Letras de Fuego / Opinión. Compartimos la columna del escritor y gestor cultural salteño Eduardo Ceballos, publicada en El Tribuno de Salta, en la que habla de las costumbres y valores que se han ido perdiendo en la sociedad. Agradecemos su generosidad para compartirla.
¡Cómo nos cambia la vida! Miro hacia el ayer y lo comparo con el hoy, para descubrir los cambios de costumbres que se perciben en nuestra sociedad. En la década del 50 y del 60, la calle Alberdi, desde la Caseros a la Mendoza, con los cordones de las veredas ocupados por miles de bicicletas, una detrás de la otra, en las que se movilizaba la gente. Lo más notable es que estaban sin candados. La gente hacía sus trámites y volvía y encontraba su bicicleta. Era una ciudad con un poco más de 80.000 habitantes, con poca escolaridad en su mayoría y sin ninguna universidad. A pesar de ese panorama la gente tenía sus códigos de respeto, generosidad, de buena vecindad. La gente se conocía, se saludaba y compartía su realidad, a pesar de la extrema pobreza. Los chicos jugaban a las rondas en su cuadra en forma libre y divertida, con la presencia de sus mayores, que sacaban sus sillas a las veredas para acompañar a los niños. Había respuesta y sensibilidad ante los enfermos. Muchos abrazos para los cumpleaños. Cada cuadra se constituía en una gran familia. El absoluto respeto a los mayores, a los maestros y al orden público. Eran honestos, con remiendos, pero limpitos. Una ciudad llena de afecto y alegrías.
Todo va cambiando, hoy la bicicleta casi no se usa, salvo pocas ocasiones. Además, los descuidistas operan todo el día para sorprender a los distraídos. En este tiempo a pesar de la mayor escolaridad, se van rompiendo muchos códigos. La vecindad va muriendo a pasos agigantados, pocos saludos y señales de respeto. Los chicos aislados juegan con el celular, se acabaron las rondas, salvo en algunos pueblos. A los enfermos no los atienden ni las obras sociales. Qué está pasando que se van perdiendo los valores humanos. El cuerpo social se deteriora y lo saben todos, los gobiernos y la gente. Tenemos conciencia del deterioro, pero no se trabaja por revertirlo. La gente camina con miedo y desconfianza. El dinero puede más que los sentimientos. Es un viaje sin retorno hacia una vida amorfa. Parece todo más fácil, gracias a la tecnología y a los avances científicos, pero estamos logrando pintar de gris nuestras vidas. A los niños los llevamos derecho al fracaso, porque ni los títulos ni el dinero los salvará de este mundo de plástico. Se debe volver a las profundas raíces del saber, pero con sensibilidad, con humanidad, por respeto a nuestra existencia y a la de los que siguen. Hay que proponer una batalla cultural que modifique el rumbo, para construir un mundo más tolerable.
En el fondo de cada uno está la crisis, es menester trabajar en nuestro interior para descubrir el brillo de la vida, la música de cada jornada. El tiempo está lleno de oportunidades. La gran sabiduría consiste, en pasar la existencia comprendiendo el mundo circundante, para enamorarse de cada jornada. Milagros de pinturas naturales nos acompañan en el vuelo de los pájaros, en el amoroso juego del viento con las melenas de los árboles o ver pasar el río con su mano húmeda produciendo el verde saludable. La semilla de la sangre juega un papel importante, porque en el amor se produce la alegría verdadera. Entre todos avancemos a la evolución de lo humano, revalorizando la flor desde su pimpollo, la ternura de los cachorros o la inocente mirada de los niños. Por la vida, mejoremos las costumbres.
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