Pero las bases presionan para que sellen al menos un acuerdo de unidad. El Presidente y la Vicepresidenta no tienen diálogo desde hace cuatro meses. Cada vez hay menos interlocutores válidos para acercar posiciones. Los gobernadores y los intendentes empezaron a exigir una solución a la crisis interna frente a la proximidad de las elecciones.
La relación está cada vez peor. Fría. Congelada. No se hablan. No piensan lo mismo. Ni del presente, ni del futuro. Alberto Fernández y Cristina Kirchner llevan cuatro meses de distanciamiento. El silencio se rompió, durante una hora, en el acto que compartieron juntos por los 100 años de YPF. Sobre todo arriba del escenario, en una escena sin contenido real. Abajo, solo hubo un saludo de cortesía.
El Presidente no le habla. No tiene intenciones de hacerlo. No le preocupa la interrupción de ese diálogo que supo ser amistoso, en la reconciliación política, y personal, que floreció en el 2017, después de que Fernández había sido jefe de campaña de Florencio Randazzo, el contrincante electoral al que Cristina no le perdona haber intentado hacer una interna en el PJ.
Cristina Kirchner parece estar dispuesta a sentarse, con sus condiciones, a discutir el rumbo de la gestión. Esa dirección que no comparten y que el último lunes, en el acto organizado por la CTA en Avellaneda, quedó claro que es diferente a la que Fernández cree. Ese día detalló una serie de cuestionamientos al Gabinete que hicieron estallar la interna oficialista otra vez.
Por las dudas, la Portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti, dejó en claro las diferencias de criterio. “No hay festival de importaciones”, aseguró el jueves en su habitual conferencia de prensa. Exactamente lo contrario a lo que dijo la Vicepresidenta en el principio de la semana. El mismo gobierno nacional tiene dos discursos sobre un mismo tema. La credibilidad hace tiempo que dejó ser un valor preciado.
Fernández piensa que cada vez que Cristina lo ataca, ella se achica, se reduce a un espacio de nicho y se debilita. Mientras tanto, él resiste y apuesta a los resultados del plan económico de Martín Guzmán. Es, a esta altura, el único argumento serio que tiene para seguir pensando que puede competir por la reelección el año que viene.
Después de la gira europea, a principios de mayo, el Presidente dejó de hablar de su reelección. En los meses anteriores ya había dicho que estaba dispuesto a buscarla y que no era un tema en el que estuviese pensando. Dijo ambas cosas. Luego, ante la contradicción, decidió callar. Pero en los últimos diez días volvió a decirles a sus más cercanos que el año que viene quiere competir. El tema está girando nuevamente.
Cristina Kirchner está esperando que Alberto Fernández la llame. Que levante el teléfono y la invite a una reunión donde puedan discutir las diferencias. En el kirchnerismo consideran que es él quien la tiene que llamar a ella, y no viceversa. Se trata de una cuestión de liderazgo político. En definitiva, el Presidente está donde está porque lo eligió la Vicepresidenta.
“¿Llama a Massa, a la CGT, a los gobernadores y a ella no la llama? Además, no da ninguna señal de que le interese hacerlo”, advirtieron cerca de Cristina Kirchner. No entienden el accionar de Fernández. En paralelo, consideran que la dureza que expresó en su aparición pública en el conurbano es necesaria para ordenar el discurso y la gestión del Frente de Todos.
“La gente busca respuestas. Soluciones. La única manera de llegar a una síntesis es dar una discusión pública”, sostienen en el campamento K. Ese debate debe hacerse frente a todos porque no hay acuerdos programáticos entre las dos cabezas que tiene el gobierno peronista. Es una situación anómala que degrada, semana a semana, la estructura de la coalición.
En el kirchnerismo no creen que el explosivo discurso de Cristina pueda poner en peligro la unidad del espacio. Aún cuando generó un enorme malestar entre los ministros y los movimientos sociales. Es más, advierten que lo más complicado que hoy tiene la coalición es la proyección de entre 60 y 70 puntos de inflación cuando termine el año. Ese dato podría ser mucho más rupturista que las críticas.
El Jefe de Estado sabe que si se reúne con la Vicepresidenta hay dos opciones por delante. O acepta sus condicionamientos, como el desplazamiento de funcionarios de su confianza, o rompe definitivamente el vínculo. No está dispuesto a concretar ninguna de las dos. Entonces, sigue sin llamarla. Además, no le interesa retomar la relación en este momento. No lo condiciona y no le saca el sueño.
Fernández está cómodo en el lugar en el que está. Se acostumbró a gestionar sin tener que negociar cada paso con la ex presidenta. Y nadie parece poder sacarlo de ese lugar de confort desde donde lleva adelante el Gobierno, inclinado sobre la gestión y tratando de no caer recurrentemente en la interna que atraviesa a la alianza.
Abajo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner hay cada vez más dirigentes, de primera y segunda línea dentro de la estructura política del Estado, que ejercen presión para que el cónclave entre los dos se concrete en el corto plazo. El calendario avanza, las elecciones aparecen cada vez más cerca y la preocupación por el destino de la gestión y del territorio aumenta a pasos agigantados.
