Concertar una entrevista presencial en la semana en que Buenos Aires se convirtió en una “ciudad horno” parece más una condena que un trabajo. Pero esta periodista es de las que sostienen que las entrevistas presenciales -o sincrónicas, como le dicen ahora- son mucho más enriquecedoras que las virtuales y decide enfrentar el calor. El resultado le dará la razón. El clima aplasta, pero Dalia Gutmann recibe a Teleshow no solo con su mejor sonrisa sino con bebida fresca y unos reconfortantes sandwichitos. Su cordialidad no fingida, su buena predisposición y dotes de anfitriona se agradecen más que un aire acondicionado inverter.
Desde el 20 de enero, Gutmann se presenta en el teatro Maipo con Cosa de minas 2. Tengo cosas para hacer. El espectáculo ya fue visto por 15 mil espectadores y recibió una nominación a los premios ACE. En el escenario, la humorista invita a reírse de la relación con el cuerpo, del vínculo intenso y complejo con los hijos y, sobre todo, de la vorágine en la que vivimos. “Esto de estar en el ascensor respondiendo audios mientras resolvemos el pedido del supermercado. Todos los días nos pasan demasiadas cosas y me parecía divertido repasar esas situaciones en código de humor, reírnos de esas emociones que vamos teniendo y acumulando día a día”, dice.
Para llegar a este presente como una de las humoristas más reconocidas y ya sin ser presentada como “la mujer de Wainrach”, Dalia transitó un largo recorrido. “Vengo de una familia de intelectuales. Mi papá es sociólogo, trabajador social y gerontólogo. Mi mamá es licenciada en Ciencias de la Educación y psicóloga, y mi hermano, abogado. Para ellos era una locura que yo viviera del humor: todavía les cuesta entender que haya querido vivir de esta forma, sin un sueldo fijo y vacaciones aseguradas”.
Recuerda que “a los 18; 19 años estaba muy perdida vocacionalmente. Un día les estaba contando a mis amigas algo muy complejo que sucedía en mi casa y ellas se reían con mi relato. Pensé: ‘Les estoy contando algo que me daña el alma profundamente y se están riendo’. Me dije: ‘Acá hay algo’. Comprendí que el humor puede transformar algo muy doloroso en otra cosa”.
El humor era un camino que la invitaba a recorrerlo, pero tardaría un tiempo en animarse a transitarlo. Primero se recibió de locutar en el ISER; sus referentes eran Mónica Gutiérrez y Liliana López Foresi. Consiguió entrar como movilera en Telenueve, pero los tres años que cubrió noticias “los pasé sufriendo”. Condujo distintos programas de radio y fue columnista en Perros de la calle, de Andy Kustnezoff, mientras estudiaba teatro con Mariana Briski y Nora Moseinko. El humor y la capacidad de escribir sus textos estaba ahí, pero la decisión costaba.
La revelación llegó en un viaje que realizó a España en 2009. “Era el único lugar donde se podía ganar plata haciendo monólogos y me fui para allá. Actuaba a las tres de la mañana en un bolichito y la paga era mínima. Sin embargo, me gustaba mucho, era feliz y me dije: ‘Acá hay algo que me importa de verdad’, y me atreví a hacer el cambio”. No solo fue cuestión de atrevimiento; también, como enfatiza, fue “perseverancia, laburo y claridad en lo que uno quiere”.
Cosa de minas es un buen ejemplo de esa cuota de atrevimiento y perseverancia. “La escribí y la ensayé sin que nadie me la pidiera. Después apareció el teatro. A veces uno espera que surja la oportunidad sin ofrecer algo, sin generar un contenido. Desde chica descubrí que debía armar mis cosas, sin esperar que primero me llamara Adrián Suar”, remata con humor, alejada del que pontifica verdades.
