“Estar en la cárcel es el infierno, no se lo deseo a nadie”, dice Alan Schlenker desde la Unidad 7 de Azul. El ex barrabrava de Riverestá preso desde hace más de dos años, condenado a doce años por el homicidio de un dealer y a cadena perpetua por instigar el crimen de Gonzalo Acro, asesinado a la salida de un gimnasio en Villa Urquiza en 2007.
Schlenker vivió en Belgrano y empezó a ir a la cancha desde muy chico. Tentado por los bombos y el color de Los Borrachos del Tablón, decidió dejar su butaca de la platea San Martín para subirse a los paravalanchas de la tribuna popular Sívori alta. Piloto comercial e ingeniero agrónomo, dejó de lado su actividad profesional y fue parte de una de las barrabravas más violentas de los últimos tiempos, conocida por sus peleas en distintas canchas de Sudamérica.
En la cárcel, todos los días juega una hora a la pelota paleta en la cancha que está a metros del pabellón, cerca de la huerta de la cual es el coordinador y donde reciclan yerba mate y residuos orgánicos para fertilizar. “Soy tutor educativo de esta unidad e incentivo a los demás reclusos a estudiar y a trabajar dentro de la cárcel. Además estoy estudiando derecho y soy el presidente del centro universitario de aquí”, agrega.
Mientras Alan se acerca hacia el lugar donde se llevará a cabo la entrevista, presos y agentes penitenciarios lo observan con curiosidad. Es la “estrella” de la cárcel y camina por el hall central relajado y sin apuro. Va, viene y elige cuál es el mejor lugar para sacar fotos. “Detrás de esta reja”, propone. Finalizada la sesión fotográfica, el director del penal le ofrece su despacho para comenzar un “mano a mano” con LA NACION. Propone un menú para el almuerzo y ante la negativa, se va del escritorio y nos dejan a solas para la entrevista.
Schlenker fue, junto a Adrián Rousseau, líder de “Los Borrachos del Tablón”, como se conoce a la hinchada de River, durante varios años. Por diferencias económicas e ideológicas, la barra se dividió en dos y protagonizaron una serie de enfrentamientos que derivaron en la muerte de Acro.
La interna de la hinchada de River estalló el 11 de febrero de 2007 en la “batalla de los quinchos” del club, en la previa del debut del equipo que dirigía Daniel Passarella ante Lanús. Alan, su hermano William (condenado a perpetua por el mismo crimen) y la banda de Palermo se enfrentaron con Rousseau, Acro y la facción de la barra denominada “la oficial”, compuesta por varios empleados del club. Lo que comenzó como una discusión, terminó a los tiros entre los dos bandos, mientras que los socios presentes corrían para escapar.
Luego le siguió la “batalla del Playón”, donde ambas bandas se enfrentaron en la entrada del club tras un encuentro con Independiente, y el asesinato de Acro en agosto del mismo año.
– Sos ingeniero agrónomo, piloto, venís de una familia de clase media alta ¿Por qué te metiste en la barra?
– Siempre me gustó cómo entraba la barra en los partidos. Empecé a ir a la popular cuando la dirigía “El diariero”, que nos enseñó la política de pelear sin armas, como siempre hicimos nosotros. Conocí a muchos que hacían artes marciales e iban al gimnasio en el club y me metí. Me interesó mucho el tema de la política, tenía ganas de ser dirigente de River. Después del Mundial de Alemania tenía pensado armar una agrupación , pasarme a la platea y ser dirigente, pero me enfrenté a [José María] Aguilar (ex presidente de River entre 2001-2009) y me bajaron.
– Siempre dijiste que te considerabas un preso político. ¿Por qué?
-Yo no estoy en cana por haber parado en la barra, estoy en cana por enfrentar a Aguilar y a todo este poder. Los barras que trabajan para el poder gozan de impunidad absoluta, yo estoy condenado a perpetua. Rousseau fue condenado a tres años de prisión por la “Batalla del Playón”, pero sigue libre porque la sentencia aún no está firme.
– Hablás del “poder”, ¿a quién te referís?
