Facundo Macarrón habla por primera vez luego de haber sido señalado como sospechoso del crimen de Villa Golf. Fue sobreseído, pero lo que vivió hace 13 años lo marcó para siempre: “Fue un acto de homofobia”, dice. Cómo superó el horror vivido y qué piensa de la acusación contra su padre.

No hubo transición. En un instante, como una pesadilla que sigue a otra, Facundo Macarrón lloraba sin consuelo el asesinato de su madre, Nora Dalmasso, cuando le informaron que el fiscal Javier Di Santo lo acusaba de ser el presunto culpable.

Nora murió el 26 de noviembre de 2006 en su casa del country Villa Golf de Río Cuarto. Tenía 51 años. Esa noche había cenado con amigas. El encargado de matarla la estranguló con sus manos y con el lazo de su propia bata.

Imputado por el crimen

Facundo fue formalmente imputado en la causa el 6 de junio de 2007. El único argumento del fiscal en su contra fue que en el ADN de la escena del crimen apareció el linaje Macarrón. Como su padre Marcelo jugaba al momento del femicidio un torneo de golf en Uruguay, la sospecha (“leve”, como puntualizó Di Santo), recayó sobre su hijo.

No lo detuvieron, el propio fiscal consideró que no había pruebas suficientes. Sin embargo, su teoría era que Facundo, que por entonces tenía 19 años, mató a su madre y abusó de ella. No sólo eso: se llegó a buscar el móvil en una supuesta pelea entre madre e hijo por la elección sexual del joven. Agunas pericias giraron en torno a su vida privada, pese a que no tenían nada que ver con lo que se investigaba.

Sobreseído

En 2012 fue sobreseído por el juez de Control de Río Cuarto, Daniel Muñoz.

Hoy, Facundo tiene 32 y es diplomático. Vivió en los Estados Unidos y en París, donde perfeccionó su educación.

A poco más de 13 años de esa imputación polémica -que el tiempo demostró que fue errónea-, Facundo habla por primera vez desde aquel entonces. Nunca lo hizo. Respondió por mail a la consulta de Infobae sobre esos días en que su nombre y su imagen aparecieron en todos los medios del país. Vivió en carne propia, como el padrastro de Ángeles Rawson, el dedo acusatorio que sufren los injustamente sospechados matar.

“Mi imputación también tuvo una clara motivación desde el peor de los prejuicios que lamentablemente al día de hoy subsiste en algunos despachos de los tribunales: como un acto de homofobia, pensar que por mi sexualidad ‘había algo raro’. Si no era yo, era mi ambiente gay, con supuesta tendencia hacia el delito. Fácil de explicar en una sociedad que para ese entonces no era tan abierta o comprensiva como es hoy”, dijo Facundo.

Se metieron con su mente

Por ese entonces hubo peritos que lo analizaron a partir de un complejo de Edipo, se habló de que era gay y hasta se dijo que detrás de su belleza e inteligencia podía esconderse un frío homicida.

Al mismo tiempo que Di Santo -que fue apartado de la causa- fue imputado Gastón Zárate, el albañil que trabajó en la casa de la víctima días antes del crimen. Es decir: hubo dos acusados en forma simultánea. El fiscal le endilgaba a Zárate una obsesión con Nora y haber trepado por la casa “en forma gatuna” (término usado en la psiquiatría de los años cincuenta) para abusar de ella.

En cambio, a Facundo lo acusaba de haber atacado a su madre después de abrir la puerta con llave, después de haber recorrido en un auto más de 200 kilómetros desde Córdoba (donde vivía él porque estudiaba Derecho allí), bajo la lluvia.

“Mi fatídica imputación -escribió a Infobae el hijo de Nora Dalmasso y Marcelo Macarrón- fue claramente la opción más fácil: frente a una dudosa prueba genética que al principio no se había podido obtener y después se obtuvo como por arte de magia por un centro genético provincial de dudosa independencia, con medio adn sin descubrir, fueron por el eslabón más débil: yo como hijo. Mi padre estaba probado que se encontraba en otro país con decenas de testigos, aunque después vinieron con la película de ciencia ficción del avión, y mi abuelo estaba con mi abuela y mi tía en su casa. Yo era el único que estaba durmiendo solo y a 220 kilómetros”.

Todo bajo la lupa

Las palabras de Facundo, que sobresalió en sus estudios de Derecho, son claras. En una época, la vida privada de un acusado, en especial si era homosexual, se ponía bajo la lupa de los expertos. Por caso, en las pericias oficiales por los once asesinatos de Carlos Robledo Puch (exhibidas en el juicio en el que se lo condenó el 27 de noviembre de 1980 a prisión perpetua por tiempo indeterminado), se mencionó que no le gustaban las mujeres y que a su “deleznable desviación sexual” se sumaba “una saga delictiva irrefrenable”.

En todo este tiempo, Facundo sufrió cámaras ocultas, invasión a su privacidad y tuvo que ver cómo las fotos de la autopsia de su madre -que un policía ofrecía a los medios a cambio de dinero (el autor de esta nota fue testigo de eso)- aparecieron en televisión.

“Como joven de 19 años y con la ingenuidad de la edad, aun cuando mi madre había fallecido en circunstancias que aún hoy no me puedo explicar, jamás imaginé que la justicia me estaba investigando. Tal era mi ingenuidad, que cuando empezaron a citar a mis amigos pensé que el fiscal estaba tratando de hacer más prolija la investigación y cerrar con pruebas las declaraciones de la familia, para luego avanzar en una hipótesis más concreta”, dijo Facundo.

