La Ruta Nacional 9 continúa como Ruta 14 en Bolivia. Empieza como tramo de la Panamerica con raíz en la Ciudad de Buenos Aires y alcanza los límites jujeños del país. En su trayectoria de casi dos mil kilómetros atraviesa siete provincias. A su vera no hay ningún cartel que anuncie el pueblo. En las letras blancas sobre fondo verde de las carteleras de ruta tienen prioridad otras localidades. En Santa Elena hay que doblar a la derecha -si el camino es dirección norte- y recorrer otros 45 kilómetros de valles cordobeses. Tiene cinco mil habitantes y una columna de bienvenida descuidada, cubierta por la vegetación. Sebastián Elcano es un pueblo chico, disperso en la inmensidad pampeana, custodiado por plantaciones de soja. Es el infierno grande de M., el joven de 25 años sin nombre completo porque lo resguarda una causa abierta por abuso sexual con acceso carnal.
En Elcano, las calles son anchas y las casas, bajas. Hay motos, no hay cascos, hay camionetas 4×4, hay una plaza con wifi, hay un boulevard, una avenida principal, una estación de tren reciclada, la iglesia, el colegio, la comisaría, la municipalidad, el club, la estación de servicio. Cumple los requisitos institucionales y culturales de cada pueblo: todos se conocen con todos. Todos conocen a M. y todos vieron su video. Tres hombres lo vejaban, lo ultrajaban. Cuatro los vitoreaban. Él estaba borracho, maniatado y vulnerable. El pueblo entero lo vio desvalido: los abusadores, perversos, no solo lo hicieron, además se encargaron de viralizarlo.
El 16 de febrero fue sábado. M. estaba en la casa de su ex pareja, con su hija de dos años. Cuando se fue, no se dirigió a su hogar, donde vive con sus padres. Se fue a la Gomería Los Magos, en la periferia de la ciudad. Allí, como era costumbre, se habían juntado sus amigos a comer un asado. Los dueños no estaban: habían asistido a la edición número 35 del Festival de La Palma, una tradicional fiesta popular celebrada en San Francisco del Chañar. Eran ocho amigos: sólo siete se divirtieron.
M. volvió a su casa a las ocho de la noche. En verdad, lo devolvieron. Estaba golpeado y desvaído. Cuando se quiso ir o cuando lo obligaron a retirarse, se subió a su bicicleta, perdió el control y se cayó. Lo trasladaron en una camioneta hasta su casa. Cuando lo recibió su madre, uno de sus amigos argumentó que los golpes eran producto de su caída y le explicó: “Es un buen chico. Nada más que cuando toma, se pierde“. Infobae habló con vecinos y familiares: M. no suele tomar alcohol. Las sospechas sugieren que lo sometieron a la ingesta de fernet puro.
“¿Lo ataron al cordero?“, preguntó uno de los aduladores mientras Jorge Cisneros, alias Furita, presionaba el nudo de la soga que invalidaba la defensa de la víctima. Tenía el pantalón y el calzoncillo bajo. Estaba ido, indefenso, no se podía mantener en pie. Ramón Ludueña intentaba meterle un dedo en el ano. Ezequiel Cisneros, alias Gordo, se reía detrás.
Ludueña es plomero, tiene más de 50 años y no es oriundo del pueblo. Es empleado de la Municipalidad y compañero de M., quien también realiza tareas de mantenimiento en el Centro de Atención al Ciudadano de Sebastián Elcano. Los hermanos Cisneros administran negocios en el pueblo -un salón de fiestas, una carnicería, una ferretería- y son hijos de Secundino, alias Cunino, quien acudió a las oficinas del Intendente Pedro Manuel Bonaldi para negociar la inmunidad de sus hijos. Allegados a la familia del joven ultrajado denunciaron que Cunino le ofreció dinero a Bonaldi para hacer silenciar el reclamo de los familiares de M.
