Sergio Dalmasso heredó el negocio familiar de tener carruseles para niños. Así fue como vivió y formó una familia. Su abuelo comenzó en el rubro en 1950, siguió su padre y luego le tocó el turno a él, pero cuando llegó el coronavirus tuvo que cerrar y mientras fueron pasando los meses sin ingresos comenzó a vender sus pertenencias para lograr subsistir.

La primera vez que Sergio Dalmasso pisó una calesita fue la que tenía su padre en una plaza cerca de la estación de ómnibus en Rosario. Desde ese día su vida cambió. Hoy, con 58 años, Dalmasso es dueño de dos carruseles. Uno está ubicado en la ciudad de Funes y el otro en el parque nacional de La Bandera en Rosario. Sin embargo, desde que comenzó la cuarentena obligatoria tuvieron que cerrar. Nunca fueron habilitados para abrir las clasitas aunque Santa Fe se encuentre en Fase 5.

Desesperado y sin ingresos, Dalmasso tomó una de las decisiones más difíciles de su vida. Tuvo que poner a la venta los caballitos de madera del carrusel para poder subsistir a la crisis que lo atraviesa desde que el coronavirus llegó al país. “Es la única forma de tratar de aguantar por lo menos un mes o dos meses más”, dice Dalmasso desde su casa en la ciudad de Rosario. “La verdad es que ya no sé qué hacer”, se lamenta.

El contexto del coronavirus a Dalmasso lo fundió. Lo atraviesa una sensación de incertidumbre acompañada de miedo, tristeza e impotencia. “Cuando empezó todo esto pensé que íbamos a estar 40 días, pero el tiempo pasó y ahora ya no sé qué hacer. Vendí todo: vehículos, dólares, oro. Me deshice de todo y ahora no me quedó más que desarmar la calesita y vender los caballitos. Siento una tristeza enorme porque uno ya vivió crisis, como la del 89 o el 2001, pero esta es la primera que no te dejan trabajar. La primera vez que facturé cero”, cuenta acongojado.

“Somos patrimonio cultural a nivel nacional. Teóricamente nos tendrían que brindar ayuda, pero jamás recibimos nada. Entonces de la boca para fuera somos artesanos, cuidamos a los chicos, pero después no se dan cuenta ni de que existimos. En un principio puse en venta el carrusel, pero ¿quién iba a comprar una calesita hoy? Nadie. Entonces, la única solución que encontré fue vender los caballitos”, agrega.

“Acá abrieron todos los restaurantes, bares, hoteles, shopping y lo nuestro que es al aire libre, que es menos riesgoso, donde vos podés tener un protocolo tranquilamente, sigue cerrado. El problema es que no nos tuvieron en cuenta, no saben que existimos”, repite Dalamsso.

fuente: infobae

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