Un comienzo cuesta arriba: una familia disfuncional, una madre niña, un hogar itinerante, hectolitros de alcohol. Un casi final por sobredosis ante los ojos de su hija mayor, en 2012: se salvó, pero no volvió a ser la misma. En el medio, toda la locura de Hollywood. Un matrimonio expuesto a las miradas, literalmente hasta de su cuerpo desnudo de embarazada. Otro abundante en distintas formas de escarnio.

La vida de la actriz Demi Moore parece lejos de las imágenes glamorosas que ha mostrado durante décadas. Hace pocas semanas, cuando comenzaron a difundirse algunos detalles de sus memorias, Inside Out (De pe a pa, o Todo a la vista), se entrevieron algunas sombras en el perfil de la protagonista de películas como Ghost, Propuesta indecente o La teniente O’Neil.

El libro, escrito en colaboración con Ariel Levy, acaba de salir en los Estados Unidos. Revela intimidades como la pérdida de un embarazo avanzado a los 42 años, el vértigo autodestructivo de sus padres, una violación a los 15 años, la adicción a distintas sustancias, las relaciones abusivas y los trastornos de alimentación detrás de la máscara hermosa. “He tenido una suerte extraordinaria en la vida: tanto buena como mala suerte”, escribió la actriz. “Escribir todo me hace comprender que mucho fue muy loco, muy improbable. Pero todos sufrimos, y todos triunfamos, y todos podemos elegir cómo sostener ambas cosas”.

El relato, de una densidad emocional importante, explora cómo el éxito profesional se combinó siempre con una inseguridad enraizada: a cada paso Moore se cuestionó si servía para trabajar en Hollywood, si era una buena madre, si su actuación era buena y, en general, si ella estaba a la altura de ser simplemente una persona. De la adversidad a la caída, de la resiliencia a la capacidad de reimpulsarse, Inside Out cuenta una historia de supervivencia y recuperación con la que casi cualquiera puede identificarse. Con la salvedad de que los coprotagonistas tienen nombres como Bruce Willis o Ashton Kutcher.

El día que tocó fondo

“La misma pregunta me daba vueltas en la cabeza: ‘¿Cómo llegué hasta aquí?’”, comienza el prólogo.

La perspectiva parece abstracta: “Tenía casi 50 años. El esposo que había pensado que era el amor de mi vida me había engañado, y a continuación había decidido que no quería sacar nuestro matrimonio adelante. Mis hijas no me hablaban: ni llamadas de feliz cumpleaños, ni textos de feliz Navidad. Nada. Su padre —un amigo con el que había contado durante años— ya no era parte de mi vida. La carrera por la que había luchado para crear desde que me fui del apartamento de mi madre a los 16 años se había estancado, o acaso había terminado”.

Sin embargo, el punto de vista es otro: Moore está semiinconsciente, en un sillón, sufriendo convulsiones tras una combinación de alcohol, marihuana sintética y óxido nitroso.

Apenas logró gritar”¡No!” cuando entendió que iban a llamar a la línea de emergencias. “Sabía lo que seguiría: la ambulancia, los paparazzi, el anuncio en TMZ: ‘¡Demi Moore ingresada de urgencia en un hospital por drogas!’”.

Todo eso pasó. Pero hubo algo distinto, agregó: “Decidí quedarme inmóvil, tras una vida de huir, y enfrentarme. Había hecho mucho en 50 años, pero no creo haber vivido mucho, realmente, porque pasé la mayor parte de ese tiempo presente a medias, asustada de ser yo, convencida de que no merecía lo bueno, y tratando desesperadamente de arreglar lo malo”.

Violación a los 15 años, con el consentimiento (pago) de su madre

Durante su adolescencia, la madre de Moore, Ginny, la llevaba a bares con ella. Allí probablemente la vio un hombre de entre 40 y 50 años que comenzó a contactarla a la salida de la escuela. Un día, al regresar a su casa, lo encontró esperándola.

