“Era como si fuéramos extraterrestres del espacio exterior”, así describe Jack Wheeler el increíble momento en que los “Auca desnudos”, una tribu amazónica aislada en la selva. Era la primera vez que hacían contacto con el mundo exterior, un situación extraordinaria que sucedió hace 48 años pero recién ahora se conocen las fotografías.
Jack Wheeler, un norteamericano ahora de 76 años, encontró diapositivas perdidas en su desván de su casa en Portugal. Aburrido por la cuarentena hizo lo que millones en el planeta, ordenar. Y en esa tarea descubrió uno de sus mayores tesoros como explorador. Ahora, las compartió con la sección Viajes del medio británico The Daily Mail.
En 1972
Las fotografías, tomadas en 1972, muestran el “verdaderamente extraordinario” encuentro de un joven Wheeler -por entonces estudiante y apasionado explorador- con una familia de la tribu “Auca Desnuda” después de que aterrizara en la densa selva amazónica en un pequeño helicóptero.
Aún conmovido por el recuerdo de las anécdotas, Wheeler contó cómo fue el momento: “Nunca antes habían visto papel o metal. Cuando bajamos del helicóptero nos miraban, a mí y a mi piloto, como si fuéramos extraterrestres que veníamos del espacio exterior”.
Aún conmovido por el recuerdo de las anécdotas, Wheeler contó cómo fue el momento: “Nunca antes habían visto papel o metal. Cuando bajamos del helicóptero nos miraban, a mí y a mi piloto, como si fuéramos extraterrestres que veníamos del espacio exterior”.
Primero, como curioso
El aventurero conocía la selva de Ecuador. Se aventuró por primera vez allí en 1960 como un joven curioso con un gran interés en la antropología y años después volvió y vivió esté asombroso momento. “Yo era un estudiante de primer año en la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles) estudiando antropología y leí un artículo en una revista sobre un doctor en medicina que vivía con el pueblo indígena Jivaro en Ecuador que quería aprender acerca de las plantas que la tribu usaba para encoger la piel de la cabeza humana a ver si servía para reducir los tejidos cencerosos”, cuenta Wheeler.
“Eso me fascinó, así que me puse en contacto con él y me invitó a pasar el verano de 1960 con él y los Jivaros que conocía. Terminé quedándome en la selva con el clan, una la familia de un tipo llamado Tangamashi”, explicó sobre su primera aventura de este tipo.
Doce años después, ya como estudiante de doctorado en filosofía en la Universidad del Sur de California, decidió regresar a Ecuador y visitar a su viejo amigo Tangamashi y fue entonces cuando ocurrió su encuentro con la tribu no contactada.
El episodio, cuenta, fue fortuito. Wheeler soñaba con viajar por el río Napo, cerca de donde se alojaba, hasta el punto en que se encuentra con el río Amazonas en Perú. Pero su amigo Tangamashi le advirtió que no hiciera el viaje, porque podría encontrarse con los Aucas desnudos. “Incluso los cazadores de cabezas más famosos del mundo tenían miedo de los Aucas”, le advirtieron.
Es que los Aucas eran temidos por matar a cualquier forastero lo suficientemente tonto para entrar donde vivían, y habían ganado notoriedad mundial en una historia de la revista Life de su asesinato de cinco misioneros evangélicos en 1956.
A pesar de haber sido advertido contra la expedición al río, Wheeler salió en una canoa motorizada y contrató a un barquero local.
Cuando bajó el río y se acercó a la frontera con Perú, se encontró con un grupo de hombres americanos empleados por Western Geophysical para encontrar depósitos de petróleo y gas. “Estaba desconcertado y confundido de que ellos estuvieran allí y no sintieran miedo de los Aucas, pero me explicaron que el pueblo Auca estaba muy disperso y aislado, viviendo en pequeños campamentos de una sola familia grande, no había aldeas o una gran tribu”, detalló.
Mientras hablaba con ellos, el piloto del helicóptero que usaban los trabajadores petroleros, Tony Stuart, llegó a tierra dijo que sabía dónde podían estar algunos de estos campamentos Auca.
“Con una cerveza fría en el comedor -¡mi primera cerveza fría en mucho tiempo!-, Stuart me dijo que una tormenta de lluvia lo sacó de su rumbo. Se topó por casualidad con una cabaña de Auca. Me dijo que nunca la habría visto de otra manera y que sólo vio una cabaña con un pequeño campo plantado cerca de ella. Dijo que los rodeó en su helicóptero y que los hombres le lanzaron lanzas”, siguió narrando su aventura.
