Por Luis Monti* para Diario Cuarto Poder | Testimonios valiosos de la Industria del Turf. Nuestra generación es heredera de obras únicas, fenomenales en Tucumán. Algunas las hemos cuidado y mejorado, las hemos amado y crecimos con ellas. Otras, han sido olvidadas, degradadas, hasta humilladas. Por ejemplo, las que nos legaron nuestros mayores en plena década del 40.
Así, hemos convivido y disfrutado el camino a los Valles Calchaquíes inaugurado en 1940; el Monumento al Indio (Chasqui) esculpido por el tucumano Enrique Prat Gay; el Cristo Bendicente de San Javier, obra de Juan Carlos Iramain; la construcción de las Escuelas 9 de Julio, Bernabé Aráoz y Patricias Argentinas; la creación de la Orquesta Sinfónica de la Provincia, los sólidos planes de construcción de viviendas.
Entre esas herencias valiosas, ocupa aún un lugar muy especial en nuestra comunidad el Hipódromo.
Un paraíso, para los aficionados a las carreras de caballos de pura sangres; un mundo misterioso y hasta desconocido para la mayor parte de los tucumanos que transitan a diario por el Parque 9 de Julio, nuestro principal paseo. Y que tal vez desconozcan que no hay en el mundo una gran ciudad, sin un gran Hipódromo. Palermo y San Isidro en Buenos Aires; Longchamps en París; Newmarket en Inglaterra; Belmont, Guñlfstream y Pilmico en Estados Unidos; Meydan en Emiratos Arabes; Tokio en Japón; Hong Kong; Australia, Sudáfrica; La Gavea en Brasil; San Sebastian en España; Kentucky y Churchill Down en EE UU. Maroñas, en Uruguay; etc. Todas obras de arte de Arquitectura, patrimonios históricos de cada ciudad.
El 2 de Agosto de 1942 y con la concesión al Jockey Club de Tucumán, confortablemente amueblada su confitería por “Nordiska” de Buenos Aires y la gastronomía a cargo de la Confitería París de Pascual Di Niro, dio a luz finalmente un proyecto político y económico destinado a ser un éxito casi sin precedentes en el Interior del país.
La incorporación de un espectáculo mágico para quien recién lo conoce y se deja atrapar por esa sinfonía de cascos (como diría Fernando Savater); la creación de una nueva y floreciente fuente de trabajo para miles de personas que en 78 años de historia, ya tiene tres generaciones de trabajadores en su Villa Hípica. Y miles de recuerdos entre las familias de los dueños de esas moles vivientes de casi 500 kilos que se lanzan al triunfo a 60 kilómetros por hora. Con un jockey que se juega la vida en cada lance, parados en puntas de pies sobre minúsculos estribos.
De la misma manera lo hace un jockey profesional sobre un terreno amplio y bien compactado, o un jinete avezado desde aquellas legendarias cuadreras entre canchas de tierra presentadas de casi todos los cañaverales de la zona.
La familia del Turf. Esa que está integrada por Entrenadores de caballos, sus jockeys, sus peones, vareadores, herradores, domadores, transportistas, veterinarios, proveedores de forrajes; los propietarios de los caballos; los criadores que mantienen los haras donde se cuidan los padrillos y las yeguas madres con sus crías, más por pasión que por negocio.
Todo empezó por estos lares por la voluntad (insisto) política y economía de representantes de dos partidos que se “mataban” en las elecciones y en los estrados legislativos: Conservadores y Radicales. Pero eran, sin duda alguna, hombres inteligentes con visión de futuro, con ganas de crear y de trascender en la historia; con ganas de dejar obras y huellas bien marcadas para que transiten sus descendientes.
Allá por el 35, los senadores Nicanor Posse (pionero de la hípica, el boxeo y la aviación) junto a don Manuel Cossio, presentaron el proyecto de ley, durante el tiempo de Don Miguel Campero, para la creación del Hipódromo que finalmente el Gobierno del doctor Miguel Critto plasmó en la impresionante y sólida construcción iniciada en 1941. Se apuntaba decididamente a potenciar la oferta turística de la Provincia, fomentar el turf y la cría de caballos “SPC”. Brindar un espectáculo que es valorado como exquisito en todo el mundo. Y crear una nueva y pujante fuente de trabajo, aquí, a metros de la Capital.