“He bloqueado la secuencia exacta de los eventos —escribió—: los detalles que me llevaron de abrir la puerta de entrada a preguntarme si mi madre le había dado una llave, a sentirme atrapada en mi propio hogar con un hombre tres veces mayor que yo y dos veces más corpulento, a él violándome. No tenía quién me protegiera”.

Esa vulnerabilidad resultó también un arma para su castigo doble: “Durante décadas ni siquiera pensé que hubiera sido una violación. Pensé que era algo que yo había provocado, algo que me sentí obligada a hacer porque ese hombre esperaba eso de mí, yo le había dejado esperar eso de mí. Era una presa fácil para un depredador”. A ese episodio se remontan las fuentes de muchos de los problemas que sufrió Moore, que son el abc del estrés postraumático: adicción, ansiedad, trastornos de alimentación, insomnio.

Luego de los hechos, la madre apareció nuevamente con el hombre, quien las ayudó a mudarse. Al verlos llegar, Moore sintió que “no había ningún lugar seguro al que ir”. Mientras hacían la mudanza, el hombre, en un momento, le dio a entender que Ginny le había facilitado la violación: “¿Qué se siente ser prostituida por tu madre por USD 500?”.

Escribió la actriz: “Aunque él puede haberle dado dinero a Ginny sin una conversación clara sobre qué obtendría a cambio, también es perfectamente posible que Ginny supiera con exactitud lo que él quería, y es posible que haya aceptado que él pudiera conseguirlo”. Con el tiempo terminó por ver el episodio de una sola manera: “Fue una violación, y una traición devastadora”.

Cuando le presentaron a Bruce Willis, le pareció un patán

Antes de que le resultara —según escribió— “tan galante” y “un verdadero caballero”, el actor que sería su esposo y padre de sus tres hijas (Rumer, Scout y Tallulah) le pareció “desdeñoso” y “un poco patán”. Lo conoció en el estreno de St. Elmo’s Fire, al que fue para acompañar a su ex prometido, Emilio Estevez, coprotagonista de la película.

Pero él se mostró receptivo a las historias de ella sobre su infancia difícil, y hasta la acompañó a visitar a su familia en algunas ocasiones. A los cuatro meses de haberlo mirado con desagrado, se había casado con Willis en Las Vegas y estaba embarazada de su hija mayor. Durante los siguientes diez años compartirían sus vidas y harían un total de 33 películas, sumadas las de ambos.

“Orgullosa de nuestro divorcio”

Después del nacimiento de Rumer, aunque Willis la trataba “como una princesa”, según recordó, los problemas de la vida real los alcanzaron. Ella quiso regresar al trabajo, ya que eran los mejores años de su carrera; él prefería que le dedicara todo su tiempo a la bebé. Tras la pelea, Moore comenzó a evaluar: “cómo accedía a mis emociones, en particular al dolor”.

Él nunca dejó de trabajar. Las tensiones aumentaron. “Pero Bruce no quería ser el tipo que abandonaba a su familia, el que le hacía eso a su hija”, escribió la actriz. “Cuando se fue a rodar El gran halcón, las cosas estaban en un estado muy frágil. Lo fui a visitar una sola vez y, francamente, me dio la impresión de que había andado con otra”.

Pero aunque superaron el momento y tuvieron a sus otras hijas, Willis “no sabía si quería seguir casado”. Cuando la madre de Moore se enfermó y ella decidió cuidarla, la distancia se fue cimentando. La prensa filtró la noticia de la separación antes de lo que ellos esperaban; las hijas “no podían entender del todo lo que eso significaba”.

La actriz recordó el episodio en sus memorias: “Es raro decirlo así, pero me siento muy orgullosa de nuestro divorcio. Creo que al comienzo Bruce temía que yo dificultara nuestra separación, que expresara mi enojo y cualquier peso que cargara de nuestro matrimonio obstruyendo su acceso a las chicas, que tomara todas esas estratagemas de las parejas que se divorcian y las usara como armas. Pero no lo hice, y él tampoco”.

