Erika Pereira parió hace un año en una unidad de la línea 39. El colectivero la ayudó y filmó el parto que se hizo viral.
Nacer es todo un milagro un milagro. Y hacerlo en un colectivo, en medio de una manifestación por la avenida de Mayo confirma que la vida puja contra todo, sin necesidad de sacar boleto.
En ese mundo de 20 asientos Erika Pereira grita, cinco veces, seis, y su mamá la calma como puede porque ella también está nerviosa y a punto de ser abuela en el lugar menos pensado. Erika grita otra vez y una cabecita coronada por una maleza de pelo húmedo asoma entre sus piernas.
”Vamos, mamita, otro esfuerzo más”, la apura un policía con los ojos abiertos como portones, y ella siente el peso de esa mirada como una orden.
“Te felicito, mami, es un varoncito hermoso”, la tranquiliza enseguida, y le apoya el bebé sobre el pecho. Y al colectivero, que filma el parto por orden de ese mismo policía, le empiezan a temblar las manos.
Llora el bebé y enseguida se calma con un abrazo, que es la mejor forma de calmar un llanto a esa edad o a cualquier otra. La cámara del celular de Christian Luna se mueve como si se estremeciera.
De ese nacimiento extraordinario alumbró un niño con un nombre también extraordinario: Eithan, que significa fuerte, impetuoso.
“No podía ponerle un nombre común. Para elegirlo lo busqué en Internet”, cuenta Erika que volvió a subirse al 39 pero ahora para festejar el Día de la Madre con el chofer que hace un año registró esa conmovedora escena que se hizo viral.
Era un miércoles caluroso de octubre, pasadas las 11 de la mañana. Erika y su mamá iban a tomar en la calle Talcahuano el colectivo 115 que los llevaría directo a Barracas, donde viven. Pero venía repleto y decidieron subir al de atrás, el 39. Erika se acomodó en uno de los asientos y ahí nomás se mojó entera.
–Chofer, mi hija rompió bolsa, le dijo la mujer a Christian en la oreja, como en secreto.
–No se preocupe señora, yo después limpio, respondió el hombre que había pensado que se había roto una bolsa del supermercado.
–Le digo que rompió bolsa, insistió ella, ahora con más énfasis.
–Bueno, acá tiene, y le dio una rejilla que sacó de la guantera, siempre pensando en la bolsa del supermercado.
–Le digo que va tener un bebé, alzó la voz la mujer.
El colectivo, que a esta altura iba por la calle Santiago del Estero, frenó de golpe al llegar a la esquina de la avenida de Mayo. Y Christian, que no se había animado a ver el parto de ninguno de sus tres hijos por “miedo a desmayarse”, se puso al frente del operativo.
Erika ya empezaba con los gritos del parto. Hizo bajar a los 15 pasajeros que llevaba a bordo y prendió el aire acondicionado para apagar el caudal de fuego que esa mujer parecía llevar en la sangre. Bajó a pedir ayuda. Encontró a un policía, que en la confusión de la manifestación callejera y los pasajeros que descendían con cara de susto, subió con el arma desenfundada.
Erika gritaba como si fuera a expulsar las vísceras ahí mismo, y revoloteaba las manos y los ojos sobre el piso del colectivo. El policía guardó el arma y pidió refuerzos por radio. Rápido llegaron cinco efectivos de civil que vigilaban la marcha que avanzaba por la avenida. Y uno de ellos “hizo de partera”.
”Dale, vamos, que ya sale”, le dijo el hombre a Erika como si supiera, y le pidió a Christian que filme todo “por cuestiones legales”.
En dos pujos, la mujer trajo a Ehitan a este mundo, que por las ventanillas se adivinaba caótico.
“Esto me pasó recién en el trabajo: una pasajera DIO a LUZ. Qué bendición”, escribió Christian en su Facebook.
En sus 18 años de colectivero afirma que arriba de su “bondi” ya “las vivió todas”: separó a borrachos, presenció robos, accidentes y peleas, pero nunca había sido testigo de un nacimiento. Su Facebook no lo deja mentir: “Gracias a los piqueteros hoy hago 3 horas extras”, posteó un día. “Ultima vuelta”, avisa en otro.
De película. El chofer frenó en la avenida de Mayo, hizo bajar a los pasajeros, buscó ayuda y registró todo el parto con su celular. En el Día de la Madre, ella volvió para agradecerle. Foto: David Fernández.
Iba justo por la segunda vuelta de su recorrido cuando levantó a las dos mujeres que le cambiarían la vida. “Lo que me tocó vivir me hizo mejor persona. Agradezco a Dios haber visto la llegada de un bebé en un asiento de mi colectivo”, cuenta Christian que además de chofer toca el teclado y canta en una banda de cumbia.
El día anterior al parto, Erika, ama de casa de 28 años, había ido al obstetra. Estaba de 38 semanas y no había dilatación. Con la experiencia de haber parido ya a dos hijos, creyó que el tercero sería “un trámite”. Con su mamá (que atiende un quiosco y librería en el barrio) decidió viajar a Tribunales por un juicio de alimentos que le inició a su ex pareja. La audiencia se suspendió y ambas emprendieron el regreso a casa bajo el sol de octubre que ya empezaba a pegar mandobles en la cabeza.
El tiempo y la marea -sostiene un dicho japonés- no esperan a nadie. Y menos a una vida impaciente por llegar a una de las esquina más españolas de Buenos Aires, tal y como lo hubiese escrito el propio Pedro Almodóvar. En su película “Carne Trémula”, Penélope Cruz da a luz en un colectivo, bajo una guirnalda iluminada de Navidad. Y hace pensar en Belén en tiempos en que no hay pesebres, ni madres vírgenes, ni calles en paz. “Mira Madrid”, le dicen al niño que acaba de nacer. Y le muestran por la ventanilla la puerta de Alcalá, marcándole así el territorio de su futuro.
El de Eithan asoma hacia la histórica avenida de Mayo, con el eco de sus bombos y esa eterna inquietud por el porvenir. En cuanto nació, la empresa le regaló un moisés y una mamadera gigante, tal vez para que nunca le falte el alimento. Esta semana volvió en brazos de su madre a la terminal del 39 para saludar al chofer que registró su llegada al mundo de una forma tan extraordinaria como la película de Almodóvar. O como su propio nombre.