Aprieta judicial

“Cuando a mis amigos los sacaron por la fuerza de sus departamentos sin citación previa, y a mi ex pareja lo citaron por tercera vez, lo retuvieron por 13 horas y una asistente directa del fiscal general de entonces, Darío Vezzaro, lo apretó y le leyó el artículo del Código Penal por falso testimonio, ahí me di cuenta que había algo raro. Con la imputación, el nivel de incredulidad y de falta de explicación era tal que todo mi idealismo respecto del funcionamiento de la justicia como estudiante de segundo año de abogacía se quebró y me di cuenta hasta qué punto había más un interés político en resolver la causa, sin importar que el culpable fuera en verdad inocente. Al contrario, si era de la familia mejor, le facilitaba a ellos su trabajo y cubría las irregularidades que de entrada tuvo la investigación”, continuó.

El caso Dalmasso sigue impune. Es uno de los grandes escándalos de la historia policial argentina. Al principio se sospechó que fue un crimen con juego sexual incluido, luego siguió la pista del amante despechado, pasó por el móvil económico, se imputó al “perejil” Zárate y a Facundo. Se habló de un sicario colombiano que viajó a Río Cuarto para estrangular a Nora. Se imputó a Marcelo Macarrón como autor material, aunque luego se cambió la acusación a autor intelectual. Hasta se habló de un “avión fantasma” que habría tomado el viudo para viajar de Punta del Este a Río Cuarto, tener sexo con su esposa, matarla y volver a jugar el torneo de golf con sus amigos.

“El crimen va a quedar impune porque se hizo todo mal. La escena del crimen se contaminó porque entraron 23 personas a la pieza donde estaba la víctima, entre ellas el cura”, dijo en su momento Osvaldo Raffo, que fue perito de parte contratado por Macarrón.

Cinco años de terror

Facundo contó lo que tuvo que padecer durante los cinco años en que fue acusado. “Tan grave era lo que estaban haciendo, contando sólo con indicios sueltos y un mes de testimonios compulsivos sin obtener nada, que finalmente decidieron imputarme con la figura de sospecha leve, como si eso fuera a amortiguar el efecto que una acusación de ese calibre iba a tener en mí y en la sociedad. Por más de un año, tuve que esconderme de lugares públicos, cubierto con gorra y anteojos de sol pensando que la Justicia o los medios me perseguían”.

“Más allá de destruir mi juventud, lo que hizo el fiscal Di Santo y el aparato judicial que lo respaldó fue intentar matarme socialmente. No les alcanzó con dejar impune el crimen de mi madre, quisieron matar a su hijo no solo por facilismo en resolver la causa sino por una marcada y explícita homofobia institucionalizada al menos en la fiscalía de este fiscal. Fue tal la cobardía de la justicia, que me tuvieron más de 5 años dependiendo de un análisis genético que se hiciera en el exterior, sin dejarme salir de la provincia al principio y luego del país, sin poder continuar normalmente con mis estudios ni con mi proyecto de vida. Nunca les escuché pedir disculpas, ni creo que les interese hacerlo”.

La contención familiar

Facundo contó que no podría haber seguido en pie de no haber sido por el apoyo de su familia, fundamentalmente su hermana, su padre, sus abuelos y sus tíos, la contención de su pareja y sus grandes amigos.

“Además del acompañamiento de la facultad y un invalorable apoyo psicológico y de mis excelentes abogados, hoy no hubiera podido seguir adelante, enfrentando ahora la acusación contra mi papá y la persecución que no terminamos de padecer como familia”.

Lo que vivió como una persecución mediática y judicial le dejó una herida profunda. Mantiene un perfil bajo, prefiere no decir en qué ciudad vive en la actualidad y casi no hay fotos suyas recientes.

“Defenderme de una hipótesis tan ridícula como macabra, que el fiscal mantenía a la par con otras totalmente distintas, no fue difícil no solo porque caía por su propio peso, sino porque siempre tuve en claro quién era yo: eso quedó demostrado en las más de 9 horas de declaración indagatoria de esa fría noche, donde hubo más bien un cuestionamiento hacia el fiscal y el mamarracho de investigación que estaba haciendo, y un pedido de justicia por mi mamá. Lo difícil fue sobrellevar esos años imputado y recuperar mi vida. En eso el profesionalismo y la calidez humana de mi psicóloga y de los abogados Marcelo Brito y Gustavo Liebau, que me tomaron como a un hijo, fueron determinantes para ayudarme a reencauzar mi vida”, se desahogó Facundo.

Juicio con jurado

Su padre, hasta ahora, iría a juicio con un jurado popular. Se cree que el móvil es económico y la pena máxima por la imputación de Macarrón es perpetua. “Es un disparate. Primero dijeron que fue el asesino y ahora que contrató a un sicario”, dijo Marcelo Brito, abogado de los Macarrón.

“Por encima de todo -revela Facundo- me ayudaron los valores con los que mi mamá y mi papá nos criaron a mi y a mi hermana: el amor, la humildad, resiliencia ante la vida y perseverancia en lograr lo que nos planteamos. Nunca fuimos una familia disfuncional como trataron de marcarnos, sino totalmente normal y marcada por una desgracia que hoy sigue impune. El hecho de pensar que hoy logré recibirme y dedicarme a la vocación que siempre compartí con mi mamá me reconforta y me da fuerzas para salir adelante, luchando contra la injusticia”.

El hijo mayor de Macarrón está convencido que ni las prácticas ni las motivaciones de la Justicia cambiaron respecto de él y su padre.

 

 

fuente: infobae

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