La separación “no fue fácil al comienzo”, pero, expresa: ” Nos arreglamos para mudar el corazón de nuestra relación, el corazón de aquello que había creado nuestra familia, a algo nuevo que diera a las chicas un ambiente de amor y de apoyo con los dos padres”. El resultado la asombró: “Nos sentimos más conectados que antes del divorcio”.

En 2009 Willis se casó con Emma Heming: “También Bruce ha regresado a mi vida ahora, como un amigo valorado y un querido miembro de mi familia”, escribió Moore. “Mis hijas tienen dos nuevas hermanitas —Mabel y Evelyn, las hijas de Emma y Bruce—, y así nuestra familia ha seguido creciendo. Me siento agradecida por tenernos el uno al otro”.

Su relación con Ashton Kutcher

No usa el mismo tono para hablar de su último esposo: “También me siento agradecida por Ashton, créase o no”, escribió. “Cualquiera haya sido el dolor que pasamos juntos, nos ha permitido convertirnos en las personas que somos hoy”.

Él tenía 25 años cuando se conocieron. “Yo era una persona de 40 años, con una vida importante. Y la vida adulta de Ashton acababa de empezar. No lo veía porque lo miraba desde dentro. Simplemente me sentía una quinceañera que esperaba gustarle a alguien”.

Ocho años más tarde, dos de sus hijas —Scout y Tallulah— y Willis se habían alejado de ella.

“Él amaba a mis hijas”, reconoció. “No era algo que le diera miedo. Parecía sentirse cómodo con la enormidad del ex marido”. Sin embargo, la tensión se percibía. “Creo que la parte real del asunto es que las chicas estaban enojadas porque me había vuelto tan dependiente de Ashton: él era mi adicción, es la mejor manera que se me ocurre para expresarlo”.

Moore había sido una suerte de adulta precoz, forzada por la incapacidad de cuidado de sus padres; al cumplir 40, de pronto entendió que la vida se podía vivir de otras maneras. “Yo había tenido que ser responsable durante buena parte de mi vida, y de pronto se abrió esta ventana hacia un lugar donde estaba segura”.

Pero las novedades que llevó Kutcher a su vida no fueron solo positivas. Moore discutió con él por considerar que sus infidelidades hacia ella conducían al divorcio, pero él rechazó cualquier responsabilidad: “Como habíamos traído a terceras personas a nuestra relación, dijo Ashton, eso borraba los límites y, en cierto modo, justificaba lo que él había hecho”.

Moore contó el detalle de esa incorporación de terceros. “Accedí a hacer un trío en dos ocasiones, lo que lejos de ser positivo para la pareja marcó el principio del fin de la relación. Fue un error y la excusa perfecta que él usó para mantener relaciones sexuales con otras mujeres”.

La consideración que Kutcher le mostró resultó escasa. En una ocasión., Moore se enteró de una de las escapadas de su esposo mediante un alerta de Google en su celular: “Me quedé sin aire”, escribió. En otra él publicó en Twitter una foto del trasero de ella, mientras se agachaba, en bikini, en la habitación de hotel donde pasaban sus vacaciones: “Es un gran trasero”, se defendió de quienes lo criticaron.

Recaída en el alcohol, con a de Ashton

Moore no bebía desde hacía casi dos décadas cuando, durante un viaje con Kutcher, todo cambió. “Ashton disfrutaba de una copa de buen vino tinto cuando me dijo: ‘No sé si el alcoholismo es algo real. Creo que todo es cuestión de moderación’. Yo quería ser esa chica. La chica que podía tomar una copa con la comida, o un shot de tequila en una fiesta. En mi cabeza, Ashton también quería eso. Así que traté de convertirme en eso: en una chica divertida, normal”.