– Guillermo Moreno , Cristina Kirchner. En la causa en que la Justicia investigó la reventa de entradas en River hay escuchas telefónicas entre Matías Goñi, referente de la barra oficial, con otros hinchas, cerca de la Casa Rosada, diciendo: “Mientras esté Cristina no nos pasa nada”. De pasear un perrito por Belgrano, Goñi terminó metido con el gobierno kirchnerista, trabajando con Moreno en la Secretaría de Industria. Después de que nos sacan la barra, arreglaron meter las banderas de “Fuerza Cristina” y “Clarín miente” y les garantizaron impunidad. Más allá del club, eran utilizados como grupos de choque, para movilizar gente y a cambio de eso había dinero e impunidad.
LA NACION habló con Moreno respecto a estas acusaciones, ante las cuales, el ex Secretario de Comercio Interior aseguró: “Para el único que es delito meter una bandera es para Magnetto. Para todos los fiscales del país, meter una bandera que dice “Clarín miente” está dentro de la libertad de expresión”.
Moreno se refirió a su relación con Matías Goñi, un referente de los Borrachos del Tablón, que según escuchas telefónicas que ordenó el fiscal José María Campagnoli en su investigación entre los barras con el poder político, estuvo en la quinta de Olivos en marzo de 2013, de donde habría retirado dos banderas: “Fuerza Cristina” y “Hasta la victoria Comandante Chávez”.
“Trabajaba en mi edificio, pero en la Secretaría de Industria, lo conocí de tantos años que compartimos edificio. Nunca tuvimos una reunión privada con él por ese tema, ni hablamos de River”, afirmó.
– ¿Por qué decís que Aguilar “te bajó”?
– Estoy sufriendo todo esto por enfrentarme a Aguilar. Él bancaba a la banda de Adrián [Rousseau], muchos de ellos eran empleados del club. Después de la batalla de los quinchos, no fueron más a la cancha y ahí comenzaron los escándalos en el hall, los cantos y banderas contra la dictadura de Aguilar. La muerte de Acro les vino como anillo al dedo, me indican como instigador por telepatía y, tras mi detención, volvió el grupo de Rousseau a la cancha y nadie más puteó a Aguilar.
– ¿Qué relación tenías con Aguilar?
– Durante su primer mandato tuve un trato cordial, fue una gestión aceptable. Cuando es reelecto cambió mucho y reclutó a un grupo de la barra oficial, quienes dejaron de ser barras y trabajaban como sus mulos, se metían en las reuniones para intimidar a la oposición, eran el grupo de choque de Aguilar.
– ¿Te daba entradas para los recitales?
– Por contrato, para cada recital que había a River le daban 2800 entradas de protocolo y de ahí se dividían para dirigentes, jugadores y la barra. Nosotros las revendíamos, así nos financiábamos los viajes.
– De esa manera fueron al Mundial de Alemania..
– Exacto. Conseguimos las entradas para el mundial a través del club, que envió un escrito con membrete que fue a parar a la AFA con el listado de los que íbamos a viajar. Éramos 45 hasta la final, teníamos los cartones verdes grandes, con código hasta la final. Nos fuimos con las entradas desde acá.
En diciembre del año pasado, la ex comisión directiva de River, encabezada por Aguilar, fue sobreseída por “prescripción” en la causa en la que gran parte de sus integrantes estaban investigados por la contratación de barrabravas a sueldo en el club, el presunto financiamiento de ese grupo a través de comisiones en las ventas de jugadores e irregularidades en la construcción del museo de la institución.
– Estuviste con Martín Demichelis en Munich, ¿qué relación tenías con los jugadores?
– Estuvimos de pasada con Demichelis, nosotros teníamos una buena relación desde su época en la pensión de River. Me acuerdo cuando lo despedí a él en el club, cuando se iba a jugar a Europa. Yo conocí a todos los cracks que salieron en la década del 90, venían al gimnasio, los conocía de ir siempre al club.
Con carpetas, expedientes y hojas resaltadas con amarillo, Schlenker busca constantemente remarcar lo que él cree que son incongruencias en la causa. Lee fallos, repasa declaraciones de testigos y critica la “falta de predisposición” de la Sala I de la Cámara Federal de Casación Penal que ratificó su condena. A la hora de hablar, se muestra firme en sus respuestas y se explaya para intentar desvincularse de los hechos.
