“Los árboles mueren de pie”, es una obra de teatro del dramaturgo español Alejandro Casona. En ella, el autor deja trascender su intención de sembrar ilusión, que subraya desde la boca de Mauricio, uno de los personajes, cuando dice: “una misión tan digna por lo menos como sembrar trigo”.
Pero la realidad, muchas veces, supera cualquier ilusión o ficción ideal que se pudiera construir. Ese es el caso de la fatal caída de un eucalipto en la avenida Solano Vera al 1000, en la ciudad de Yerba Buena. El árbol, de unos 50 metros de altura -según el cálculo realizado por bomberos- aplastó a una combi de escolares que trasladaba en ese momento al niño Gustavo Guerrero, de 5 años. El desenlace fue tremendo. El chico murió aplastado, el chofer resultó herido y un motociclista también fue afectado por los golpes de las gruesas ramas.
La importante inclinación que presentaba el mencionado ejemplar arbóreo preanunciaba un peligro que se concretó el viernes pasado, cuando pasadas las 8 de la mañana y bajo una molesta pero moderada lluvia, se desplomó pesadamente.
El árbol estaba destinado a no morir de pie, como ocurre con ejemplares que se secan en su lugar y que luego son desguazados para convertirse en beneficiosa leña. Pero tampoco los vecinos pueden morir de esa manera, tan violenta e inesperada. Y menos cuando se trata de una criatura, despreocupada de los reclamos y de las quejas que se pueden elevar a las autoridades.
¿Hubo quejas ante un peligro tan evidente? Por supuesto. ¿Fueron formales como reclama el intendente Mariano Campero? No, se canalizaron por las vías de comunicación que el propio municipio puso en manos de los vecinos. Una página de Facebook en la que los habitantes de la “Ciudad Jardín”, tienen la posibilidad de transmitir sus inquietudes a los funcionarios.
¿Son válidas esas vías de queja? Desde que el municipio de Yerba Buena decidió ponerlas a disposición de los vecinos, se supone que son válidas y que, de alguna manera, le dan alguna cierta formalidad a los reclamos, toda vez que los funcionarios pueden enterarse por esta vía de las preocupaciones e inquietudes de los habitantes de la ciudad.
Lo que llama la atención es que sea el intendente Mariano Campero, quien reconozca que los mensajes de la vecina Luciana Córdoba existieron, pero aclare al mismo tiempo que no eran formales.
También explica el intendente los mecanismos o procedimientos que se siguen una vez que se recepciona, en la página de Facebook, los reclamos o inquietudes de los vecinos. Allí también incurre en una contradicción cuando dice desconocer quién o quiénes no cumplieron con esos pasos, además de afirmar que no indagará al respecto. Asume idéntica actitud que cuando se consignó una dirección falsa de una consultora contratada de manera directa por la gestión de Campero. Pero en ese caso, el error parece no tener consecuencias graves, como lo es la muerte de un chico.
Campero reconoce los mensajes, admite que sus empleados o funcionarios no cumplieron con sus obligaciones, pero no toma las medidas o aplica las sanciones correspondientes. Utiliza con poco criterio, la misma negligencia que llevó a este fatal desenlace.
Los vecinos no mueren de pie ante este tipo de situaciones. No lo hacen con la dignidad de dejar este mundo por causas naturales o por acciones en las que no interviene la torpeza humana. Yerba Buena tiene un nombre por el que se la reconoce en la provincia y fuera de ella: la “Ciudad Jardín”. Esa denominación denota la característica de arbolado y naturaleza. Justamente por eso, controlar el estado de los árboles debiera ser una tarea cotidiana y normal, lo mismo que la poda o el reemplazo de las especies peligrosas.
Por el momento, pese a que se diga lo contrario, el intendente no se hace cargo de este error. El Concejo Deliberante le pedirá explicaciones mediante una interpelación; pero no sea cosa que esa negligencia sea parecida a aquella que le costó la destitución a Aníbal Ibarra, tras la tragedia de Cromañón.