-¡¡¡Eduard querido!!! ¿Qué hace con ese mameluco lleno de manchas? ¿Está por poner un taller mecánico?
-No estoy por hablar de mecánica sino de chapa y pintura.
-¿De chapa y pintura?
-Sipi.
-¿Qué me está por contar?
-Le estoy por contar algo que pasó el sábado a la noche en las vísperas de Pascua.
-¿Qué ocurrió?
-Un funcionario que asumió hace poco en la sede local de un ente nacional tuvo un contratiempo.
-¿En dónde?
-En Concepción.
-¿En la Perla del Sur?
-¿En qué idioma le estoy hablando que no me entiende? ¿En español?
-Bueno, no se me lo sulfure Eduard, que le va a venir algo…
-Está bien, pero procure no hacerme saltar la térmica. Deje que le cuente el chisme.
-OK. ¿Qué pasó, Eduard?
-Este muchacho estaba estacionando y le dio al auto que estaba delante…
-¡Qué macana!
-Eso no es todo. El auto que chocó a su vez chocó a otro que estaba adelante, generando un choque en cadena.
-¿En serio?
-Sipi.
-¿Y qué pasó?
-El auto que estaba en el medio quedó afectado atrás y adelante.
-¿Quién es el funcionario?
-Un muchacho que no quiso discriminar a los dos autos y los chocó a ambos…
-Ja, ja, ja, ya sé a qué organismo nacional pertenece…
-No lo diga, la gente ya lo sacó y, por ejemplo, Bety lo sufrió hace poco.
-¡Estamos pensando igual amigo! Estoy aprendiendo mucho a su lado.
-No me dore la píldora mi estimado, que no tengo una moneda para el café.
-Me dijeron que a usted le dicen cajero automático.
-¿Por qué?
-Porque es imposible sacarle una moneda.
-Ah, usted está muy gracioso hoy. ¿Acaso tomó avivol?
-No se me lo enoje, Eduard. Pago el cafecito y con dos medialunas saladas, como a usted le gusta.
-Esos son los gestos que hacen que uno le perdone los malos chistes.
-¿Lo quiere con un vaso grande con soda?
-Sipi, tengo que apagar un incendio. Ya no tomó más…