El tablero de ajedrez y sus 64 cuadros han sido a lo largo de la historia mucho más que el terreno de disputa de un juego, quizá el más genial y enigmático que el hombre haya creado. Fue el teatro de enfrentamientos memorables, que iban más allá, mucho más allá, de la disputa en sí. Bobby Fisher, inolvidable ajedrecista americano con vínculos con la Argentina, y Boris Spassky, soviético él, protagonizaron el legendario Match del Siglo en 1972, con la guerra fría en su apogeo, así como dos décadas después Anatoly Karpov y Garry Kasparov representaron a la vieja URSS y la Perestroika de Gorvachov, en partidas que paralizaron al mundo a ambos lados de la Cortina de Hierro, no sin escándalos en el medio.
Aquí, en otro juego y otro contexto histórico, los últimos superclásicos han producido ondas de choque, polémicas y pleitos de alcances históricos, desde el gas pimienta hasta la final en Madrid que reíte del peón cuatro rey.
No se sabe bien cuándo fue que un River-Boca pasó a tener rango ministerial, quizá como todo fue un proceso continuo de aumento en la volatilidad (para usar un término en boga), que un día a Ramón Díaz lo echaron por perder un clásico de verano, otro a Boca lo sacaron de la Libertadores porque sus hinchas emboscaron al rival en plena Bombonera.
Y acá estamos. Este domingo se juega el primer clásico después de la final de Madrid, pero toda esa efervescencia se expande hasta los otros dos partidos que se jugarán el 1 y el 22 de octubre, por la semifinal de la Copa. Y tanto Marcelo Gallardo como Gustavo Alfaro mueven sus piezas y acomodan sus jugadas en esos dos planos, estratégicamente unidos uno con otro, porque lo que pase este domingo tendrá consecuencias en los otros duelos.
Veamos: el entrenador de Boca es un entrenador metódico, que analiza con anticipación cada decisión que va a tomar, que eventualmente revisa y modifica cuando lo inesperado se presenta. Lechuga, seguramente, ya tiene clara la táctica y la estrategia para los tres partidos. Y sabe bien cuál es la prioridad: sin desconocer la importancia del duelo de mañana, la madre de todas las batallas es eliminar a River de la Copa (de hecho, para eso lo trajeron). Eso significa que el verdadero plan, el efecto sorpresa (¿poner tres cincos, apostar por un tapado?), estará reservado para esa ocasión. Igual no deja de jugar al suspenso: ayer en la práctica en Casa Amarilla había más vigilancia de la habitual. Alfaro sabe que la formación para el domingo no será ésa (aunque no se esperan grandes modificaciones), y por eso hoy habrá otra práctica a puertas herméticas en el complejo de Ezeiza. Porque todos saben que lo que pasa en Ezeiza queda en Ezeiza.
Marcelo Gallardo, se sabe, esconde el equipo de la misma forma para un partido con Boca o para un picado de la Fundación Pupi. El Muñeco tiene varios tocados (Nacho F, Matías Suárez, Ponzio…) y tan cierto es que seguramente los preservará por el escaso tiempo de recuperación entre el partido ante Cerro y el de Boca, como que ponerlos en la cancha los expone a una lesión muscular que pueda dejarlos afuera de los duelos de octubre.
Si Alfaro guarda un par de dudas para mañana, anticipar una formación de River es aventurarse a lo desconocido. El historial del Muñeco en River, y en particular en los superclásicos, es abundante en cuanto a sorpresas, golpes de timón y cambios estructurales que no anticipó nadie, y eso que entre los periodistas que cubren River hay sabuesos de primer nivel. Basta recordar el esquema con tres defensores en la final de ida de la Copa 2018. Por eso, ya están los alfiles y los peones, las torres y los caballos, los reyes y las reinas. Gallardov y Alfarov se miran con desconfianza.
¿Quién lleva las blancas?
fuente. olé