En el electorado bonaerense está la clave para acceder a la presidencia.
La principal incógnita de las PASO del próximo domingo es si el influjo de la Gobernadora que se manifestó en 2015 y 2017, sigue tan potente o fue debilitado por su pertenencia a un proyecto cuya gestión económica es rechazada.

En el año 2015, María Eugenia Vidal derrotó en la provincia de Buenos Aires a Aníbal Fernández por el 4 por ciento de los votos. Ese mismo día, en el mismo territorio, Daniel Scioli había derrotado a Mauricio Macri por cinco puntos. Esa situación, donde una parte de la boleta de un partido logra un desempeño muy superior a otra fue parte de lo que explica el triunfo de Macri en esa elección. Abandonado Macri a su suerte, tal vez el triunfo de Scioli en la provincia hubiera sido mucho mayor, y los resultados nacionales, influidos por la figura de Vidal, también. Pero Vidal salvó a Macri. En algún sentido, es como decir que Macri se salvó a sí mismo, porque Vidal sin Macri no hubiera estado allí.

En el año 2017, las encuestas atribuían una diferencia muy grande a favor de Cristina Fernández de Kirchner y en contra de Esteban Bullrich en la provincia de Buenos Aires. Si esa diferencia se hubiera producido, el gobierno de Mauricio Macri hubiera surgido muy debilitado de aquellas elecciones. Sin embargo, las encuestas, al menos la mayoría de ellas, no tuvieron manera de prever un fenómeno difícil de medir: la irrupción de Vidal en el final de la campaña emparejó las cosas en las PASO y, luego, las invirtió en la elección general. En 2015, un candidato a presidente fue rescatado por una candidata a gobernadora. En 2017, la figura salvadora ni figuraba en las boletas.

La principal incógnita de las elecciones que se realizan el próximo domingo es si ese influjo, el de Vidal, sigue tan potente o fue debilitado por la pertenencia de la gobernadora a un proyecto cuya gestión económica es rechazada, con justicia, por una enorme mayoría. Esa duda es la que altera los nervios de los principales encuestadores. El destino de Macri y, por ende, el de toda la elección depende de datos que no son fácilmente medibles. Maria Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires y Horacio Rodríguez Larreta en la Capital tienen 10 puntos más de intención de voto que Mauricio Macri. ¿Cómo votarán los porteños y los bonaerenses?

Si lo hacen guiados por la boleta presidencial, la distancia entre Fernández y Macri será mayor. Si, en cambio, buscan la boleta de gobernador bonaerense o de jefe de gobierno porteño, eso aumentará las chances de Macri. ¿Y si cortan boleta? ¿Cuantos elegirán según el candidato a presidente, cuántos según el candidato a gobernador y cuántos harán bricolaje? No hay manera de medir eso certeramente y es un dato clave para deducir la diferencia final entre Fernández y Macri, que será el resultado central de las PASO.

El próximo domingo sucederá algo extraño en la Argentina. En apariencia, se realizarán elecciones. Pero no se elegirá nada. Esas elecciones, en teoría, sirven para resolver las candidaturas de cada partido, pero eso ya está resuelto porque hay un postulante por cada uno de ellos. Se podrían haber suspendido y no pasaría nada.

Sin embargo, de las urnas saldrá un resultado. Y de ese resultado se podrá deducir si Alberto Fernández logra una distancia indescontable –siete puntos, por ejemplo– o si todo terminará en una segunda vuelta de resultado sumamente incierto. Esa diferencia es la que resulta muy complicado de pronosticar porque no se puede saber la potencia del efecto Vidal o, en menor medida, Rodriguez Larreta.

El rol de Vidal será aun más pronunciado en los meses que siguen, si los números muestran una diferencia pequeña, menor a cinco puntos por ejemplo, entre Fernández y Macri. Muy probablemente, el 11 de agosto Axel Kicillof supere en votos a Vidal.Desde ese momento, la campaña oficialista se centrará en que Vidal retenga la provincia.Intentarán transformar la elección presidencial en un plebiscito sobre Vidal. Macri, una vez más, se refugiará detrás de su discípula y podrá ser beneficiado por su desempeño.