Ahora, al revisar el episodio a los 56 años, agregó: “No pensé Él es un chico de veintitantos que no tiene idea de lo que está hablando’”.

Esa noche tomó una cerveza del minibar. Años más tarde lo vio como un error: “Cuando no tienes un botón de apagado, sigues adelante hasta que no puedes más”.

El día que cumplió 45 años, Moore estaba tan intoxicada que casi se ahogó en un jacuzzi. “Empecé a desmayarme, me deslizaba bajo el agua. Si otra gente no hubiera estado allí en ese momento, me habría ahogado”.

Al cargarla semiinconsciente hasta la cama, Kutcher estaba furioso. Ella, además de culpa, sentía mucha confusión: “Ashton me había alentado para que fuera en esta dirección. Sin embargo, al haberme excedido, me expresó cómo se sentía al mostrarme una foto que me había sacado la noche anterior, con mi cabeza apoyada sobre la taza del baño”, luego de haber vomitado. En el momento en el que había tomado la foto, a ella le había parecido “una broma inocente”, escribió. “Pero en realidad era algo para humillarme”, cuenta.

Pérdida de un embarazo de seis meses

Moore llevaba dos años de relación con Kutcher cuando quedó embarazada. A punto de entrar al sexto mes se hizo un chequeo de rutina. El médico comenzó el examen, amable. De pronto su cara cambió.

“Se podía ver una combinación de pavores”, recuerda en el libro. “Que inmediatamente transformó en datos e información práctica: porque era indudable, porque no encontraba un latido”.

iempo después del aborto comenzó a sentirse cada día peor: “Era mi culpa, estaba segura: si solo no le hubiera vuelto a abrir la puerta al alcohol, nunca hubiera perdido el bebé. Peor aún, todavía fumaba cuando descubrí que estaba embarazada, y me llevó algunas semanas dejarlo por completo. Estaba destrozada por la culpa y convencida de que lo que había sucedido era mi responsabilidad”.

Recurrió luego a la fertilización in vitro, “varias veces”, sin éxito. Su consumo de alcohol se incrementó; eran los años de la difusión de los opiáceos, y comenzó a tomar Vicodin. “Me sentí perdida, vacía, desesperada, confundida. Perdí de vista todo lo que estaba frente a mí: la familia que tenía”.

Una larga historia de trastornos de alimentación

“A veces apenas soportaba verme en el espejo”, escribió Moore sobre los “serios” trastornos de alimentación que sufrió toda su vida. Cuando Edward Zwick, director de ¿Te acuerdas de anoche?, le pidió que bajara de peso porque no era “delgada como para protagónico”, el delicado equilibrio que tenía frente a la dieta se perdió. “Toda mi angustia se pasó a la comida, que empecé a usar como una especie de castigo para todo lo que creía que había de sucio y de malo en mí”.

En general mostrar su cuerpo le resultó agónico durante todos los años anteriores a la famosa foto de tapa de Vanity Fair, en la cual se la ve embarazada de su segunda hija, en 1991, que “desató una tormenta de reacciones apabullantes”. Aunque la acusaron de pornógrafa y exhibicionista, su intención había sido revelar que “una mujer embarazada podía ser hermosa y glamorosa”, escribió. “Ayudar a que las mujeres se amen y amen sus formas naturales es algo notable y es gratificante haberlo logrado, en particular para alguien que, como yo, pasó años peleada con su cuerpo”.

Sin embargo, en aquel momento las críticas la afectaron. Y el problema de fondo continuó: cuando le ofrecieron un papel que requería que bajase los kilos aumentados en el embarazo, desarrolló “una obsesión por el entrenamiento físico”, al punto que dejó de producir suficiente grasa para amamantar a su hija Scout, y debió complementarla con fórmula para bebés. “Sentía que no podía parar de ejercitarme. Tenía la obligación de caber en ese uniforme militar implacable que estaría usando en dos meses en Cuestión de honor. Ponerme en forma para esa película puso en marcha la obsesión por entrenar que me consumiría los siguientes cinco años”.

