Jack Rosen es un magnate muy amigo de Mauricio Macri. Sus abuelos fueron asesinados por los nazis y su compromiso por la causa judía es conocido alrededor del planeta. En marzo de 2014, durante una cena organizada por el American Jewish Congress, Rosen sentó a Macri junto a Hillary Clinton, que ya se preparaba como candidata demócrata a la Casa Blanca. Clinton y el entonces jefe de Gobierno conversaron sobre la situación de América Latina y el papado de Francisco. Hubo proximidad y un pensamiento común: ambos creían que Cristina Kirchner había causado un profundo daño a la imagen internacional de la Argentina.
Antes que Macri asumiera su vocación política, su padre Franco intentó hacer un inmenso negocio inmobiliario en Nueva York. Tenía los terrenos, el financiamiento y la voluntad empresarial intacta. Pero chocó con Donald Trump, que pensaba que Manhattan era su patio trasero. Trump no quería a Franco, y Franco para salir del atolladero, delegó en Mauricio la relación con el candidato republicano. No hubo caso: la familia Macri mal vendió su negocio a la compañía de real state de Trump, que aún se ufana de su victoria comercial.
En septiembre pasado, Macri regresó a Nueva York como Presidente, participó de un panel en la Fundación Clinton y no tuvo ningún reparo en afirmar que prefería a Hillary como sucesora de Barack Obama. Al lado de Macri, sonriendo como un pastor electrónico, estaba Bill Clinton. “Lo espero como primer caballero, durante el G20 que haremos en Buenos Aires”, invitó Macri para ratificar su apuesta personal en las elecciones que se hacen hoy en los Estados Unidos.
Cuando aún era Jefe de Gobierno de la Ciudad, Macri invitó a Trump para que participara en una licitación pública que implicaba millones de dólares de inversión. Trump nunca se presentó, pero en cambio envió un correo privado con un extraño contenido: había fotos de él, sonriendo con ironía, en una obvia descalificación a la propuesta remitida desde Buenos Aires.
Al principio, Franco pensó que Macri había sido secuestrado por orden de Trump. Hace unos días, Macri confirmó que Clinton mantendrá la agenda bilateral que se lanzó tras la visita de Obama a la Argentina. El Presidente ya decidió que viajará a la asunción de Clinton, si gana las elecciones. Y sabe que no tiene otra alternativa que volar a Washington, si triunfa Trump y cursa la invitación de rigor.
La empatía personal es clave para las relaciones diplomáticas entre estados. Macri ha construido un vínculo vital con la familia Clinton, que tiene una relación especial con la Argentina. En cambio, sólo hay tensión y recelo con Trump y sus peculiares ideas sobre el mundo.
Cuando haya que llamar a Nueva York para felicitar al ganador, Macri sólo espera que atienda Bill, con su tono burlón y su acento de Arkansas. Si levanta el teléfono Trump, la llamada será corta. Y sus consecuencias, imposibles de predecir.