Cuento dialogado: El Centinela

Trabajadores-ferroviarios-2

Por Segundo Orlando Díaz* para Diario Cuarto Poder | Cuento dialogado en tres actos.

Acto Primero

En un descampado, cuatro figuras comienzan a recortarse sobre un matiz claro oscuro: ignoramos si se trata del amanecer o de la caída de la tarde. Los cuatro siluetean, penosamente, con sus herramientas una nueva jornada de trabajo.

VÍBORA PEINADA: – (Que, sin dejar de subir y bajar un reluciente pico que rebota sobre la grava, se dirige a otra de las figuras que se encuentra cerca de él con un silbido estridente) ¿Cuál será la paga que tenemos asignada por hora?…En la oficina no se nos informó cómo se debería, solo dijeron “vayan al obrador y preséntense con el capataz”. Pero aquí tampoco nadie habla de dinero, “toma burro estas herramientas y comienza la tarea” escuché murmurar al capataz cuando fuí a preguntarle de la paga, “ya te informarán en la empresa, por lo pronto ve y trabaja” me dijo odioso.

CANSINO: – (Que es a quién se estaba dirigiendo el primero, lo mira entre pensativo y sonriente) No pienses en cobrar Viborón peinado, aún no has dado el primer picazo, aún te falta mucho para cobrar el primer sueldo.

VÍBORA PEINADA: – ¿Cuánto será lo que están pagando por hora trabajada? Tengo que llegar a saberlo con exactitud, con cinco hijos tengo que hacer muchas cuentas…

N.N.: – (Sombríamente, como si hablara consigo mismo) A esta hora debe encontrarse en su lecho, a esta hora debe estar siendo gozada frenéticamente. Es estúpido que un recuerdo tan lejano me pueda aguijonear de esta manera, pero lo hace…

MATECOCIDO: – (El más joven de los cuatro. Parece sorprendido por las palabras apenas inteligibles lanzadas por su compañero N.N.) Algunas veces esto sucede…y cuando sucede, lo mejor para olvidar a una minita es otra minita. Cuando viajemos a la Capital, ya vas a ver como se te olvidan esas tonteras que estás contando…

VÍBORA PEINADA: – Pregunté por el jornal, responda alguno si conoce cuánto está pagando por hora la empresa.

CANSINO: -Qué cargoso el tipo, amigo. Solo para que te calles hazte a la idea que no serán más de cuatro o cinco pesos el jornal.

VÍBORA PEINADA: – ¡Ah!, podría ser (Suelta el pico y se pone a hacer cuentas en el suelo). Sí treinta días trae este mes, multiplico por veintiséis, me llevo cinco y multiplico por tres meses de contrato…entonces, ¡ya está!, es una mierda, no creo alcance para mucho, pero peor es nada, ¿no?…

CANSINO: – No hagas más cuentas, es inútil hacer cuentas. Van a pagarnos lo que tienen que pagarnos, no depende de nosotros, solo nos pagan lo que se les viene en gana.

N.N.: – (Indiferente a lo que sucede a su alrededor) Siempre trato de pensar en otra cosa que no sea su cuerpo agitándose furioso bajo ese otro cuerpo dueño de su sexo…

MATECOCIDO: -(Dirigiéndose a N.N) Vo ve cuando estemos allá, saltando como ranas para esquivar los autos…

N.N.: – Y es inútil, porque siempre las mismas imágenes vuelven a repetirse, retocadas con mayor relieve y profundidad que en la secuencia anterior…

MATECOCIDO: – (Enfático) Vo ve cuando caminemos por Florida en medio de un mundo de gente…

CANSINO: – (Sosteniendo la pala con una mano, y con la otra señalando un punto indeterminado del firmamento) ¡Miren!, allá hay una nube negra y… ¡atrás otra! Ojalá pronto se nuble y después llueva.

VÍBORA PEINADA: – Vos estás loco. Es lindo quedarse en casa sin hacer nada, eso es bien cierto, pero también es cierto que no remediamos nada con ello. No podremos parar la olla si nos encontramos de vagos.

