Escritores contra la pandemia | El escritor Miguel Ángel Figueroa también se sumó a la iniciativa literaria y solidaria de Diario Cuarto Poder, para ayudar a las personas que están en cuarentena a pasar este mal momento con Literatura.
Juegos macabros
Utis no tenía dinero. Utis no conseguía trabajo. Se estaba cumpliendo lo que le habían augurado las cartas del tarot: “no vas a hacer nada después de egresar de la escuela secundaria”. A un tío, llamado Ciro, en los años 60 una gitana le había dicho que nunca se casaría y se había cumplido esa profecía. Esto se contaba frecuentemente en la casa de los parientes del tío Ciro.
Mientras deambulaba sin rumbo por la ciudad, pensaba en los destinos fatídicos y en las pocas ganas de entrar a una entrevista laboral. Iba y venía por la misma calle. No sabía que su suerte cambiaría. Finalmente entró a la entrevista que le había conseguido un amigo de su padre en el canal local. Salió contento del lugar. La vida sufrida, que padeció durante su infancia, hizo que lo contrataran inmediatamente. Estaba en el Brother pequeño, uno de los tantos programas donde se muestran las bajezas del ser humano. Lo cual le importaba muy poco.
Se dirigió a su departamento, preparó algo de ropa y desde la puerta sólo le dijo a su padre, quien estaba sentado en el sillón viendo un reality show, que volvería dentro de 6 meses: “te veo cuando pase el invierno, voy a traer dinero a la casa.” Eso fue lo último que dijo el viernes 13 de marzo. Su padre no respondió. Era un mal presagio. Utis se fue preocupado porque según la tradicional familiar el saludo de los padres es lo más importante, sobre todo si sabés que no vas a volver.
Eran 14 los participantes, 7 varones y 7 mujeres. El juego ofrecía 10 millones de pesos. Una verdadera fortuna para un país cuyo dinero se devaluaba cada día. El programa ya era conocido (hasta aburrido). Se sabía cómo tenían que jugar las cartas, sólo que cada año que transcurría los creadores salían con un domingo siete para que la audiencia creciera. En la gran casa, todos tenían su estrategia: la mayoría pensaba hacerse amigo del otro para después mandarlo al cadalso. La minoría hacía la suya sin ayudar a nadie. Así pasaron los días. Llevaban una semana y se estaban matando entre ellos, cada vez se tornaba más peligroso el juego, los participantes se volvieron sanguinarios. Lo que ellos no sabían era que un enemigo microscópico había llegado al mundo, que un virus estaba devastando su planeta.
Los productores no sabían si darles la noticia puesto que podría ser la última oportunidad de ver a sus padres, amigos, amantes, etc. Otro conflicto se generó entre la gente que estaba afuera: unos opinaban no comentar a ningún participante las noticias del exterior; otros se veían en la necesidad ética de sacarlos de ahí.
La situación iba empeorando cada día. La televisión no hacía otra cosa que mostrar informes de todas las pestes que asolaron el mundo y de hacer análisis minuciosos de literatura profética. El caos reinaba. La gente estaba muriendo como en la Edad Media. Los de adentro se estaban aniquilando, los de afuera debatían y se peleaban porque estaban en un verdadero dilema: sacarlos o no sacarlos.
El mundo vivía en cuarentena y los chicos de Brother pequeño también. El dueño del canal, que demostró ser una persona detestable, ordenó dejarlos en la jaula como unas gallinas que podía controlar a piacere. Lo que no tuvo en cuenta el dueño fue una mano negra que tiró un papel que decía lo siguiente: “Nos estamos muriendo, un virus está matando. No es broma. Uno de los suyos murió”. Esta especie de telegrama lo leyó un participante en voz alta. El pánico reinó en la casa. Algunos comenzaron a correr y gritar como locos, otros huyeron de la casa. Utis, que tenía los ojos desorbitados, recordaba que no había escuchado las palabras sabias de su padre. Utis agarró una soga y se fue adentro.
Datos del autor
Miguel Ángel Figueroa es licenciado en Letras (UNT), lector, escritor y coordinador del taller de lectura El espacio de Epicuro.