Hoy se toma un 21% menos que en 2016. Y la ingesta de lácteos cayó al nivel más bajo en 16 años.
Cuando la plata no alcanza para seguir llenando el carrito como antes, lo primero en abandonar la lista de compras son los “gustitos” y “antojos”. Con el resto, la táctica suele ser elegir envases y marcas más baratos. Pero si eso tampoco basta, ya se imponen recortes más drásticos: los que implican dejar de llevar a la mesa alimentos esenciales para la salud o servirlos en menor cantidad. Ese fue el dramático paso que debieron dar, este año, millones de familias argentinas, al reducir su consumo de leche y de lácteos a niveles históricamente bajos. Esto, luego de que sus precios, en sólo un año, llegaran a duplicarse.
En la leche, la escalada fue frenética. Un año atrás el sachet más económico de primera marca a $ 22,50. Hoy, en cambio, no baja de $ 45: el doble. Si se toma la botella de litro, también de primera marca, el salto anual fue de $ 33 a $ 64: un 94%.
En la misma línea, las consultoras Focus Market y Scanntech relevaron 750 productos y hallaron que la leche fue el segundo que más se encareció en el último año: en promedio, 95,4%. Entre 10 artículos comparados, de sachet y larga vida, el valor pasó de rondar los $ 24,30 por litro en mayo de 2018 a unos $ 50,10 el mes pasado.
El encarecimiento de la leche, además, impactó en todos los derivados, como dejó en claro el informe que este jueves difundió el Indec. Según el organismo, los lácteos fueron los alimentos más afectados por la inflación en lo que va del año, con un 31,2% de avance en Buenos Aires en cinco meses. En los últimos 12, en tanto, ya se encarecieron 81,1%, contra una inflación del 63% en el total de los alimentos y un índice general del 56,8%.
Como muestras, en yogur firme, un pote de 190 gramos de la marca líder que hace un año costaba $ 23,50 ahora se vende a $ 50, un 113% más caro. Y el kilo de queso cremoso, si un año atrás valía $ 164, ahora ya se fue a $ 326.
En medio de la crisis, la respuesta de los hogares frente a estas subas fue limitar el consumo de los lácteos como hace décadas no hacían, así como volcarse a los más económicos.
Según los últimos datos de la Secretaría de Agroindustria, actualizados a marzo, este año se vendió en el país un 13% menos de leche fluida que un año atrás, y un 21% menos que en los mismos meses de 2016. Es decir, que 1 de cada 5 litros tomados tres años antes se eliminó.
Si se toman los consumos de marzo, el registro más reciente, en las leches no refrigeradas (“larga vida”) la caída interanual del consumo alcanzó el 30,1% en litros, frente a una retracción de 3,3% para las de sachet. El derrumbe, a su vez, superó el 21% anual en leche en polvo y en yogures, llegó al 18,5% en la manteca y al 11% en los quesos. Más prescindibles, los postres lácteos se consumieron 30,9% menos y las leches chocolatadas y saborizadas, un 51,5% menos.
En total, el Observatorio de la Cadena Láctea Argentina (OCLA) calculó que, en enero y febrero el consumo de leche -directo y vía derivados- cayó a un nivel equivalente a 183 litros anuales por habitante. Es el más bajo registrado desde 2003. Y, sacando ese año, el menor desde 1991. Estiman, en tanto, que el primer cuatrimestre tuvo una media de 180 litros, muy lejana a los 193 litros consumidos en todo 2018, los 197 de 2017, los 201 de 2016 y los 217 de 2015.
“En 2018 el consumo había disminuido algo, pero la caída de este año fue muy fuerte, en cantidades y en calidades. La gente lleva muchos menos postres lácteos, flanes, queso rallado o leche saborizada. Y en la leche, lo que se destacó fue un vuelco a las marcas secundarias, y del cartón al sachet, lo que provocó complicaciones para mantener el abastecimiento de las marcas más económicas en sachet”, explica Jorge Giraudo, el director ejecutivo del OCLA.
Según el experto, las subas de precios se dieron mayormente en el primer cuatrimestre porque, “por las altas temperaturas”, la producción cayó un 10%. Y a la vez, por las altas exportaciones de 2018, las empresas se habían quedado con pocas reservas. Esa escasez que permitió los aumentos -dice Giraudo- ya empezó a normalizarse. “Pero no esperamos que los valores bajen porque antes estaban retrasados”, avisa.
“Recién ahora el precio le alcanza al tambo para no estar en crisis, porque muchos de sus costos están dolarizados, como los del alimento para vacas, las vacunas y los combustibles, y hasta ahora no habían podido trasladar todo lo que aumentaron por la devaluación”, añadió David Miazzo, economista de la Fundación para el Desarrollo Agropecuario de la Argentina.