Todo se complicó durante el rodaje de Propuesta indecente: “Iba a estar en exhibición otra vez, y lo único en lo que podía pensar era en mi cuerpo, mi cuerpo y mi cuerpo. Aumenté mi ya excesiva rutina de ejercicios. Reduje los hidratos de carbono, me puse a correr y a andar en bicicleta, y me ejercité en todos los aparatos imaginables”. En un momento, debilitada, contrajo neumonía.

“Cuando estaba haciendo Striptease —continúa la secuencia de sus problemas—, para el desayuno medía media taza de avena y la preparaba con agua; el resto del día solo comía proteína y algunos vegetales, y ya. Si toda esta obsesión sobre mi cuerpo les suena loca, no están equivocados: los trastornos de alimentación son locos, son una enfermedad. Pero eso no los hace menos reales”.

Suicidio del padre y boicot de su primer matrimonio

Ella tenía 16 años y se llamaba Demi Guynes cuando se fue a vivir con su novio, Freddy Moore, un músico de 28 años. Un año después, en 1980, su padre —no el biológico, al que no conoció—, Dan Guynes, se suicidó. “Mi papá murió en octubre. En noviembre cumplí 18. Me casé con Freddy en febrero”, escribió. “Fue, evidentemente, un tiempo complicado y agobiante, y nuestro casamiento reflejó la naturaleza azarosa de la decisión”.

Las vísperas de la boda estuvieron marcadas por la confusión: “No podía enfrentar el hecho de que me casaba para distraerme de hacer el duelo por la muerte de mi padre”. La noche previa a la ceremonia, cuenta: “En lugar de ocuparme de mis votos, llamé a un tipo al que había conocido en un rodaje, me escapé de mi despedida de soltera y fui a su apartamento”. Ya había tomado una decisión y no sabía cómo deshacerla: “No podía salir del matrimonio, pero podía sabotearlo”.

Con la distancia del tiempo reflexionó: “¿Por qué hice eso? ¿Por qué no fui a ver al hombre con el que me estaba comprometiendo a pasar el resto de mi vida para expresarle mis dudas?”. Pocos años después habló con él. Se divorciaron en 1985.

El padre de Moore también tenía sus romances, y la manera en que reaccionaba la familia para superar esas crisis era mudándose. “Para la mayoría de la gente la idea de mudarse es algo importante”, escribió. “Para nosotros no era así. Mi hermano y yo hemos calculado que a lo largo de nuestra infancia asistimos a por lo menos dos escuelas nuevas cada año, y con frecuencia a más. No comprendí, hasta mucho más tarde, que no todo el mundo vivía así. Cuando escucho sobre gente que ha tenido los mismos amigos desde el jardín de infantes, no me puedo imaginar cómo sería eso”.

La abundancia de alcohol y las mentiras complicaban el panorama. En una ocasión, mientras limpiaba un arma, el padre disparó un tiro dentro de la cocina, y se raspó la sien. En otra —ella tenía 12 años— su madre tragó una botella de píldoras tras una discusión con su padre.

“Usé mis dedos, los pequeños dedos de una niña, para sacar de la boca de mi madre, que mi padre mantenía abierta mientras me decía qué hacer, las píldoras que había tratado de tragar. Dentro de mí, profundamente, algo se movió y nunca se reacomodó. Mi infancia se había terminado. Cualquier impresión de que podía contar con cualquiera de mis padres se evaporó. En ese momento, con mis dedos dentro de la boca de mi madre suicida, que aullaba como un animal salvaje, y con la voz de mi padre que me gritaba indicaciones, pasé de ser alguien a quien ellos al menos trataban de cuidar para ser alguien que ellos esperaban que les arreglara sus líos”.

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