Letras de Fuego / Noticias. Se cumplen diez años desde la publicación del libro de haikus “Kimono azul”, de la escritora bonaerense Inés Cortón. Compartimos la visión del prologuista, el escritor y cineasta tucumano Fabián Soberón.
Sabemos que un libro perdura en el tiempo cuando el tiempo va sumando aniversarios que son recordados y le otorgan vigencia. Ese galardón no es para todos los escritores. Es por ello que conmemorar los diez años de “Kimono azul” es todo un logro.
El libro de haikus de la poeta y escritora bonaerense Inés Cortón ha pasado la barrera de la década con su profunda huella poética y es de absoluta justicia que se lo evoque en su dimensión absoluta.
Es por ello que en la presente nota refrescaremos lo que esa obra implica, en la voz del prologuista Fabián Soberón, colega en la creación literaria y profesional del cine, quien escribió el exquisito prólogo que compartimos a continuación:
La lenta flecha que roza el mundo
En Oriente, lejos de los suburbios argentinos, nació, por derivación, una forma poética enraizada en la tradición japonesa. Esa forma se llamó haikú y sembró montañas en los ojos y pálidos pájaros azules en el blanco de la página. El haiku tuvo descendencia rápida y, en cierto modo, lenta, en los afiebrados escaparates parisinos. Cuando los poetas franceses, como Apollinaire, se entusiasmaron con el fulgor heteróclito del exotismo, siguieron los pasos suaves y sinuosos de los poetas como Basho y sus discípulos. Los franceses extendieron el fuego y los ingleses, como el fascista Ezra Pound y el neocatólico Thomas S. Eliot, se ocuparon de encender la mínima llama vanguardista.
En lengua española, el fenómeno de la admiración parcial y de la imitación snob, llegó un poco después. Menos que una réplica, hubo una búsqueda de adaptar la perspicacia del género y la forma milimétrica y precisa. El primero fue José Juan Tablada, poeta y periodista mexicano que vivió pocos meses en Japón pero que siguió, de modo original (según entiende Octavio Paz), la huella de sus admirados poetas galos. Tablada fue considerado, al lado de los cultores clasicistas y modernistas, un perdido y chapucero ejecutor de ligeros versos irónicos. En esos años, sus detractores, no sabían que Tablada se estaba convirtiendo en el primer poeta de una larga tradición en lengua española.
José Juan Tablada publicó Un día… en 1919, primer poemario dedicado en su totalidad a la forma japonesa. Más adelante, siguieron los relativos experimentos de Machado y de García Lorca, que conforman un tímido eco de las episódicas sonoridades orientales.
Pero fueron Octavio Paz y Jorge Luis Borges los que le dieron peso y sostén al género en lengua española. Bajo la forma de la declarada admiración, siguieron los pasos del esquivo y vilipendiado José Juan Tablada y lograron, más cautos y con incomparable oficio, una versión no meramente idéntica y pedestre.
Sin ufanía, Inés Cortón se inscribe en esa tradición. Ella conoce a sus antecesores y entiende a la poesía no como mera forma sino como un episodio de la intimidad poética, como uno de los modos de la elegía: el canto sutil y sinuoso de la existencia humana. Sus poemas –podrían llamarse ecos del haiku o haikus existencialistas– se inscriben, entonces, en la larga búsqueda de concentrar la pregunta por el sentido de la vida en unas pocas líneas. Sus poemas no son haikus en sentido estricto pero beben del agua clara y perfecta del haiku. Más por la forma que por el tema, Cortón escribe la sombra de una huella y se declara oriental en sus pisadas pero no en su manera de ver el mundo.
El haiku, acaso el inimitable y gran poema del instante, tiene una medida exacta de sílabas: 5/7/5. Inés Cortón, menos preocupada por los alardes matemáticos, no cuenta las sílabas sino que pinta la aldea de la personalidad. Menos atareada en la aritmética, toma del haiku la lenta mirada fascinada y la contemplación filosófica de la realidad. Cortón escribe poemas del instante con la reflexión sintética del filósofo. Cerca del aforismo, lejos del poema teórico, cerca de la visión aguda y minuciosa, lejos del teorema sistemático, Inés Cortón rehúye de las formas canónicas y explora el delicado terreno de lo mínimo. Pero no rellena los huecos de la intimidad sino que explora los meandros de la noche femenina, los pesares, el hueco del mundo, el dolor sincero y hondo.
Cortón no alienta las duplicidades ni las formas monocordes sino que trastorna y hace fecundo el encuentro con la ambigüedad. Dice:
Tras las cortinas
silueta de mujeres.
Vida en penumbras.
La vida íntima no transcurre frente a la luz iridiscente de lo público sino en la curiosa oscuridad, en la penumbra tenue, en la negra silueta en penumbra.
El gran cultor del género en Japón fue Matsuo Basho. Basho no alterna la lectura/escritura de poesía con la contemplación de la naturaleza. Para el japonés, la poesía es la naturaleza (es una forma de la naturaleza) y la naturaleza es la poesía. Ambas se funden en el instante de la observación flechada por el lenguaje. Para Basho, el haiku es la concentración milimétrica en las palabras de la mirada y de lo que se ve. El haiku resulta de la síntesis, en el espacio y en el tiempo, del ojo del poeta y del objeto.
Para Cortón, el haiku no es el poema de la naturaleza. Es la flecha lanzada sobre el hombre y es la mirada demorada de la flecha cuando vuelve a los ojos del pensamiento. Los poemas de Cortón no son el encuentro entre el poeta y el campo sino que surgen del roce de las palabras con la superficie de los sentimientos. Escribe Cortón:
Si me condenas
al sofoco del odio,
seré de mármol.
Las palabras del poema aparecen en el hueco del silencio, en el pozo inalcanzable del sentimiento. El eco del haiku es la traducción del encuentro, en un instante de la contemplación, entre la mirada-pensamiento y las penurias del que mira. En la poesía de Cortón, ese encuentro acontece en un intervalo demorado y en un perímetro: el instante que dura la mirada y el perímetro que alcanza el ojo-pensamiento.
Para Basho el mundo es irreal. En la poesía de Inés Cortón, el mundo es más real a través de los ojos del poema. La poesía no es un espejo sino una lupa finísima y sutil del sentimiento. Las pasiones se abren cuando los ojos se cierran.
Los poemas de Cortón encienden el instante y en ese instante hay, al menos, una repentina aparición de algo que parpadea.
Fabián Soberón
Yerba Buena, Tucumán
1 de abril de 2013