“¿Qué ves?, ¿qué ves cuando me ves?”, pregunta , desde hace 25 años, Divididos. Del otro lado del teléfono y desde Rosario, Jairo Lucero -más conocido como “El chinwenwencha”– ensaya una respuesta a esa pregunta retórica: “Supongo que los que vieron el video deben haber pensado ‘este es un fisura, un cachivache, debe vivir todo el día falopeado y tirado abajo de un puente’, ¿no?”.
Nadie sabe a ciencia cierta cuántas reproducciones tuvo el video de cinco segundos que Jairo le envió en diciembre a “El gallego” -amigo, taxista, hincha de Newell’s- después de que Rosario Central ganara la Copa Argentina. Jairo -29 años, también taxista- no usaba redes sociales cuando se enteró de que el video había saltado del grupo de whatsapp de taxistas de Rosario y había empezado a conquistar teléfonos desconocidos.
“Si esta copa es de leche te la tomaste toda, te la tomaste toda, chinwenwencha”, dice en el video, con pocas horas de sueño, varias de alcohol y tentado de la risa. El mensaje era para el amigo hincha del equipo rival -“ponele el nombre vos, yo no los nombro”-, que sostenía que la copa que Rosario Central había ganado era “de leche”.
— Amigacho.
— ¡Ese! ¿y vos qué pensaste, chinwenwenchona?—, retruca a Infobae, y la risa vuelve a marcar el ritmo de la primera parte de la entrevista.
Recién un mes y medio después de que Rosario Central rompiera el maleficio y se consagrara campeón, Marianela, la novia de Jairo, le abrió una cuenta en Instagram: sólo ahí el video tiene casi 600.000 reproducciones.
Sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta cuánta gente lo vio porque rápidamente se convirtió en un fragmento de Bendita TV, alguien lo pegó a discursos de Macri –“Te la llevaste toda, chinwenwencha”- y también a videos que hablan de drogas, de sexo, de fiesta. Ya hubo quienes pintaron paredes, hicieron tazas de oficina, diseñaron memes.
Lo de “chinwenwencha” y sus derivados es una palabra que usan todos en su familia, porque así pronunciaba “sinvergüenza” la sobrina de Jairo cuando era chiquita. “Hay tantos chinwenwenchas en este país que se puede usar para todo, ¿no?”, analiza.
Un héroe anónimo
Lo que pocos sabían era que el joven del video había empezado a trabajar a los 12 años de canillita. Que ahora era taxista pero había sido cocinero, cadete, ayudante de albañil, verdulero. Y que él y sus tres hermanos habían sido criados sólo por su mamá, que trabajó siempre de portera.
“Vivimos toda la vida en un barrio de laburantes que está en la entrada de la villa. Mi mamá hizo de todo para no tener que mandarnos a un comedor pero igual los comedores fueron parte de mi vida porque yo me quedaba en la calle esperando que mis amiguitos comieran y volvieran a salir a jugar”, cuenta. El barrio del que habla se llama “Arroyito” y queda cerca de la cancha de Central.
Después, a los 17 años, Jairo entró en el mundo de las adicciones: estuvo en consumo durante casi una década y no pudo terminar el secundario. “Pero hace tres años dije ‘basta’ -cuenta él-. No quería más esa vida. Tuve suerte de no haber perdido los trabajos y de no haber lastimado a nadie, porque arriesgás un montón. Yo quería tener una relación seria, un proyecto de vida y la noche te lleva a hacer cualquiera”.
Hace un año, a 30 metros de la casa en la que se crió, Fabiana Luque -vecina de toda la vida, junto a otras tres mujeres del barrio- hacían crecer una idea de la tristeza seca.
“Los chicos del barrio estaban pasando hambre y se nos ocurrió empezar a darles la leche”, cuenta ella a Infobae. No había lugar físico donde servirles la merienda y Jairo se acercó a ayudarla a montar tablones a la intemperie, bajo un puente, para que los chicos comieran en una mesa.
Para ese entonces, Jairo ya trabajaba en el taxi de 5 de la tarde a 5 de la mañana. De a poco, cada mañana, de regreso, empezó a involucrar a gente que conocía para que ayudaran, “incluso a los personajes del barrio que conocía de las malas”.
