Por Fabián Seidán para Diario Cuarto Poder | En 2020 el consumo de carne vacuna cayó a los niveles más bajos de los últimos cien años y el 2021 pinta un escenario similar a menos que intervenga el Gobierno. Los precios en alza hacen inalcanzable el plato tradicional a la parrilla para la mayoría de las familias argentinas. Hay buenas y malas noticias.
El consumo de carne vacuna por habitante cerró el año 2020 en 49 kilos anuales, pese a que la faena creció. Fue el nivel más bajo del último siglo. Empresarios del sector reconocieron que el nivel de consumo por habitante viene en picada y que mucho tiene que ver el precio en góndola del producto y la caída de los salarios.
Desde marzo pasado la carne sufre aumentos cada cuatro meses, siendo el último en diciembre pasado, lo que llevó a acumular una suba anual del 78% (y más), dependiendo la zona de venta (la provincia, el comercio, si es carnicería de barrio, de centro o supermercado) y de los frigoríficos.
El doble que la inflación
El precio de la carne vacuna aumentó el doble que la inflación que fue del 36% en 2020. La gente pagó por los cortes de carne bovina en diciembre último un 78% más cualquier corte, respecto a igual mes del 2019, mientras la carne aviar y porcina subieron menos de un 60%.
La suba de precios no estuvo relacionada a la escasez del producto ya que, de acuerdo a datos oficiales, la producción de los tres principales cortes de carnes habría llegado a 6,04 millones de toneladas, unos 133,6 kilos promedio por habitante.
O sea que, aunque el sector incrementó su producción, los precios aumentaron por arriba de la inflación, en contraposición con los salarios que en 2020 no siguieron el mismo ritmo.
Los segmentos de clases media y baja son los que más debieron sustituir el consumo de carne roja por otro tipo de carne (pollo, especialmente) legumbres y pastas (fideos, arroz, polenta).
¿De quién es la culpa?
Los productores ganaderos culpan a los intermediarios y frigoríficos de la abultada suba de precios. Al respecto, remarcan que el valor del novillo vivo subió muy poco en 2020: en marzo el kilogramo de novillito vivo (animal de 200 kilos) se ubicaba en 150 pesos mientras que una vaquillona de 350 kilos se comercializaba a 120 pesos; en tanto que, hacia fin de año, el precio del novillito pasó a valer 180 pesos y el de la vaquillona 150. En ese ínterin, en las carnicerías se observaron precios tres veces más altos.
Por ejemplo, en una conocida carnicería del centro de Tucumán y otras de Yerba Buena, vendían el kilo de “costilla de la palomita” (corte tradicional para un buen asado) a 499 y 559 pesos el kilo; y el vació a 459 y hasta 500 pesos. Para hacer un asado familiar (cuatro integrantes) se necesita al menos 2 kilos de costilla y uno de vacío, medio kilo de chorizos y una morcilla (básico) lo que redunda en un gasto promedio de 2.000 (sin contar carbón, pan, ensaladas, bebidas).
El “Asado para todos” fue efímero
En diciembre último el gobierno nacional intentó ayudar a las familias argentinas a poder comer de nuevo un buen asadito y por eso lanzó por tres días (fin de semana antes de la Navidad) un programa que incluía a 1.600 bocas de expendio de todo el país para ofrecer cortes vacunos a un precio 30% menor al habitual: el asado de tira a $349, vacío a $459 y matambre a $479.
Pero se trató de una carne de menor calidad y por ende, de mucha grasa. Es que si la res es grande (vaquillona) sale un poco más barato el kilo de asado, pero si es de animales chicos (novillito) que rinden menos es más cara. Con la grande se puede tener el vacío a 480 o 510 pesos aproximadamente y el asado a 350 pesos, pero baja la calidad de la carne, obviamente.
La buena noticia
Desde la Fundación Mediterránea, Nicolás Torre trajo un poco de alivio para la gente y amantes del buen comer: el economista sostiene que es de esperar, por antecedentes y contexto que en un año de elecciones (en octubre se elijen diputados y senadores), se produzca alguna intervención o interferencia de parte del gobierno nacional en los mercados de carne, apuntando a contener o restringir volúmenes de exportación para direccionar volúmenes de venta a precios más accesibles hacia el mercado interno.
La mala noticia
De efectivizarse esa medida intervencionista a favor del consumidor interno no sería una buena noticia del todo. Porque si bien podría tener efecto positivos y ayudar a estabilizar y hasta reducir precios de la carne en el corto plazo en el mercado doméstico, sus efectos de mediano y largo plazos jugarían en contra ya que los precios serían más altos por caída de inversión y producción.
Carne para asado la que más subió
Según el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (IPCVA) en diciembre pasado el precio promedio de la carne vacuna registró un aumento mensual del 19,9% y del 74,8% interanual, sin embargo, el asado de tira que es el corte más popular, tuvo un incremento del 29,4% en el mes y del 93,1% durante los últimos doce meses.
A su vez, detallaron que los valores de la carne vacuna crecieron en diciembre un 21,6% en relación a noviembre último, en carnicerías que atienden en barrios de nivel socioeconómico alto. En los de nivel socioeconómico medio, los precios aumentaron un 18,4% y en los de nivel socioeconómico bajo subieron un 22,1%.
De carne (de pollo) somos
Y ante la estampida del precio de la carne de vaca, la gente indefectiblemente debió volcarse a la carne de pollo por su valor más económico y rendidor. En diciembre de 2019 una persona podía adquirir casi 3 kilos de pollo fresco entero que si compraba un kilo de asado. Eso llevó a que muchas familias en 2020 se vuelquen más al producto aviar.
Después de muchos años de pelear, el pollo se transformó en protagonistas en la mesa de los argentinos con casi 52 kilos por habitante por año. La carne de pollo siempre resulta una alternativa a la vacuna, por cuestión de precios, más en contextos de crisis económica.
Culpas compartidas
Pero no se puede culpar sólo a los ganaderos, intermediarios y frigoríficos de las subas de precios pues, en definitiva, para ellos es un negocio. Tiene culpa el mercado interno que es pobre frente a una demanda internacional ávida y mejor paga; tiene culpa el gobierno, por no disminuir la inflación ni generar las condiciones para que se invierta en haciendas y haya más certeza para la producción; tienen culpa los gremios, que no luchan por salarios dignos para que los trabajadores puedan atender sus demandas alimenticias como debe ser; y por último, tiene culpa el trabajador (y el desempleado), que no exige y se conforma con lo que le dan gremios, gobierno y mercado.
Lo cierto es que hoy, en el país de la carne, los argentinos sólo consumen 1 kilo de carne vacuna por semana. Y de asado, ni les cuento.