María Eugenia Vidal, de campaña en Olavarría

María Eugenia Vidal, de campaña en Olavarría

Esa dinámica expresa las dificultades que existen en la relación entre el presidente Macri y la sociedad que intenta conducir. En 1992, Bill Clinton llegó a la Casa Blanca con una campaña guiada por un eslogan que se hizo célebre: “Es la economía, estúpido”. En las décadas anteriores, los demócratas habían sido derrotados en elecciones en las que ellos defendían valores morales mientras que los conservadores hablaban de economía. Clinton, asesorado por el talentoso James Carville, decidió que debían pelearle a los conservadores en su propio terreno: los demócratas debían demostrar que eran tan buenos en economía como los republicanos. Y así ganó.

Macri está intentando en estos días el recorrido inverso. “No es la economía, estúpido”. Ya que su economía es tan mala, deja que otros sean los candidatos que lo sostengan: Horacio Rodríguez Larreta puede hablar de infraestructura y Vidal de “lucha contra las mafias”. ¿Y el Presidente? Sólo aparece en actos donde está resguardado, como el de ayer en la Sociedad Rural. Apela a metáforas un tanto vagas, como la de la mitad del río. Y no concede ningún reportaje, ni mucho menos una conferencia de prensa. Cuanto menos se hable de él, mejor.

Uno podría preguntarse, entonces, por qué no cedió su candidatura a las figuras más populares de su propio espacio. No era el mejor candidato. Su gestión es rechazada por la mayoría. ¿No era obvio ese movimiento? La decisión de Macri de ir por la reelección en estas condiciones es muy reveladora del orden de prioridades del Presidente. En última instancia, Vidal es quien es gracias a Macri y viceversa. Eso es así desde el 2015 y no se ha modificado.

Por la misma razón por la que Macri prefiere que no se hable de economía, Alberto Fernández intenta que ese tema ocupe un lugar central. Esta semana pareció lograrlo, cuando dijo que no pagaría los intereses de las leliqs. Pese a que rápidamente se desdijo, luego aceleró con críticas certeras al funcionamiento de la economía macrista. Por unas horas, puso al Gobierno a la defensiva. Todo eso iba bien hasta que Fernández se enredó en una discusión pública con Sandra Pitta, una científica que había firmado una declaración a favor de Macri y estaba siendo hostigada en las redes. El brulote de Fernández, que se suma a una cadena de episodios similares cuya gravedad él no percibe, volvió a ubicar la campaña en el terreno que más conviene a Macri.

Esto último, como tantas veces en la campaña, salvó al Gobierno de tener que responder sobre su punto más débil: la economía. Es una pena. Porque es cierto, como señala Fernández, que la economía nacional deriva cada vez más recursos hacia la especulación financiera y que eso ocurre debido al plan económico que Macri puso en marcha en el 2015. La “bola de Leliqs” empieza a ser una nueva amenaza para la estabilidad de la economía. ¿Cómo va a solucionar el presidente el problema que él mismo creó? ¿No correspondería, en un clima republicano, que diga algo, en lugar de protegerse detrás de otros candidatos, o solo se exprese sobre temas distintos a aquel en el que, ostensiblemente, falló?

En unos días, más allá de todo esto, se conocerá hacia qué costado se inclina la sociedad argentina. Desde el año 2008, una sólida mayoría social tomó la decisión de correr al kirchnerismo del poder. Por las razones que fueran –corrupción, agresividad hacia los disidentes, inflación, la tragedia de Once, cepo–, una y otra vez, esa voluntad se manifestó, en 2009, 2013, 2015 y 2017. Solo en 2011, el impacto de la muerte de Néstor Kirchner logró quebrarla. El próximo domingo habrá un claro indicio sobre si esa mayoría aún existe y si esa decisión se mantiene incluso al alto costo de reelegir un gobierno que empobreció a la sociedad. O si, en cambio, la mayoría decide frenar al Gobierno, al alto costo de perdonar la corrupción y el clima persecutorio que implementó el kirchnerismo en los tiempos en que la presidenta era la poderosa mujer que eligió a Alberto Fernández como candidato y reitera que nada ha cambiado en su alma cada vez que aparece en público.

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