El Intendente es, además del patrón, el tío de la víctima. Sus padres adoptaron a la madre de M. La posición neutral del dirigente irrita a la familia, de economía frágil, de principios humildes. Le pidieron ayuda para financiar el viaje de M. y de su familia a las oficinas de los tribunales de Dean Funes para cuestionarle a la fiscal de Instrucción, Fabiana Pochettino, por qué los acusados, ya identificados, no están detenidos. La respuesta, según las valoraciones del entorno familiar, fue negativa: esgrimió que no quiere interceder en el caso. Finalmente, costeará los gastos de combustible y los rendirá como viáticos del Municipio.
Bonaldi no se comunicó con su sobrino, con su hermana y con ningún integrante del círculo íntimo de la familia. No se solidarizó por lo sucedido, un hecho aberrante que ya tomó estado público a nivel nacional. No lo hizo el Intendente ni ninguno de los acusados. El abuso sucedió el 16 de febrero, la familia se enteró días antes del 18 de marzo, cuando instigó a M. a realizar la denuncia policial. “Los cruzamos en los mercaditos y es como si no pasara nada. Nosotros tenemos que agachar la cabeza y ellos no, al contrario, están sonrientes. Es una locura que vivamos así”, sentenció una mujer integrada al núcleo de la familia, que por indicación y sugerencia del abogado Carlos Nayi dejaron de brindar entrevistas a los medios.
Los abusadores se pasean campantes. Viralizaron el video como evidencia de su supuesta impunidad. Hay quienes confiesan que se creen gente poderosa, intocable. Minimizan el ultraje como una broma que se les fue de las manos. El pueblo los conoce. Son siete: algunos con bienestar económico y otros no. Hay comerciantes y hay carpinteros, empleados, changarines. No son “los chicos malos” de Sebastián Elcano. Ezequiel Cisneros fue denunciado por violencia de género, pero otros protagonistas del abuso despertaron el desconcierto de los habitantes, de quienes los estimaban como -expresión literal de un vecino que pidió anonimato- “gente de bien”.
Sebastián Elcano es hoy un pueblo alterado, en convulsión. Hay indignación y desasosiego en el común de la gente. Los únicos que se mantienen imperturbables son los protagonistas del caso: los ocho del asado que derivó en el abuso de un joven de 25 años de origen modesto, de familia trabajadora, con retraso madurativo y capacidades de comunicación limitadas. “Lo escuchás hablar y te das cuenta que no es un chico como todos los demás”, definió alguien en voz baja. M. vivió un mes en silencio. Lo violaron el 16 de febrero. Un mes después la difusión del video llegó a su hermano, que lo instigó a denunciar el abuso en “manada”. Su familia lo apoyó: el 18 de marzo se presentó en la comisaría para contar su calvario, acompañado por su padre.
M. estaba raro, distante, no era el mismo de siempre. El video fue una revelación. En el pueblo, los familiares fueron los últimos en ver las imágenes del abuso. El documento resolvió las sospechas: la hija mayor de la ex pareja de la víctima era blanco de burlas en el colegio. Le llegó a decir a su madre que no quería ir más a la escuela. No sabían por qué. M. nunca dijo nada, por miedo o por vergüenza. Tampoco cuenta algo ahora: jura que no se acuerda nada de esa tarde. Sigue yendo a su trabajo como si nada hubiera pasado. Lo mismo hacen su compañero que participó activamente en la violación y su tío, el Intendente. Aunque el pueblo vive días de conmoción, hay quienes actúan con indiferencia.
Hoy lunes el abogado y los familiares de la víctima exigirán la detención de los involucrados y ampliarán la denuncia: el abuso -específicamente la introducción de un dedo en el ano- habría sido en un tiempo prolongado y en repetidas ocasiones, e incluso le habrían robado una suma de dinero a la víctima. Son revelaciones que la defensa y los familiares logran extraerle a M., quien entre el pudor y sus dificultades para expresarse, no puede narrar en detalle lo sucedido aquel día. Ante las repercusiones del caso, se presume que el Intendente manifieste gestos de colaboración hacia el damnificado. La familia, aún con temor a amenazas y represalias, se rebeló a sus estigmas. El cordero ya no está atado.