Un padre que durmió una siesta en el momento incorrecto. Agotado, en un viaje en tren de Misnk a Asipóvichy (Bielorrusia), descansó cuando iba con su hija, pero cuando abrió los ojos la niña de 4 años ya no estaba.
Era 1999 y desde entonces Viktor Moiseenko no pudo volver a dormir tranquilo. Junto a su esposa, Lyudmila, emprendieron una desesperada búsqueda por su hija. Incluso, fueron investigados como posibles sospechosos, pero sin la aparición del cuerpo no había ninguna prueba sobre un supuesto delito.
“Tomamos cada tren ida y vuelta, preguntando a los pasajeros si habían visto a Yulia, revisamos tiendas, pasillos, casas abandonadas, todo. Era una tortura vivir con el dolor en el corazón de no saber qué le pasó a nuestra hija“, recordó la madre.
Eventualmente, tuvieron que mudarse. Aunque eso reduzca las posibilidades de un eventual retorno a casa, les era muy difícil estar en una vivienda llena de recuerdos de Yulia. Cada señal los atormentaba. “Odiábamos estar cerca a las vías del tren. Dos años después, nos instalamos en una zona sin trenes ni estaciones”.
Misterio
Poco se sabe sobre lo que le pasó a la niña en las primeras horas tras su desaparición. Ella no tiene claros los recuerdos de ese día. De alguna forma, fue llevada a Rusia por una pareja desconocida que, en el papel, la secuestró.
Aunque ahora la memoria le es esquiva, en ese entonces declaró que durmió con los adultos en casas abandonadas, escondiéndose de la policía. Aparentemente, la llevaron a través de la frontera sin tener pasaporte. Lo cierto es que un policía la encontró sola en una estación de tren de Riazán, una ciudad rusa a casi 900 kilómetros de Asipóvichy, la ciudad donde se le perdió el rastro.
Fue llevada a un orfanato, donde se notaba que no era de la zona. “Me dijeron que hablaba con acento de Bielorrusia, y usaba palabras diferentes para algunas verduras. No sé por qué los policías no prestaron atención cuando buscaban a mi familia“, indicó Yulia. Evidentemente, las consultas realizadas en la región no dieron con los desesperados padres.
Tras seis meses en el centro infantil, fue adoptada por Irina y Oleg Gorin, quienes tenían dos hijos y querían una hija.
Una vida de preguntas
A Yulia nunca se le ocultó su historia y ella nunca abandonó la esperanza de saber qué había pasado. “Siempre estaba buscando datos de mi familia, tratando de encontrar alguna pista, pero nada“.
La investigación también continuaba en Bielorrusia. En 2017, el caso fue reabierto por la policía, que volvió a posar sus sospechas bajo los padres, quienes fueron sometidos a un detector de mentiras. “Todavía estoy esperando por Yulia, ahora tiene 22 años. Creo que está viva y la volveremos a ver”, declaró entonces la madre. Tenía razón, pero todavía no lo sabía.
Por su parte, la curiosidad nunca se alejó de Yulia. Le contó su historia a su novio, Ilya Kryukov, quien también quedó intrigado por el relato. Y además, tuvo más suerte: su renovada búsqueda por internet le dio resultados y encontró el caso de una niña que desapareció en la misma época que su pareja.
Ella ya había tenido algunas pistas falsas, pero cada nueva oportunidad renovaba la ilusión. “Me puse a leer y me di cuenta que muchos datos eran iguales. Comencé a llorar“, recordó.
Sin embargo, el resto no fue tan fácil. Encontró a quien se supone que era su padre biológico en las redes sociales. Le escribió. Pero no hubo respuesta. Pasaron los días y no sabía nada de él. La pena le llenaba el alma, en lo que parecía un nuevo camino sin salida. Lo que no se imaginaba es que él no sabía cómo responder a los mensajes.
Así, un día recibió una llamada. Era una mujer que le dijo sin tapujos: “Hola. Mi nombre es Nadya. Soy tu hermana mayor y estoy muy feliz de que te hayamos encontrado“.
Otra vez las lágrimas, pero ahora de alegría.
20 años después, el reencuentro
“Me pasó con mi madre, que estalló en llanto. Me pidió que le agradezca mucho a mis padres adoptivos por cuidarme todos estos años”, añadió.
Un examen de ADN despejó las escasas dudas y el esperado reencuentro se produjo en Misk. “Ni siquiera podíamos hablar, solo llorábamos y nos abrazamos. Hizo que me siente en su regazo como si fuese una niña“, contó Yulia.
Por su parte, su madre destacó: “20 años es toda una vida, pero nunca perdimos la esperanza”. La conversación se prolongó hasta las 3 de la mañana, cuando la joven y su novio tenían que volver a Rusia.
Antes de irse, Yulia caminó con su padre por la misma estación donde desapareció. “Me rogó que lo perdone por lo que pasó. Por supuesto que lo perdoné”.