“Antes de irse se aseguró de marcar donde vivían los Aucas y cada vez que volaba sobre ellos, los saludaba con una gran sonrisa para mostrarles que no quería hacerles daño. En su tercer viaje por encima del campamento, los Aucas empezaron a sonreír y a saludar y en el siguiente viaje no podía creerlo ya que habían despejado un lugar plano para que aterrizara. Incluso le pidieron que bajara y aterrizara”.
Wheeler le preguntó a Stuart si había aterrizado en el campo de Auca, pero el piloto del helicóptero dijo que no lo había hecho porque estaba solo y había oído hablar de otros hombres blancos que habían sido atacados y dejados con “desagradables heridas de lanza”.
Después de una segunda cerveza, Wheeler convenció al piloto de que lo llevara. Salieron unas horas más tarde y guardaron una escopeta en el helicóptero “sólo en caso de emergencia”.
“A Stuart le llevó un tiempo encontrarlo ya que la selva amazónica es realmente plana, vasta y sin rasgos, un océano de árboles”, pero después de unos minutos, allí estaba el campamento, tal y como lo había descrito.
“Aterrizamos, y los Aucas comenzaron a salir de la cabaña, había un par de hombres, varias mujeres, varios niños pequeños. Sólo unos pocos bajaron a vernos”, recordó. Y agregó aún conmocionado por la experiencia: “Nunca sonreí tanto en mi vida. Pero funcionó y pronto todos nos reímos juntos. No mostraron el más mínimo miedo o animosidad”.
“Éramos los primeros hombres blancos que habían visto y era como si fuéramos extraterrestres que venían en una nave espacial, literalmente del espacio exterior.
Wheeler estaba tan impresionado a más que ellos por la experiencia: “Ellos sabían lo grande que era el mundo, podían subir a la copa de un árbol y ver el horizonte, pero nosotros éramos de más allá”
El aventurero describe a la tribu como gente amigables y muy amable.”¡Pasamos un rato muy feliz!
En las imágenes aparece una con un bebé descansando en un cabestrillo y tomando el pecho. Tanto hombres como mujeres tienen el cabello largo aunque todos llevan un flequillo distintivo. Según contó Wheeler, “lo más probable es que utilizaran cristal de obsidiana natural, que se encuentra en los lechos de los arroyos y puede ser muy afilado, para realizar sus cortes de cabello”. Además, contó, todos tienen orejas estiradas, con grandes discos de madera alojados en los lóbulos, como “un signo de belleza”.
La tribu estaba “completamente desnuda”, con cuentas alrededor de sus cuellos y cintas en el pelo. La única prenda que tenían los Aucas era una tela hecha de fibras vegetales machacadas que las madres usaban para llevar a sus bebés.
Del asombrosos encuentro participaron tres madres, tres bebés, una abuela, un hombre adulto y un hombre mayor que parecía vivir en el campamento.
“Lo que más me impresionó es que pudimos comunicarnos con gestos y expresiones faciales que, creo, debemos tener incorporados genéticamente, si no no se entiende como logramos entendernos siendo este el primer contacto que tuvieron en su vida con el mundo exterior”, explica el antropólogo.
Como muestra de amistad, Wheeler y Stuart le dieron a los Aucas algo de cuerda, un hacha vieja y un pequeño machete. Y, según contó, estaban “asombrados” ya que nunca antes habían visto el metal.
Otro de los momentos más impactantes fue cuando vieron una caja de fósforos. “Estaban fascinados y mientras encendía un fósforo, “se emocionaron mucho” al ver el fuego en la punta de sus dedos.
Otro éxito fue una revista que los hombres tenían con ellos en la cabina del helicóptero. “La abuela la enroscó como si fuera algo precioso. Nunca habían visto el papel antes, mucho menos con fotos y colores en él”.
Sin preguntar, a cambio de sus regalos, los Aucas le dieron a Stuart un hacha de piedra hecha a mano y a Wheeler una cerbatana.
Wheeler y Stuart pasaron alrededor de una hora con los Aucas antes de despegar: “Sabíamos que había peligro, pero por eso nos quedamos poco tiempo y no tentamos a la suerte”. Más tarde confirmaron que fueron los primeros en entrar en contacto con este particular asentamiento de los Aucas.
“El territorio de Auca es muy grande. Los misioneros estaban lejos en la parte occidental. Estábamos en una zona completamente aislada en la parte oriental, cerca de la frontera con Perú. Más tarde hablé con los misioneros en la reserva natural de Limoncocha y me dijeron que nunca habían estado en esa parte del territorio de Auca, no conocían a nadie que lo hubiera hecho”, explicó el explorador.
fuente: infobae