Robert Pereira, de 61 años, y Nancy Bravo, de 54, vivían en Moreno, provincia de Buenos Aires. En 2015, después de atravesar varios episodios de inseguridad, decidieron cruzar el Río de la Plata para instalarse en el Balneario Buenos Aires, en el departamento de Maldonado. “Si venís con ganas de emprender, tenés posibilidades”, coinciden.
“Yo amo Argentina”, es lo primero que dice Robert Pereira. Aunque nació en Uruguay, se crió y creció en el Conurbano Bonaerense. Allí, en el partido de Moreno, echó raíces. Allí, también, conoció a Nancy Bravo, con quien tuvo seis hijos: Flavia, Melany, Sebastián, Vanesa, Daniela y Claudia. Además, montó un comercio y, después, una tienda de ropa.
Hasta hace cinco años, Uruguay era el destino que el matrimonio elegía para vacacionar. La más fanática de las playas charrúas siempre fue Nancy. Tan es así que, tras su primer viaje, volvió llorando. “Quería quedarme a vivir en la playa”, dice. Después de muchos veranos, de atardeceres “paradisíacos” y caminatas por la rambla, en 2007 compraron un terreno en el Balneario Buenos Aires (entre la Barra y José Ignacio, en Punta del Este, departamento de Maldonado), donde construyeron un monoambiente.
“Nuestra idea era instalarnos en Uruguay cuando los chicos estuvieran grandes”, relata Nancy. Si bien “los chicos” ya habían crecido, llegaron los nietos y eso demoró su salida del Conurbano. “Nosotros somos muy familieros. Disfrutamos mucho de estar juntos y comer costillar o pollo al disco los fines de semana”, cuentan.
En 2015, Robert recibió un llamado que le heló la sangre. Su único hijo varón había sido brutalmente asaltado en la parada del colectivo. “Iba camino a su clase de Taekwondo. Quisieron robarle la mochila, se resistió y le pegaron un tiro en la cabeza. La bala le quedó alojada en la mitad del cerebro”, repasa el hombre acerca del episodio que marcó un antes y un después en su familia.
Previo al hecho, Nancy también había sido víctima de la inseguridad. Dos veces y a plena luz del día, le robaron a punta de pistola mientras compraba mercadería para su local de ropa. Por eso, una vez que Sebastián se recuperó del incidente (“Tuvo un Dios aparte”, agradece) el matrimonio decidió cruzar formalmente el Río de La Plata. “Vendimos todo y nos vinimos. Queríamos vivir en paz”, sostienen.
El primer tiempo en Uruguay no fue para nada cómodo. “Nos instalamos en la piecita que habíamos construido para pasar las vacaciones. Era una montonera de cosas, sin lugar donde guardarlas. Encima el invierno de 2015 fue duro y, viviendo a cuatro cuadras del mar, sentimos el frío en los huesos”, recuerda Nancy.
Perder la cotidianeidad con sus hijos, nietos y amigos tampoco fue fácil. “Al principio nos sentimos un poco solos, pero de a poco fuimos forjando vínculos. Internet ayudó a estar más cerca de los afectos que quedaron en Buenos Aires”, dice ella.
Él, que también se dedicaba a la albañilería, se puso a construir un dos ambientes con la idea de convertirlo en hospedaje para turistas. Lo bautizaron “Abuela Mary”, en homenaje a la mamá de Robert. Más adelante sumó una casa pequeña al frente del terreno, donde viven actualmente. “Los departamentos son simples, pero los alquileres funcionan como un ingreso”, dicen.
Cuando llegó a Uruguay, el matrimonio disponía de 50 mil dólares. Una parte, cuentan, la destinaron a la construcción del hospedaje; con la otra, compraron un castillo inflable, una cama elástica y algunos juegos de tejo y “futbolito” para alquilar para festejos. “No sé cómo se nos ocurrió, pero funcionó muy bien. Con el tiempo fuimos sumando de a uno y ahora tenemos cuatro inflables”, dice Nancy, de 54 años.
“Para el argentino que quiere venir e instalarse tiene que saber que este un país pequeño, pero si tiene ganas de emprender y algo para invertir hay posibilidades. ‘Los porteños’, como nos llaman por nuestra forma de hablar, potenciamos la Costa Uruguaya y ellos están muy agradecidos de que así sea. No hay rivalidad entre nosotros: estamos hermanados”, agrega Robert, de 61 años, que también se dedica al mantenimiento de viviendas.
Según Robert y Nancy el día a día en la zona donde viven, en el departamento de Maldonado, es costoso. “Acá la vida es más cara, pero se paga la tranquilidad. Los sueldos son más bajos que en Argentina y, aunque no hay inflación, la plata rinde menos. Los servicios (agua, luz e Internet) son más caros, pero si te sabés administrar, vivís bien”, dice Nancy.
Ella y Robert llevan una vida sin grandes lujos: “Cada tanto vamos al cine. A comer afuera no porque se va de presupuesto”. “Para vivir acá un matrimonio necesita, aproximadamente, 50 mil pesos uruguayos por mes. El equivalente a unos 1000 o 1200 dólares. Si tenés una propiedad y no tenés que pagar alquiler, podés llegar a vivir con 700 dólares”, dice él.
-Entonces, ¿por qué creen que los argentinos idealizan tanto la vida en Uruguay?
-Por las playas y por sus paisajes. También es cierto que acá se vive a otro ritmo, mucho más tranquilo. No te voy a decir que en Uruguay no hay inseguridad porque te estaría mintiendo. Pero no es lo mismo. Lo que le pasó a Nancy, un robo de día y a vista de todo el mundo, acá es impensado. En el hospedaje, muchas veces dejamos motos en el patio o cortadoras de pasto y nunca nos faltó nada.
Robert insiste que, a pesar de haber dejado Argentina, su corazón sigue ahí con parte de su familia. “Mi hijo es enfermero y mis hijas son policías. ¿Qué querés que te diga? Estoy lleno de patriotismo y de amor hacia Argentina. Por momentos me duele ver que el país no termina de ser lo que debería, pero ya se va a recuperar”, se despide Robert que, siempre que puede, vuelve a su querido Moreno.
fuente: infobae