MATECOCIDO: – (Monologando con entusiasmo) ¡Qué no me voy a ir a Buenos Aires!, ¡qué soy demente yo!

N.N.: – (Clava el pico en el suelo y permanece con la mirada fija donde ha clavado este) Todos los martes y sábados nos dábamos cita en la plaza de la Villa, siempre a las cinco, siempre con las mismas expectativas, como si se tratara de la primera vez…

MATECOCIDO: – Te digo que allá las minas no son engreídas como aquí. Allá es ¡viva el aborto! para todas.

CANSINO: – (Mirando fastidiado el cielo) La puta madre…ya no hay nube, ya no la distingo…Capáz que el sábado o domingo llueva pero no ahora… ¡la puta madre!

VÍBORA PEINADA: – (Sin dejar de picar frenéticamente sobre la grava) A veces mi señora hace pan amasado. Uno no puede dejar de comerlo cuando está bien calentito. Es rico por eso uno lo anda comiendo todo el día, y no duran nada. Si apenas mi señora los saca del horno ya se acaban y es como si no hubiera amasado, porque uno queda con más hambre después de haberlo comido…

N.N.: – (Apesadumbrado) Sucedía que en aquella plaza de barrio también teníamos nuestro propio banco ¿Qué habrá sido de aquél banco? ¿Seguirá existiendo bajo aquél inmenso pino?…

MATECOCIDO: – (Se dirige a N.N. que parece no escucharlo) Ah, no sé. Pero si te vienes conmigo a la Capital ya vas a ver cómo te olvidas de todo lo que me estás contando…

N.N.: – (Tomando de nuevo el pico y dirigiéndose a Matecocido, que es el único que parece prestarle atención) ¡Oh, no!, seguramente ya no existe, era un banco frágil, incapaz de resistir el paso del tiempo…Y allí yo me contentaba con tenerla sentada sobre mis piernas. Le hablaba de nuestros futuros hijos, de nuestras futuras cosas. Ella escuchaba callada y, de tanto en tanto parecía conmoverse con mis palabras, al punto de estrechar mi cuello y cobijar su cabeza bajo mi barbilla…

CANSINO: – (Mirando con asombro al resto de sus compañeros) ¡Por qué se apuran! No vamos a cobrar doble porque nos apuremos…El capataz se encuentra lejos y de espaldas ¿No ven acaso como acaba de clavar la mirada en esos otros infelices? No hay razón para apurarnos… ¡No se apuren les digo!

MATECOCIDO: -(Se dirige a N.N., que parece continuar sin prestarle atención) Lo primero que voy a hacer cuando llegue a Buenos Aires es trabajar en un bar, de mozo, de lavacopas, o de lo que venga. Ya me pudrió está clase de laburo, construir un tramo de vía en pleno siglo veinte lomeando como chino…

VÍBORA PEINADA: – Ustedes que son solteros no tendrían inconveniente en largarse al mismo infierno si así lo desearan, realmente los envidio.

CANSINO: -Vos también sos dueño de hacer lo que quieras Viborón Peinado, nadie te ataja, sos tan libre como cualquiera de nosotros tres (apuntando con la barbilla a Matecocido y a N.N.)

VÍBORA PEINADA: – (Negando efusivamente con la cabeza) Eso es lo que tú crees, pero cuando recuerdo que soy padre de tres hijos al único lugar al que me puedo largar es a este, más cuando recuerdo que uno de mis hijos anda descalzo, que un segundo no podrá desayunar hoy porque no le toca, y que el tercero se queja de no tener un juguete como su hermano descalzo…

CANSINO: -(Pensativo) Tal vez tengas la razón, ya hecha la macana marche preso con las responsabilidades.

VÍBORA PEINADA: – (Con tono sentencioso) ¿Ven como no es nada fácil ser padre de familia?, en especial cuando uno no puede hacer mucho más por sus hijos.