Como Fabiana cocinaba con leña bajo el puente, Jairo se propuso conseguir una garrafa. La consiguió, después tiró en el grupo de taxistas: “¿Quién tiene un viaje cerca como para ir a buscarla y traérsela a los chicos?”, y los movilizó también a ellos.
Pero las donaciones no alcanzaron y pronto tuvieron que dejar de servir la merienda. “No había con qué. Yo soy ama de casa, mi marido vende tortillas asadas en la feria. Toda la plata que nos entraba era para darle de comer a esos chicos, hasta que no alcanzó más”, cuenta Fabiana.
Ella, que es madre de seis hijos, volvió al estado inicial de tristeza: también ella había sido niña en ese barrio, también ella y todos sus hermanos habían necesitado de los comedores y de la empatía de la gente común cuando el Estado había mirado para otro lado.
Pocos días antes de que Jairo grabara el video, Fabiana y Gustavo Orellana, su marido, reabrieron el comedor “El alfarero” con la esperanza de volver a conseguir donaciones. Las donaciones llegaron pero de una forma que jamás hubieran podido imaginar: cuando en Rosario se corrió la voz de que “El chinwenwencha” era parte del alma del comedor, empezó a llegar mercadería de todos lados.
“Llaman de algún lado para donar fideos, harina, azúcar pero dicen que me quieren conocer antes, porque hay gente que piensa que capaz las cosas se pueden usar para otro fin”, cuenta Jairo. “Coordino con los taxistas para ver quién puede pasar a buscar la mercadería y traerla para los chicos, me pongo a servir la comida, hago lo que haga falta”.
En pocos días, “un loco hincha de Central que trabaja en una Química” mandó litros y litros de detergente, cloro, esponjas, desengrasantes. Otro conocido llevó ropa. Lo llamaron de Nueva Zelanda para ver qué más necesitaban. Escribió un muchacho desde Italia que le contó que había vivido en un Hogar de niños del barrio, había sido adoptado por una familia “de buen pasar” cuando tenía 10 años y ahora quería ayudarlos.
De darles la merienda pasaron a darles también de cenar. Por el frío, Fabiana terminó abriendo las puertas de su casa: 40 chicos van a cenar todos los días, muchas veces con sus mamás. Otros 15 van a buscar comida para llevarse a sus casas. Ahora que empiezan las vacaciones de invierno, también van a darles el almuerzo.
“Algunos solo comen si comen acá. Todos los días me vienen a preguntar si voy a cocinar. No sólo chicos, ahora están viniendo los abuelitos que andan en la calle”, cuenta Fabiana. “Crecimos mucho -agrega Jairo-, porque empezaron a venir hasta de otros barrios. Crecimos, aunque te digo la verdad: uno no quisiera ver cada vez más chicos con necesidad de comer”.
Se corrió la voz y le escribieron para regalarle pelotas de fútbol, bicicletas: “Es que no es sólo comer, cuando sos chico necesitás más que eso“, sigue. “Está bueno, los pibitos se ponen re contentos. Comen algo y después se ponen a jugar”. A Jairo, además, empezaron a llamarlo para hacer “presencias” en boliches: hay gente que lo espera en la puerta de madrugada con bolsas de ropa para que le lleve a los chicos.
—¿Qué pensás de los que tuvieron prejuicios cuando te vieron en el video?
— Tener un prejuicio habla del otro, de la ignorancia del otro, no de mí.
Lo llamaron para conducir un evento solidario en un merendero de Neuquén y Jairo fue. Le pidieron que fuera a otro a Caleta Olivia y también fue. “Mirá, yo nunca planifiqué nada la verdad, nunca tuve nada armado. Esta vez sí, planifiqué usar esto que pasó con el video del chinwenwencha para ayudar a estos pibes. Nunca algo me salió tan bien en la vida“.
Después vuelve a casa donde lo espera la otra parte del proyecto de vida que deseaba tener cuando se propuso dejar las drogas: su pareja, Marianela, está embarazada de casi tres meses.