Fue en este generar sus oportunidades que terminó en la cartelera del mítico Maipo y con producción del no menos mítico Lino Patalano. “Me presentaba en un teatro pequeño de Palermo y quería terminar el espectáculo en una sala grande. Le mandé un mail a Lino y respondió. Así hice el primer Maipo y después me propuso presentar la obra una vez al mes, seguimos cada 15 días y terminamos todas las semanas”. Admite que puede ser “re mandada”, pero no inconsciente. “Cuando me mando es porque tengo muy claro qué es lo quiero, sino no me lanzo”. Hoy reconoce que está feliz con el teatro y que es algo que le gustaría tener siempre. Si le permiten soñar, le gustaría “hacer shows con continuidad y escribir cosas nuevas a medida que pasa la vida”. Como generadora de proyectos, uno de ellos es escribir una serie: “La estoy escribiendo de a poco pero ya sé quién quiero que la actúe”. También dirigirá una obra.
Dalia reivindica que es una “mujer normal que trata de mostrarse lo más honestamente posible”, por eso desconfía de esas frases “más edulcoradas que de autoayuda” que pregonan “amo mi panza”. “Muestro mi cuerpo porque estoy harta de que solo tengan voz minas con cuerpos espectaculares”. Y en este mostrarse como es y no como quieren que sea le sucedió algo que define como “espectacular”: “La gente me empezó a agradecer que no sea una mina con un cuerpo perfecto”. Su coherencia tiene consecuencias que acepta. “Sé que si tuviera una imagen más televisiva podría tener más trabajo pero lo sentiría como una traición a mí misma”, dice, y asegura con humor que esta aceptación “no es una cuestión de autoestima sino de rebelión y de espíritu contrera”. “Pertenezco a la mayoría y las mayorías no siempre tuvieron lugar en los medios. Así que vengo a ser como una representante”.
Aunque su título es de locutora y la conocemos como humorista, ella se define como autora. “Sería más fácil entregarme al contenido que hace otro, pero me gusta generar lo propio”. Para sus textos se la pasa observando lo que hacen sus amigas, las personas que la rodean y hasta las situaciones que ocurren en su familia. “Ahora mis hijos me recriminan que grito mucho y veo cómo transformar eso en humor”. Anota todo en cuadernos y hasta se autoenvía mensajes de WhatsApp cada vez que se le ocurre una idea. Sabe que a veces su humor puede ser muy autorreferencial, pero “me gusta hablar de lo que nos pasa a las mujeres, es un tema que me convoca. Además me genera mucha admiración una mujer humorista arriba de un escenario por cómo se expone. Crecimos con un mandato muy fuerte de no ridiculizarnos, de ser lindas, son mandatos que hay que romper y en ese sentido el escenario es un acto de rebeldía”.
En el escenario, Dalia asegura que se olvida de su cuerpo y que eso es como un milagro. Admite que cuando quiso escribir un texto más amplio no le salió: “Mi espectáculo funciona mucho mejor con hombres en la sala, pero sí es cierto que le hablo a las mujeres”. Sin embargo, también puede hacer otro humor. “Si me llaman de eventos y la mayoría son hombres quizás tarde un poco más en lograr la carcajada pero sé que en un momento los voy a enganchar”. Se enorgullece de que su humor no tenga una clase social: “Me gusta tener amigos de todos los niveles educativos y estratos sociales. Así que mi espectáculo es muy Conurba y muy Barrio Parque”.
Dalia y Wainraich no suelen protagonizar chimentos, por eso este año llamó la atención cuando trascendió que estaban separados. “Todavía no sé muy bien qué paso”, dice con una sonrisa entre asombrada, y divertida. “Quizás llamó la atención porque nosotros somos muy libres. A veces yo me voy con mis hijos a algún lado y después se va él con ellos o nos vamos unos días solos. En eso no somos una pareja tradicional y se puede interpretar como que estamos separados y no, es simplemente que cada uno está haciendo sus cosas”. Pícara asegura que el futuro es el modelo Sabrina Rojas, Tucu López, Luciano Castro y Flor Vigna: “Está bueno eso de felices los cuatro. Eso de ‘nos separamos como pareja pero nos queremos como personas’”.
Hoy, Dalia reivindica el derecho a aceptar que “la vida es un quilombo, dificilísima y resulta imposible no sufrir”. Y por eso también reivindica el “derecho a sentir alegría”. Los que van a sus espectáculos saben que ahí pueden ejercerlo.
fuente: infobae