CANSINO: – (Quedándose estático, con las dos manos empuñando el cabo de la pala) ¿Qué hora es? ¿Qué hora será ya?… ¿Cómo?, ¡recién las nueve! Es imposible, hace un siglo que me parece haber agarrado esta pala…y ¿recién las nueve?

N.N.: -(Que parece continuar conversando consigo mismo)Me preguntaba si aquello podría durar para siempre. A lo mejor al siguiente martes o sábado terminaba por hartarse con la inacción de nuestro noviazgo, pues no progresábamos más allá de unos tímidos besos, que nunca llegaron ni intentaron ser verdaderamente apasionados… Aquél noviazgo parecía perfeccionarse a costa del sentido común que debería haber poseído en mi posición de novio. Nunca progresé, como ya dije, más allá de unos parcos besos, y sin embargo tenía la impresión de que ella siempre me había pertenecido y que, durante esas dos horas éramos dos náufragos enamorados varados en una isla desierta…

VÍBORA PEINADA: – Es jodido tener tres hijos para un padre changuero, porque mis hijos no piensan como hijos de changuero. A lo mejor piensan como los hijos de Patrón Costas, o como los hijos de los Paz Posse, o de los Terán, y no porque sean inteligentes sino porque son simplemente niños…

CANSINO: -(Moviendo la cabeza con fastidio) Viborón Peinado, es mejor que piensen como hijos de changuero y no como hijos de esas mierdas.

VÍBORA PEINADA: -(Con gesto desconsolado)Y me piden a mí justamente lo que no puedo darles. Ellos desconocen que existe entre los padres un orden jerárquico capaz de perjudicarlos directamente…

CANSINO: – (Burlón) Bueno, ya crecerán y se darán cuenta que serán solo otros infelices, como el padre.

VÍBORA PEINADA: -(Ofuscado por las palabras de su compañero pierde la calma, y con los ojos rojos de furia se adelanta hacia Cansino, con el pico en alto) Cállate tú, maldito vago, o te clavo con el pico aquí mismo. Ellos no se resignarán a ser unos miserables como nosotros.

Acto Segundo

En el mismo descampado. La claridad deja ver, por detrás del descampado, una larga tapia blanca que forma parte del perímetro de un cementerio. De pronto comienza a escucharse muy débilmente el ruido de una locomotora que se aproxima. Las cuatro figuras quedan estáticas escuchando como se aproxima esta.

MATECOCIDO: – ¿Escuchan eso?, parece acercarse. ¡Viene hacia aquí!…

CANSINO: -(Prestando atención) Oigo… ¡Claro que oigo! Se acerca y parece el rumor de una tormenta. (Esperanzado) A lo mejor llueva hoy después de todo.

MATECOCIDO: -(Tira la pala y agita los brazos en señal de saludo a un tren que no se ve, pero se escucha que está pasando cerca de ellos.) ¡Eh!, ese carguero debe ir a la Capital. ¡Miren!, corre como si el diablo fuera furgón de cola. (Melancólico) Seguramente mañana sin más contratiempos va a llegar adonde yo quisiera encontrarme ahora…

CANSINO: – (Incrédulo) ¡Será ché!, y mientras viajamos podríamos descansar, un día al menos, de estas herramientas de mierda.

MATECOCIDO: -(Dirigiéndose a Cansino) Mejor que eso. En la Capi nos olvidaremos de ellas. Los empleos allí crecen en los árboles, y solo los tontos no consiguen un buen acomodo.

CANSINO: -(Dirigiéndose con sorna a Víbora Peinada) Escuchaste Viborón Peinado. (Apuntando a Mate Cocido y a N.N.). Hasta a ti podría irte bien si te largas con ellos. Yo ya lo estoy pensando.

VÍBORA PEINADA: -(Indeciso) No sé, tendría que preguntarle a mi señora. ¿Qué será de ella y mis hijos en mi ausencia?

