas, un arroyo contaminado (el San Francisco) y carros tirados por caballos se mezclan en paisaje y con el tránsito. “Cuando caí preso me encontré con muchos chicos del barrio. Chicos que crecen sin los padres, sin educación ni oportunidades, ¿en qué otro lugar pueden terminar? Yo crecí en este lugar y pude salir”, dice Brian, como si el destino se hubiera empecinado en llevarlo a un lugar predeterminado. Sus palabras suenan como si él mismo no hubiera pasado siete años de prisión: “Es que yo no pertenecía a ese lugar, estaba ahí por un error. Yo a los diez años ya tenía responsabilidades con el fútbol. Cuando entendí eso, me mentalicé que tenía que dejar pasar ese mal trago para recuperar mi vida”, explica.
Brian salió de la cárcel el 31 de julio del año pasado y, como durante los siete años que estuvo encerrado, ahí estaba su novia Agustina Sánchez (26) que lo esperó desde los 18 hasta los 26. Solo que cuando entró eran ellos dos y, mientras cumplía su pena, agrandaron la familia. Así llegaron de Mateo (4) y Olivia (1), presentes en el encuentro.
¿Su historia de amor? “Nos habíamos visto tres veces cuando cayó preso. Un sábado nos teníamos que encontrar y no apareció. Me dijeron que estaba preso y no lo creía. Hasta que el lunes vi en las noticias, ‘jugador de Racing preso por homicidio’, y fue un golpazo. Entonces, le mandé una carta a la mamá para presentarme. Y después le tuve que explicar a la mía para que me ayudara con mi papá que es militar y no iba a entender la situación. Me costó ir a verlo. El primer día que fui lo encontré muy cambiado, todo barbudo, desprolijo… no podía parar de llorar”, recuerda Agustina en el living de la casa que alquilaron juntos.
Brian puede lamentarse porque hoy podría estar jugando en Europa, nadando en dólares, o celebrar porque la vida le dio una segunda oportunidad. Y elige esto último: “Cuando nació Mateo fue el motor que me faltaba para cumplir los últimos años. Era triste no verlo, pero sabía que me estaba esperando. Y después vino Oli. Siento que la vida me está dando nuevas chances”. Es que, tres semanas después de recuperar la libertad (condicional), Racing le dio trabajo en la utilería del predio Tita Mattiussi. “En los siete años que estuve preso, Cecilia Contarino, la psicóloga del club, nunca dejó de ir”. Y, conociendo sus condiciones, el coordinador de Inferiores de la Academia, Miguel Gomís (el mismo que descubrió a Diego Milito y después lo convenció de que no dejara el fútbol), le insistió en que volviera a jugar.
–¿Te convencieron de que volvieras a entrenar?
–Gomís me conoce desde chico y vio que salí bien físicamente, me incentivó a que volviera a entrenar. Miguel me hizo ver con un nutricionista que me dio un plan de alimentación y de entrenamiento para que arrancara. Además, un representante me está pagando un gimnasio para que entrene fuerte. Y los fines de semana estoy jugando en una liga del interior pero me están pegando mucho (se arremanga los pantalones y muestra las piernas llenas de moretones) así que voy a dejar.
–¿El Racing campeón te hizo pensar que podrías haber estado ahí?
–Mirá, en 2014 todavía estaba adentro. Y me puse contento por Yonathan Cabral, que era de mi categoría. Y ahora lo viví como hincha, junto a mi hijo Mateo, que no sé por qué se hizo tan fanático de la Academia. Fuimos al Obelisco y al Cilindro. Obviamente tengo el sueño de volver y jugar en Racing, eso sería lo máximo. Pero me quedan diez años para vivir del fútbol y lo voy a intentar. En junio espero encontrar club.