¿Los motivos? Por más esfuerzos que hagan intentando acercar las partes, nada se terminará de concretar si los dos no se sientan, mano a mano, a sellar una tregua. Las negociaciones subterráneas existen y son permanentes. A través de distintos canales y con diferentes interlocutores. Pero todo es por abajo. No hay ningún interlocutor válido y sólido que pueda intervenir en el vínculo de ellos dos.
Muchos quedaron en el camino. En un principio el nexo entre ambos era usufructuado por Santiago Cafiero y Eduardo “Wado” de Pedro. La crisis post PASO rompió esa dinámica. Durante un tiempo fue Máximo Kirchner el encargado de hablar con Fernández. Pero después de la decisión de La Cámpora de no acompañar el acuerdo con el FMI en el Congreso, la relación se quebró.
Dirigentes como el diputado nacional Eduardo Valdés y el ministro de Hábitat, Jorge Ferraresi, hicieron algunos intentos para aflojar la tensión existente. Fueron en vano. Sergio Massa también jugó, en algún momento, un rol de interlocutor. Pero tampoco prosperó. El secretario de la Presidencia, Julio Vitobello y el secretario privado de Cristina, Mariano Cabral, fueron intermediarios tiempo atrás. Ya no.
En la actualidad, los intentos de acercamiento entre el albertismo y el kirchnerismo se traducen en algunas reuniones de los representantes más destacados de ambos lados, para poder ordenar la gestión en el último año y medio, que funcione y que, en ese camino, la coalición no explote por los aires.
Una de las reuniones más significativas tuvo lugar en La Plata, quince días atrás, en el despacho donde, desde hace algunos meses, Máximo Kirchner protagoniza sus reuniones políticas. Hubo representantes de ambos sectores. El objetivo fue acercar posiciones, contener la situación de crisis política, acordar temas de gestión y tratar de encausar la relación interna para que Alberto y Cristina cierren un acuerdo.
A ese encuentro, en el que el hijo de la Vicepresidenta fue anfitrión, asistieron los ministros de Obras Públicas, Gabriel Katopodis; de Desarrollo Social, Juan Zabaleta, y de Hábitat, Jorge Ferraresi; el ministro de Desarrollo de la Comunidad bonaerense, Andrés “Cuervo” Larroque; el jefe de Gabinete de la provincia, Martín Insaurralde; la vicegobernadora de Buenos Aires, Verónica Magario, y el intendente de La Matanza, Fernando Espinoza.
“Las reuniones de este estilo terminan siendo para hacer una catarsis”, describió uno de los presentes en el encuentro. Se debe a que el desconsuelo, el enojo, la impotencia y la incertidumbre que hay en todo el universo peronista está ahogando a la dirigencia, que mira, cada vez con más preocupación, el destino del Frente de Todos en las elecciones y el resultado final de la gestión.
Otro que intenta oficiar de nexo entre el kirchnerismo y la Casa Rosada es “Wado” de Pedro. El ministro el Interior habla con todos los dirigentes cercanos al Presidente con el fin de construir acuerdos básicos de trabajo y convivencia. Todos tienen en claro que aún falta un año y medio, y que hay que evitar una crisis de gobierno que complique al máximo el tramo final de la gestión.
En el peronismo cada vez hay más presión para que ambos se reúnan a discutir un acuerdo sobre cómo seguir. A la base de dirigentes cercanos a Fernández y Kirchner se empezaron a sumar algunos gobernadores e intendentes. En el entorno del Presidente y su vice admiten que a medida que pasa el tiempo, la presión empezará a aumentar para que la situación interna se acomode.
“Existe la necesidad de que este lío se solucione”, sostienen en todos los rincones del peronismo. Hay coincidencia en que presentarse a las elecciones con el frente electoral fracturado, es garantía de una derrota en la nación. Esa caída podría verse antes en todas las elecciones de los gobernadores, que van a desdoblarse y que, más allá de los intentos de provincializarlas, sufrirán el impacto nacional. Por eso la preocupación va en ascenso.
Quienes están cerca de Alberto Fernández creen que ese encuentro no sucederá. Ya no hay margen. “Cada uno está encerrado en su mundo”, reconoció un funcionario del campamento albertista. Otro, que tiene comunicación frecuente con el Presidente, deslizó: “Él cree que está haciendo lo que tiene que hacer. Pero lo quiere hacer a su modo, en su tiempo y en su cancha”.
Uno de los puntos claves de la discusión entre Alberto y Cristina es el plan económico, su rumbo y el nombre de quien lo ejecuta. Ese debate se convirtió en un círculo vicioso donde el acuerdo es imposible de concretar. Fernández confía en el ministro y su programa. Kirchner creen que van a chocar el Gobiero y que es necesario un cambio. Por eso, lo avisa en público. Ninguno resigna posiciones ni convicciones. El punto del medio le queda lejos a los dos.
fuente: infobae