N.N.: – (Inmutable ante el plan que esgrimen sus compañeros) Todo debe terminar algún día. Nada perdura para siempre, ni nosotros, (Angustiado) ni las personas que llegamos a amar…Lo trágico no es la conclusión de estas porciones de existencias, sino más bien el recordarlas, eso sí es trágico…

MATECOCIDO: – (Entusiasta) ¡Qué demencia para correr así!… (Dubitativo) ¡No!, no va a llegar mañana. Si sigue corriendo de esa manera ¡quién sabe si no llega esta misma noche!

N.N.: – (Volviéndose hacia sus compañeros, con voz lastimera) El no poder manejar nuestra memoria a voluntad ocasiona lo peor que podría pasarnos. Comenzar a sentir pena y melancolía por lo que sencillamente ya no existe…

CANSINO: – (Compasivo, dirigiéndose a N.N.) Pero esto tiene remedio, hombre (Señalando a Matecocido) ¿Acaso no escuchaste a este?

MATECOCIDO: – (Sacudiendo suave por los hombros a N.N.) ¡Claro! ¿Te imaginas si nos hubiéramos subido a ese carguero?, pronto hubiésemos estado caminando entre tanta gente que habría resultado imposible no perderse. Pero nosotros nos tomaríamos de la mano para evitar semejante contratiempo, pues si llegara a ocurrir estoy seguro que jamás volveríamos a encontrarnos entre tantos millones de seres…

VÍBORA PEINADA: -(Ansioso. Ha arrojado el pico y se aproxima a los otros) ¿Qué traman ustedes? Lo que sea no quiero quedar afuera.

CANSINO: -(Encogiéndose de hombros) No sé vos, pero yo ya me decidí. (Señalando a Matecocido y a N.N.) Al igual que estos dos yo también me tomo el palo en el próximo carguero. (Arroja la pala lejos) Odio esta herramienta. Mejor será que pruebe suerte en otro lado, lejos de esta esclavitud.

VÍBORA PEINADA: – Pero sos loco vos, marcharse así como así,… ¿sin preparativos?, ¿sin avisar a la familia?

MATECOCIDO: – Para qué. Es ahora o nunca. Si perdemos esta oportunidad ya no tendremos otra. (Abrazando a N.N.) ¿No ves como él ya no soporta un solo día más?, y por consiguiente yo tampoco…

CANSINO: – (Con voz firme e imperativa) Está decidido, nos vamos hoy mismo en el próximo carguero, cuando comience a frenar en la curva saltamos sobre los últimos vagones y chau…si te he visto no me acuerdo.

VÍBORA PEINADA: – (Absorto) ¡Quién avisará a mi mujer! Cuando no regrese vendrá a preguntar a la fábrica.

MATECOCIDO: – Ese no será problema (Señalando a N.N.) Él sabe escribir buenas cartas de amor. Cuando llegues a la gran ciudad escribirá una para que le envíes a tu mujer, y quedás como un duque con ella. Ninguna mujer resiste una carta de amor bien escrita…

VÍBORA PEINADA: – (Alisándose el cabello con los dedos) Pero porque razón me aseguras que él sea tan bueno escribiendo cartas.

MATECOCIDO: – Porque él es un poeta. Y escribirá por ti la mejor carta de amor jamás escrita, la firmas y se la envías a tu mujer y vo ve…colorín colorado.

CANSINO: – (Señalando hacia el extremo opuesto del descampado) Bueno, allá viene Chaparrón, el capataz. Ya se dio cuenta que tiramos las herramientas ¡Quién será culo de explicarle que ya no laburamos más! ¡Adelántese alguno para decirle que renunciamos!

Tercer acto

Chaparrón y el Rondín En el mismo descampado, comienza a amanecer. Las cuatro figuras que ocupaban la escena han desaparecido. Ahora la ocupa un hombre de gruesa y corta figura que camina entrelazando las manos por detrás de la espalda, mientras a la carrera viene a su encuentro otro hombre más joven, uniformado de Rondín, que acaba de tocarle silbato para que se detenga.

