Golpe tremendo para el Gobierno, por la extensión territorial y por el volumen inesperado de la derrota. Capital enorme para Alberto Fernández y Cristina Kirchner que pone una definición en primera vuelta a tiro de piedra. Con esa diferencia de quince puntos en las urnas, asoma sin demora un verdadero desafío sobre el largo recorrido de 77 días que separa este domingo de las PASO y el domingo 27 de octubre: el mensaje político del voto y las reacciones inmediatas del oficialismo tendrán impacto en la economía.

El escenario abierto ahora muestra un factor conocido y siempre inquietante –el cronograma electoral que impone este largo lapso entre primarias y elecciones generales- y la peor combinación que podía imaginar el Gobierno aún en sus hipótesis de derrota: a la diferencia de quince puntos, se agrega que el registro del Frente de Todos no sólo estuvo por encima de los 40 puntos sino también que escaló por arriba de los 45, línea tras lo cual se borran las chances de balotaje.

Los resultados colocan en zona remota la posibilidad de hilvanar apoyos por afuera del núcleo electoral sostenido ayer por el oficialismo, que araña un tercio del electorado, aún en la perspectiva de una mayor participación de electores, que además ayer estuvo en altos niveles. Al mismo tiempo, en espejo, fortalece el compromiso de los jefes territoriales peronistas –gobernadores e intendentes- con su fórmula presidencial. No por nada el agradecimiento a ellos fue expreso en el discurso con que Alberto Fernández cerró el domingo, perfilado como mensaje moderado que incluyó un llamado a la “tranquilidad” al parecer destinado a los “mercados”.

Algo de eso había sido aludido por Mauricio Macri, que tuvo un cierre de comicio amargo y difícil: admitió la derrota antes de que fueran cargados los resultados en el sitio oficial del escrutinio provisorio. Y agregó dos pasos: una conferencia de prensa para tratar de asimilar la caída, como mensaje, y conversaciones urgentes con su equipo, para empezar a perfilar cómo encarar este lunes y lo que sigue en dos meses y medio.

Cuando dejaban el centro electoral oficialista, apenas después de la exposición de Macri y la difusión de los datos contundentes de las urnas, algunos referentes rumiaban enojos viejos y nuevos: el último, por la insistencia de Marcos Peña y Jaime Durán Barba en afirmar un pronóstico optimista que minimizaba la perspectiva de derrota y hablaba de posibilidades de empate y hasta de éxito. Esas cifras –en medio de sondeos que terminaron errando por mucho o muchísimo- contrastaba con la cautela, y en algún caso el escepticismo, de otras oficinas políticas y también de La Plata. Nadie, por supuesto, pensaba en una diferencia de quince puntos.

Pero el clima interno fue variando incluso entre las primeras horas de la tarde y el agobio de la noche de ayer. Los primeros reproches aludían a medidas no adoptadas en materia económica o adoptadas tardíamente, fuera de la contención del dólar, y agregaban especulaciones –contrafácticas, se diría hoy, aunque no anulen la discusión- sobre los costos de haber rechazado alternativas en los momentos más críticos del Gobierno: el rechazo al “Plan V” pero sobre todo, el bloqueo al adelantamiento de las elecciones en Buenos Aires, que empujaban desde La Plata. María Eugenia Vidal enfrentó la campaña con esa carga, nunca asimilada del todo en su equipo y revivida en estas horas.

El foco de las preocupaciones, sin embargo, creció en la medida que se iban conociendo las cifras que exhibía el sistema propio de mesas testigo en la provincia de Buenos Aires y a escala nacional. Ya a las ocho de la noche daban cuenta de los alcances de la derrota de Macri y de Vidal.

fuente. infobae

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