Lo contó sin filtros y en cámara ante Jorge Rial, con dolor y arrepentimiento. “Le hice caso porque para mí era Gardel”.
“La droga te vuelve un ser oscuro”.
(Cacho Castaña, al cumplir 73 años)
Jueves 15 de agosto. Programa Intrusos. Jorge Rial. Bomba. Cacho Fontana (Norberto Palese), se desnuda en cámara:
-El hombre que me inició en la droga fue Aníbal Troilo.
Silencio. Asombro. Y siguió: “Yo tenía una audición en Mar del Plata, y pasé por donde estaba Olmedo, caído… (Nota: 5 de marzo de 1988). Y ahora voy a contar algo muy particular. En aquel tiempo era muy lógico que vieras a Pichuco… con una alegría superior. Tenía un paquetito, y le pregunté qué era. Me contestó: ‘Mirá, acá tenés que aspirar, no hay que soplar”‘. Insistí: ¿Para qué es? ‘Para que veas las bujías con más potencia’. Y bueno: así empezó una etapa de mi vida…
Rial: –¿Consumiste alguna vez?
–Sí, en ese momento. Tal vez no se lo perdone nunca a Troilo…
Rial: –¿Él fue el que te hizo entrar?
–Era muy grande como para que yo dijera que no. ¡Era Gardel para mí! Yo tenía que asumir todo lo que él hiciera. Porque después vinieron otros. Para mí siempre fue una distracción…
Rial: –¿Era recreativo?
–Se acentuó con Marcela…
Marcela es Marcela Tiraboschi. Ambos, protagonistas de un escándalo en un hotel por horas. Ese episodio policial interrumpió la carrera de Fontana por largos años. “Me escondí de todos por vergüenza”, dijo más de una vez. Perdió todos sus bienes. Tito Lectoure, el amo del Luna Park, lo sostuvo anímica y económicante.
-No tengo porqué negarlo -siguió Fontana-. Éramos muy felices. Un encuentro muy fuerte. Por dentro era una mujer muy normal. La conocí en un programa de Gerardo Sofovich. El mismo día en que salimos despertó el indio, el hombre. Bueno, así es la vida…
El bandoneón de Troilo
Aníbal Troilo, por buen nombre “Pichuco”, perdió a su padre a los ocho años. Sobre se tumba, le prometió estudiar bandoneón. Seis meses después, su maestro, Juan Amendolaro, le dijo:
–Andáte, pibe. Ya no hay nada que pueda enseñarte.
Se fue. Y siguió una vida única. De genio, de luz, de sombras…
Su mujer de casi toda la vida, Dudul Kalacci, nacida en Grecia, porteña hasta la médula, Zita de eterno sobrenombre (murió en 1997, veintidós años después de Pichuco), dejó caer una frase memorable en una de las noches del Bandonéon Mayor en el mítico boliche tanguero Caño 14, todavía en Talcahuano al 900 antes de mudarse al corazón de la Recoleta: “Hoy va a tocar como Dios. Siempre toca como Dios cuando más cerca está del Diablo”.
Con otras palabras pero el mismo significado, el gran bandoneonista Raúl Garello lo definió:
–En esa carrera de obstáculos que es la vida, Pichuco quemó las velas por las dos puntas, como Charlie Parker, como Miles Davis, como otros grandes…
Pero nada como la más simple y cruda confesión de Troilo:
–No vivo como debería hacerlo, sino como me sale. El peor enemigo de Troilo soy yo.
Alguna vez, el poeta Julián Centeya lo bautizó como “El bandoneón mayor de Buenos Aires”, una frase feliz que involuntariamente opacó las otras dos grandes condiciones musicales de Pichuco: la de compositor y la de director.
Sobre lo primero, vale evocar algunas de sus composiciones: Barrio de tango, Pa’ que bailen los muchachos, Garúa, María, Sur, Romance de barrio, Che bandoneón, Discepolín, Responso, Patio mío, Una canción, La cantina, Desencuentro, Toda mi vida o La última curda.
Y el director fue la suma de toda su personalidad. Troilo director era el equilibrio, una suerte de armonía budista entre la guardia vieja y la vanguardia. Tan lejos del estridente chan chán tradicional como de las incomprensibles disonancias elitistas. Tuvo grandes arregladores, a los que respetó en sus orquestaciones, pero siempre se reservó el derecho de usar su famosa gomita de lápiz, con la que desechaba algunos compases que no se ajustaban a su sensibilidad. Para él escribieron Piazzolla, Argentino Galván, Raúl Garello, Ismael Spitalnik , Emilio Balcarce, Roberto Pansera, Eduardo Rovira, Héctor Artola y Julián Plaza…
Un periodista se atrevió a escribir sobre sus excesos: “A Zita le compitió domar los monstruos que habitaban en Troilo, controlar los excesos —también los de bondad y generosidad— y vigilar el entorno del ídolo”.
Pero viejo es el viento de la cocaína, y todavía sopla del modo más trágico, más letal más demoníaco: el narcotráfico…
Vaya una vuelta por los viejos tiempos. El tango Los Mareados, 1942, Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo: “Rara, como encendida, te hallé bebiendo, linda y fatal (…) Pena me dio encontrarte, pues al mirarte, yo vi brillar tus ojos, con un eléctrico ardor”.
La pura verdad: el tango se llamó, al principio, Los Dopados (clarísimo…). Era instrumental, pero Troilo pidió letra. Y el cambio de Mareados por Dopados respondió a las restricciones que una sucesión de gobiernos militares prePerón –lo mismo hizo Franco en España con las películas: los amantes eran amigos o primos– asesinó el lunfardo y el sentido de muchas letras.
El tango-canción A Media Luz (Edgardo Donato y Carlos Lenzi), de fina letra prostibularia, dice: “Hay de todo en la casita, almohadones y divanes, como en botica… cocó”
Tiempos Viejos, 1926, Manuel Romero, es de palmaria crudeza: “Eran otros hombres, más hombres, los nuestros… No se conocía cocó ni morfina”.
Cacho y la droga
“A los 17 y 18 años un hombre muy importante de la historia argentina sacó un papel y lo abre y eran todas luces blancas, eran estrellas y una llave. Con esa toma una porción y yo aspiré”, dijo hace unos años frente a Jorge Rial Fontana sin revelar el nombre del hombre que lo inició.
“La droga me acercaba al poder cultural. A mí me permitió acercarme a lugares muy particulares en la historia argentina y niveles que no estaba cercanos para mí”, afirmó.