La causa se la sabe de principio a fin. La tiene muy estudiada, porque sabe que no le quedan muchas opciones para obtener la libertad. Levanta la voz y gesticula abruptamente, cuenta paso por paso qué sucedió, lo que hizo antes y después del crimen de Acro, como si estuviera frente a un Tribunal intentando convencer a los jueces de su inocencia.
– ¿Qué hiciste el día que mataron a Gonzalo Acro?
– A la mañana fui a la facultad, cursaba Agronomía en la UBA. Le pidieron al decano las asistencias y se corroboró que estuve en la facultad. Por la tarde estuve en el gimnasio y a la noche fui a comer a una pizzería de Belgrano donde nos juntábamos a comer siempre con algunos de la barra. Yo estuve en la zona donde me manejé siempre, todo está comprobado por las antenas de Nextel. El tribunal aclara que Alan no estuvo en el lugar del hecho, yo soy inocente, soy ajeno al hecho.
– Está probado que Ariel Luna fue el autor material ¿No te comunicaste nunca con él durante esos días?
– En 6 meses de cruzamiento telefónicos no tengo ninguna llamada con el “Colo” Luna, ninguno de los imputados dijo que yo lo mandé a matar a Acro, ninguno de los 300 testigos dijo que yo los hubiese instigado a matarlo.
– ¿Y entonces por qué te condenaron?
– A mi me acusaban de “dirigir el accionar de los agresores, mediante insistentes comunicaciones de Nextel, antes durante y después del hecho la noche que mataron a Gonzalo Acro”. Cuando Nextel aporta un informe con mis llamadas y ve que no tienen que ver con el crimen, el Tribunal cambió los hechos y dijo que en realidad lo instigué no por teléfono sino la noche anterior en una pizzería de la calle Vuelta de Obligado. Me condenan a perpetua por instigar a Luna en un espacio físico en el que jamás estuvo, todos los testigos lo confirman.
Schlenker espera la decisión de la Corte Suprema, la última instancia que le queda para obtener su libertad, que recibió el planteo en diciembre de 2016. La Sala I de la Cámara Federal de Casación Penal, integrada por los jueces Ana María Figueroa (como presidenta), Mariano Borinsky y Gustavo Hornos, confirmó en mayo del año pasado su condena a prisión perpetua, así también como la de su hermano William y la de Ariel Alberto Luna, Pablo Alfredo Girón y Rubén Eduardo Pintos, estos tres últimos como ejecutores materiales del delito de homicidio agravado.
Alan reitera que está preso porque “hubo muchos movimientos de corrupción durante la gestión de Aguilar” y que “es más fácil meter preso a un barra” que a un dirigente. “Estoy mal visto, porque las barras en sí están mal vistas”, apuntó.
Su vida en la cárcel
Las gotas de sudor caen por el rostro del recluso mientras habla sin interrupciones con LA NACION. Tal vez por el calor, el nerviosismo por volver a hablar de su causa o la ansiedad por querer defenderse de una condena que él sostiene que es “muy injusta”. A pesar de que la charla se estira por más de una hora, nadie lo apura.
Schlenker cuenta que pasa sus días estudiando derecho, esperando que la Corte Suprema revise los hechos. Vive en una celda común e individual, en un pabellón donde hay 25 reclusos, con quienes tiene buena relación, según asegura.
Su familia es lo que más extraña. Una vez cada dos meses su hijo vuela desde Córdoba, donde vive con su madre, para ir a visitarlo a Azul durante un fin de semana. A pesar de que su salida de la cárcel parece complicada, dice no pierde la fe y le suplica a la Justicia que “lea la causa”.
– ¿Pensás que hay posibilidades de que la Corte Suprema revea la condena?
– En la audiencia de Casación les rogué que leyeran la causa y me respondieron copiando y pegando la condena del Tribunal. A la Corte entró el planteo en diciembre del año pasado, espero que lean bien el caso.
– En caso de que puedas salir ¿te gustaría volver a River?
– Siempre dije que tengo esperanzas de salir y de que ojalá pueda ser el próximo Nelson Mandela de River. Por enfrentarme a Aguilar estoy sufriendo todo esto. No descarto en un futuro, y si se hace justicia, ser dirigente del club.
Fuente: La Nación