“En este marco, aunque la producción termine de recuperarse, es difícil que el precio baje. Para que resurja el consumo, lo que tiene que recomponerse es el poder adquisitivo de los salarios”, cierra.
“Muy preocupante”. Así coinciden en definir especialistas en Nutrición por la noticia de que los argentinos volvieron a reducir este año su consumo de leche y de lácteos, por entender que se trata de alimentos esenciales para la salud de la población, y en especial para el adecuado crecimiento de los chicos. Alimentos que, a su vez, resultan muy difíciles de reemplazar.
La recomendación médica, en el país y en todo el mundo, es que las personas, para tener una dieta saludable, consuman unas tres porciones de lácteos por día, que pueden ser un vaso (200 cc) de leche, uno de yogur y un pedazo de queso de 30 gramos, explica Sergio Britos, el director del Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación.
La venta de lácteos tuvo una fuerte caída en todo el país. (Los Andes)
“El problema es que en la Argentina, ya antes de esta última caída, la población venía registrando un nivel de consumo muy inferior al saludable”, señala. En promedio, según Britos, la gente venía consumiendo un 48% menos de lácteos de lo ideal: es decir, la mitad. Aunque con desigualdades:en los sectores de menores ingresos el déficit se acerca al 60%, y en los de mayores ingresos, al 30%.
“Es un problema nutricional y sanitario preocupante que afecta en particular a los niños”, define Britos. Es así, plantea, porque los lácteos son la fuente fundamental de calcio de nuestra dieta y el calcio es un mineral clave para nuestra salud ósea.
“Durante la edad escolar y la preadolescencia, el calcio se fija y conforma la densidad ósea que nos deberá soportar toda la vida. Por eso, la recomendación de este nutriente es muy exigente en ese período. El peligro es que, si por un déficit de calcio el niño no logra tener una suficiente masa ósea en ese momento, tendrá un alto riesgo en la adultez de ser más propenso a fracturas y a osteoporosis”, asegura Britos.
Silvio Schraier, director de la Carrera de Especialistas en Nutrición de la UBA (Sede Hospital Italiano de Buenos Aires), aporta que la falta de lácteos en los bebés y niños es muy peligrosa, dado que conduce a problemas como la baja estatura, la osteomalacia (un reblandecimiento de los huesos), el raquitismo y hasta problemas respiratorios. “Ante un déficit de calcio, la sangre le empieza a quitar el calcio al hueso, y eso si no se repone genera osteoporosis a largo plazo”, indica.
Al comienzo, hubo problemas en todo el país para encontrar los lácteos incluidos en el programa de Precios Esenciales.
“Los efectos de no consumir lácteos o alimentos que puedan reemplazarlos se observan en chicos y también en adultos -suma Mónica Katz, titular de la Sociedad Argentina de Nutrición-. En los niños es mucho más grave la carencia porque están formando sus huesos. Mientras que, en los adultos, la falta del calcio, la vitamina D y las proteínas de alta calidad biológica que están en los lácteos genera osteopenia, que es la pérdida de hueso, y también sarcopenia, que es pérdida de músculos.”
“El ser humano necesita consumir leche porque el calcio es fundamental”, insiste Schraier. “Otros alimentos tienen calcio, pero no lo tienen en la forma en que al ser humano le resulta aprovechable. La relación que hay en la leche entre el calcio y el fósforo es la óptima, como la que está en nuestros huesos. La salud ósea depende de la ingesta de calcio, y no hay otros alimentos que lo contengan en cantidades y calidades que sean aprovechables. Las almendras tienen calcio, pero al ser menos aprovechable necesitaríamos comer una cantidad enorme para cubrir las necesidades. Y si uno comiera esa cantidad, gastaría muchísimo dinero”, plantea.
Según Britos, además de aportar calcio, los lácteos tienen otros beneficios para la salud, como ayudar a prevenir la hipertensión arterial y enfermedades crónicas como la diabetes y la obesidad. En ese sentido, Britos considera que mantener los lácteos en la mesa también es fundamental porque, ante su ausencia, la gente tiende a reemplazarlos por más bebidas azucaradas (como mate cocido con azúcar) y más harinas, lo que contribuye a agravar la epidemia de sobrepeso y obesidad.
Así, ante la crisis, para Katz es fundamentar que se refuerce la oferta de lácteos a precios acordados más accesibles. Britos, en tanto, cree que el Gobierno además podría reforzar la presencia de lácteos en los programas oficiales de asistencia alimentaria y en los comedores escolares. “El Estado debería tomar este tema con absoluta prioridad”, subraya.