La obra de terror “El mal menor” de C.E. Feiling sigue ganando adeptos luego de su primera edición en 1996. La relación con la película de Natalia Meta.
¡Qué nervios! Se sabe, mañana se darán a conocer las nominaciones a los premios Oscar, el máximo galardón que se otorga desde la meca de la industria cinematográfica cada año desde 1929. Y quizás una película argentina integre el parnaso de las películas, en la categoría Mejor Película Extranjera. Este año, la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de la Argentina le propuso a sus pares de los Estados Unidos que postularan a El prófugo para ser elegible al galardón en esa noche de las estrellas.
El filme, protagonizada por Érica Rivas y dirigida por Natalia Meta, es un thriller psicológico cuyo eje central es la relación pesadillesca, valga la redundancia, que tiene Inés con los sueños, que parecieran poseer una geografía y un mundo lógico paralelo al de la vigilia. La película, que se estrenó en la competencia de la Berlinale y, Covid mediante, llegó a las salas de nuestro país recién en septiembre del año pasado, está basada en una novela escrita en 1996 por C. E. Feiling, quien se había propuesto escribir una obra perteneciente al género del terror. Y –el lector que la tenga presente sentirá la piel de gallina– lo logró.
La novela se llama El mal menor y fue reeditada en 2021 por La Bestia Equilátera, la pequeña pero gran editorial fundada por Luis Chitarroni, que también hizo el prólogo del libro (la tapa es un fotograma del film). Un prólogo muy personal, ya que es también un homenaje al autor, de quien fuera amigo, y que muriera en 1997, un año después de publicar su última producción. El erudito –no hay quien lo dude– Chitarroni pondera la erudición y método –en esta novela en particular– de Charlie (nacido en una familia inglesa que no tuvo más remedio que inscribirlo como Carlos en el Registro Civil, aunque nunca dejaría de ser Charlie para propios y ajenos, aunque firmara sus textos literarios como “C.E. Feiling”), cuenta el modo literario en el que lo conoció en alguna conferencia de Borges sobre James Joyce, recuerda el escucharlo tan luego recitar un poema suyo que mencionaba a Ezra Pound y Julio Sosa.
Chitarroni señala las diversas influencias de Feiling, que había decidido realizar una tetralogía de novelas de género, que da cuenta de que conocía esos antecedentes por una deliberación amistosa sobre autores y escuelas (y en el rubro “escuelas” se pueden incluir las películas de “Sábados de superacción”, ese clásico de cine continuado clase B en la pantalla chica del entonces canal 11). De la tetralogía publicó El agua electrizada, un policial; Un poeta nacional, de aventuras, y El mal menor, de terror y acaso la más lograda. No llegó a concluir La tierra esmeralda, en la que incursionaría en el fantasy, la muerte llegaría antes que el punto final. Pero vayamos a El mal menor.
¿A quién no le sucede que le pasan cosas extrañas, raras, rarísimas, en los sueños? ¿Y quién no fantaseo alguna vez con que lo que sucede en los sueños pertenece a un mundo existente en paralelo al de la vigilia? ¿Y qué si fuese así, pero peor?
Inés Gaos es una mujer joven, desestructurada frente al deber ser social y, también, químico, que decide mudarse a un edificio sobre la avenida Independencia, horrible edificio que fuera una sede del Hogar Obrero, pero con una alucinante vista al Río de la Plata, a unas cuadras nomás, tal como el restaurante Picante, que regentea junto a su socio Alberto, en el siempre parecido a sí mismo barrio de San Telmo. Lo que Inés no sabe es que el nuevo departamento, su gata Azucena y el encuentro con seres horribles o estrafalarios que la acechan la convertirán en el centro de una batalla por preservar El Cerco, es decir, el mundo donde se desarrollan los sueños y sus construcciones, de quienes quieren herirlo para que un nuevo orden domine al mundo. La batalla entre el Bien, representado por los doce arcanos alrededor del mundo cuya misión es mantener los sueños tal y como los conocemos, y el Mal, que toma la figura de El Prófugo, que no dudará en matar cruelmente a sus enemigos.
Una anciana uruguaya, que vive con su hijo a quien le transmite sus conocimientos, es la arcana local, que vive también por Independencia, pero más por el lado de San Cristóbal. Su hijo Nelson Floreal deberá ubicar a Inés, que también debe formar parte de la misión. Una misión que escalará en oscuridad y violencia.
La novela comienza con una extensa cita sobre el Demonio de –¿quién si no?– el maestro Stephen King y a lo largo de su trama se pregunta sobre los límites y posibilidades del Bien y del Mal, a la vez que encuentra el ritmo justo para que la tensión –pero también las relaciones familiares complicadas, el encuentro entre clases sociales o la ternura animal (y su contrario)– se desarrollen, todo en la geografía reconocible de San Telmo, como si sucediera hoy mismo esa batalla. Tanto así que el único obstáculo para que un centennial o ciertos millenials no reconozcan ciertos elementos se trata de la mención a un videoclub: luego, todo es contemporáneo. Contemporánea la escritura, los miedos, los personajes, el barrio. Y hasta quizás la batalla entre el Bien y el Mal en el mundo de los sueños se esté llevando acabo ahora mismo, por la avenida Independencia, como dice el libro, desde donde se divisa la facultad de Ingeniería y la CGT.
Entonces: que los arcanos le permitan a la película El prófugo ser nominada al Oscar. De todas maneras, que se lea la novela. Con las luces prendidas, por favor.
fuente: infobae