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El jefe de Estado tiene su estrategia para permanecer cuatro años más en Balcarce 50, mientras que la Vicepresidente define un plan que le permita preservar su poder en Buenos Aires y en el Congreso.

 

Alberto Fernández sólo resignará su deseo de obtener la reelección si le presentan un candidato oficialista que tenga el apoyo público del Frente de Todos y ciertas posibilidades de vencer a Juntos por el Cambio en los comicios presidenciales.

Hasta que eso no suceda, el jefe de Estado ejecutará una estrategia electoral que incluye a las distintas facciones del justicialismo, pese a la resistencia silenciosa de Cristina Fernández de Kirchner, La Cámpora y un puñado de gobernadores peronistas que ya intentan escapar hasta de las citas protocolares en la Casa Rosada.

 

La estrategia electoral de Alberto Fernández incluye también una agenda internacional que empieza con la visita de Lula da Silva el 23 de enero, la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) un día más tarde, y la reunión bilateral con el canciller alemán Scholz antes que concluya este mes.

El Presidente asume que su intención de voto es mínima, pero apuesta a la combinación de su gestión doméstica y a la política exterior para exhumar una empatía con la sociedad que agoniza por la situación económica, la Fiesta de Olivos, la compleja interna palaciega con Cristina, el ataque constante a la Corte Suprema y el zigzag permanente de su posición geopolítica en cuanto a Venezuela, China, Rusia y Estados Unidos.

CFK conoce el plan electoral del jefe de Estado, y redobla los esfuerzos para definir un candidato que satisfaga su interés político y transforme a Alberto Fernández en un pato cojo. La vicepresidenta no baraja muchas cartas, si ella finalmente no juega: la lista incluye a Sergio Massa, Eduardo “Wado” de Pedro y Jorge Capitanich.

 

Hay una certeza en la interna palaciega y una paradoja política que une las ambiciones de Alberto Fernández y Cristina. Los dos enemigos íntimos apuestan a Massa para fortalecer sus sueños electorales. El Presidente juega sus posibilidades al ritmo de la inflación mensual, mientras que la Vicepresidente aspira que los niveles inflacionarios se aplaquen para coronar al ministro de Economía como su propio candidato.

Massa escucha a los dos y preserva su agenda. Está enfocado en la Economía, se corrió de la embestida contra la Corte Suprema y aún descarta la posibilidad de ser candidato a Presidente. El ministro maneja las mismas encuestas que llegan a Balcarce 50 y al Senado, y esos números secretos anuncian una derrota inédita para el peronismo.

Afuera del despacho presidencial se explica que Alberto Fernández agita el sueño de la reelección para atrasar su destino inevitable: ser Pato Cojo desde la designación del candidato justicialista. Sin embargo, en las cercanías del jefe de Estado se rechaza esa perspectiva política y se ratifica que trabaja para estirar su mandato hasta el 10 de diciembre de 2027.

La voluntad política de Alberto Fernández tiene un límite interno casi inexpugnable. Cristina, la mayoría de los gobernadores, un largo número de intendentes del conurbano, los ajetreados sindicalistas de la CGT y los movimientos sociales afines a Balcarce 50 consideran que el tiempo del Presidente ya se terminó.

Y esa perspectiva de la realidad, construida por el poder real en el Frente de Todos, se apoya en la consideración que tiene la sociedad respecto al Gobierno. Esos referentes indispensables del peronismo conocen qué sucedió cuando se intentó que Lionel Messi y la Selección Nacional llegarán al Balcón de la Casa Rosada, y no quieren poner en peligro sus espacios electorales apostando al jefe de Estado.

 

Sin apoyo interno, ni consenso en la opinión pública, el sueño de Alberto Fernández será complejo de alcanzar. Pero el Presidente considera que el juicio político a la Corte Suprema puede mejorar su situación interna, ya que se trata de un objetivo partidario que CFK empuja desde su llegada a la Vicepresidencia.

Y respecto a la opinión pública, el jefe de Estado cree que la situación económica mejorará y que eso puede apalancar su estrategia para retener la Casa Rosada durante cuatro años más.

La mirada del Presidente exuda cierta negación política. A Cristina no le importa nada lo que hace Alberto Fernández y si hay participación de ciertos alfiles kirchneristas -Martín Soria y Carlos Zannini- es para cubrir las formas institucionales. Por eso el ministro de Justicia y el Procurador del Tesoro aparecen en el proceso de juicio político a la Corte Suprema.

Si CFK sólo autoriza movimientos formales, los gobernadores peronistas exhiben sin decoro su resistencia a la iniciativa presidencial para evitar costos hacia adelante. En los dos casos, se descubre idéntica causa eficiente: no quieren estar cerca de Alberto Fernández, y actúan en consecuencia.

Fue inédito que el gobernador de Entre Ríos, Gustavo Bordet, abandonara en público al jefe de Estado, y aún no se sabe por qué faltó a la cita Alberto Rodríguez Saa, que administra San Luis desde tiempos pretéritos y conoce los protocolos secretos del poder.

Alberto Fernández siempre pensó que Rodríguez Saa era su amigo y un eventual aliado en los comicios presidenciales. Pareciera que en el caso del gobernador puntano, el Presidente tenía una posición equivocada.

 

 

fuente infobae

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