RONDÍN: – (Con voz autoritaria) ¡Quién es usted y qué hace a esta hora aquí! ¡Le advierto se halla en propiedad privada!

CHAPARRÓN: – (Sin sorprenderse) Buenas noches Rondín. Soy el capataz del obrador.

RONDÍN: – (Sardónico) Aja… ¿Sí?, no me diga.

CHAPARRÓN: – Y en principio no estaría haciendo nada. Pero por otro lado estoy haciendo mucho.

RONDÍN: – (Convencido que se encuentra delante de un loco) Veo que está confundido o que no está razonando bien.

CHAPARRÓN: – Es que nunca me resultó fácil hacerme entender.

RONDÍN: -(Levantando el tono de voz) Pues óigame bien, no está contestando lo que le pregunté. ¡Sepa usted que aquí no hay ningún obrador!

CHAPARRÓN: – (Apenado) Sí, lo sé, lo sé.

RONDÍN: – (Moviendo afirmativamente la cabeza) ¡Ah!, ¿confiesa entonces que es un intruso?

CHAPARRÓN: – (Fastidiado) De ninguna manera. Solo le dije que era el capataz del obrador. Mejor no dé por ciertas cosas que no dije.

RONDÍN: – (Frunce el ceño demostrando enojo) ¡Ah, viejito! ¿No se habrá mamado usted y nos viene a causar problemas aquí?

CHAPARRÓN: – (Interesándose en los dichos del Rondín) ¡No entiendo! A qué se refiere.

RONDÍN: – (Mueve la cabeza negativamente) Antes de tocarle silbato escuché sus gritos, se oían terribles, como si retara malamente a alguien. Y no lo niegue, se estaba haciendo el loco.

CHAPARRÓN: – ¡Ah!, mis gritos. Sí, lo confieso. Retaba a unos peones que no querían regresar.

RONDÍN: – (Rascándose la cabeza irritado) Mire viejito, volvemos al punto de partida. Ya le dije que aquí no hay ningún obrador, ni peones ni nada… ¡Estoy siendo claro!

CHAPARRÓN: – No los habrá ahora ¿Cuántos años tiene usted?

RONDÍN: – Treinta y cinco, y eso que tiene que ver con usted y su intromisión en propiedad privada.

CHAPARRÓN: – Mucho, hace cuarenta años cuando se estaba instalando la fábrica había un obrador aquí, en este mismo lugar. Y yo era el encargado de los peones que construían el ramal ferroviario.

RONDÍN: – (Sarcástico) Sí, cómo no. Y… ¿los gritos que escuché eran los suyos impartiéndole órdenes a los peones?

CHAPARRÓN: – (Exultante) Sí, sí. Mil veces sí. Creo que ya lo terminó de comprender.

RONDÍN: – (Malhumorado) Mire lo único que comprendí es que me está tomando el pelo. Usted dijo que fue capataz del obrador hace cuarenta años. (Sonríe) Pero si no debe tener más de cincuenta ahora ¿Cómo explica eso?

CHAPARRÓN: – (Mientras la claridad del día comienza a envolverlo) Ya no me queda mucho tiempo para seguir dándole explicaciones.

RONDÍN: – (Enfático) Pues tendrá que darlas, aunque parezca usted solo un viejo inofensivo y loco me acompañará a la oficina de guardia, para identificarlo. Y luego llamaremos al gerente para informarle…

CHAPARRÓN: – (Irascible) ¡Necio!, no puedes llevarme adonde tú dices. Ya me marcho. Por esta noche concluyó mi tarea.

RONDÍN: – (Retrocediendo aterrado mientras Chaparrón comienza a desvanecerse) ¡Quién eres en realidad, viejo!

CHAPARRÓN: – (Con voz casi inaudible y lastimera) El centinela de los muertos. El que los regresa a la tumba cuando salen a penar por lugares donde alguna vez estuvieron vivos.

*Cuento perteneciente al libro inédito “Relatos subliminales” de Segundo Orlando Diaz. (2019)

 

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