El equipo de Pizzi se impuso por 2-0 con goles de Aránguiz y Fuenzalida.


Es un hecho, es una realidad, tras el 2-0 a Colombia en las semifinales: Chile se medirá con la Argentina en la final por mérito propio, porque supo levantarse tras el debut ante el equipo de Gerardo Martino, donde sufrió su única derrota en la Copa América Centenario. El duelo decisivo será entre los mejores, no hay dudas. El domingo se terminará por develar esta historia.
Después de la inédita interrupción de dos horas por la tormenta en Chicago, Colombia salió a jugarse, como se esperaba, y como Chile no se quedó tan atrás como había estado gracias a la ventaja de dos goles el juego se intenso y veloz, por el agua que seguía acumulada.
Cada paso levantaba agua pero la pelota corría, pero los dos equipos se empecinaron en que nada sirviera de excusa para bajar las revoluciones, para desencantar al público tenaz que no quiso irse sin saber cuál iba a ser el rival de la Argentina en la final. A qué ciudad deberían trasladar su fe sin descanso.
Una falta en el área de Chile no sancionada y la segunda amarilla de Carlos Sánchez sumieron en un desconocido silencio a los hinchas colombianos. Entonces empezó a parecerse a una utopía el empate, por más que James Rodríguez levantara a su gente con su habilidad y su entrega. Juan Cuadrado pedía a sus compañeros de la defensa que achicaran hacia adelante y Colombia puso en juego sus agallas, mientras Chile lo esperaba tranquilo hasta que entraba en acción Alexis Sánchez, que pareció recargarse con la tormenta eléctrica.
Todos habían querido seguir el partido, en las tribunas y en la cancha. Colombia luchaba y Chile casi marcaba el tercero con un cabezazo de Pulgar. Marlos Moreno, Cuadrado, llegando a marcar la punta derecha con su entrega, y el inclaudicable James encabezaron un equipo que se multiplicaba, pero no podía dar vuelta una historia. Los golpes de knock out al empezar el partido (los goles) y en el arranque del segundo tiempo (la expulsión de Sánchez) fueron duros. Remontó el primero aunque no pudo concretarlo en el marcador, pero para el segundo ya no había fuerzas. Demasiada agua en el piso y demasiado empinada se volvió la cuesta.
Las 55.000 personas estoicas y entusiastas también sentían las largas horas en el Soldier Field. La tensión del juego y del vendaval ya pasaban factura cuando todo se mostraba irreversible.
Al final se desató el festejo trasandino, un grup que quiere el bicampeonato bajo la conducción del argentino Juan Antonio Pizzi. La Roja está viva.

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