Se otorgó al Jockey Club local una concesión por treinta años para dirigir el hipódromo y explotar el juego de las carreras que se desarrollaban también fuera de la provincia, transmitidas éstas por radio.
Presidente del club rector era Eudoro Avellaneda, industrial azucarero, uno de los dueños de Santa Lucia y Los Ralos; el presidente de la Comisión de Carreras, la más importante de la entidad, era León Rougés, dueño del ingenio Santa Rosa; el vicegobernador de la provincia, el doctor Arturo R. Alvarez, era miembro de esa comisión y a la vez administrador del ingenio Bella Vista. Otro administrador del ingenio de la familia García Fernández, unos años después fue el ingeniero Conrado Martinez Pastur. Vocal de la directiva era don Alberto Paz Posse, uno de los dueños de Cruz Alta, que fundó el Haras Horco Huasi, cuyo padrillo principal fue Halcón un ganador del Clásico Polla de Potrillos en Palermo, a las que se presentó yeguas madres por la línea de Congreve. Era tal el entusiasmo y la pasión, que la inversión crecía a diario. Este criador trajo de Buenos Aires, a vivir con su familia a don Luis Laborde, para que entrene los caballos, que antes había ganado la estadística de jockeys de 1909. Y construyó un hermoso y amplio stud con caballerizas en la punta del parque, en diagonal con la Comisaria 11ª. En ese tiempo era la comisaria 13 y la avenida, hacia el sur, se llamaba Patria.
Numerosos cañeros, industriales y proveedores de los 27 ingenios que había en Tucumán, abrazaron la pasión de las carreras de caballos. Llegaron oleadas de profesionales del turf desde Buenos Aires, Rosario, La Plata, desde Palermo y también desde las provincias de Córdoba y Santa Fe.
Mi padre, Chicho Monti, me contaba emocionado cuando a sus veinticinco años iba con sus amigos a ver construir las pistas por expertos del Hipódromo de Palermo, nada menos, sobre terrenos difíciles que en algún momento fueron brazos del rio Salí. Solían acompañarlo don Roberto Taddeo que fue luego cronometrista oficial por muchos años; Juan Carlos Fagalde, el periodista Roque Casteluccio, y otros muchachos, Gimeno, Martínez Zavalía. Mi padre contó luego en su libro “Bohemio y Memorioso”, que esa emoción de ver levantarse las tribunas y poder ver correr a los caballos en Tucumán, lo retrotraía casi a su infancia cuando los chicos del colegio Lasalle en Buenos Aires, se trepaban al paredón de Olleros para ver las largadas de los 1.100 metros de Palermo.
Fueron numerosos los studs con caballos que se afincaron a lo largo del pasaje Díaz Velez, junto a las vías del tren que partía de la Plaza Lamadrid. Tambien habia stud cobre la avenida Benjamín Araoz hacia el Este. Otros venían de sus caballeriza instaladas sobre la calle México; los Cerutti, los Mena, los Bollea y tantos más. De Tafí Viejo traian a la campeona Laica, la familia Rodriguez. El encargado del Laboratorio Químico eras nada menos que el doctor Horacio Descole, luego Interventor de la Universidad.
A pocos días de un nuevo aniversario de esta reliquia en Tucumán como es el Hipódromo, la actividad del Turf ha tomado un nuevo y extraordinario impulso bajo la conducción de la Caja Popular de Ahorros que en estos últimos tiempos ha realizado valiosas inversiones para mantener y acrecentar el prestigio logrado por la hípica tucumana, en cuyo fantástico escenario y con el desarrollo de las competencias de alto rendimiento, se continúa un ciclo virtuoso en esta inmensa industria nacional. Una actividad noble y pujante que se inicia cuando nacen los potrillos en los haras y donde terminan finalmente los campeones convirtiéndose en sementales y las yeguas de gran linaje, en madres de potrancas y potrillos para preservar así, una raza de caballos que cuenta ya con casi 400 años de existencia en el mundo.
Y donde Argentina ocupa un lugar de preferencia al ser el cuarto país productor mundial de caballos de puros de carrera, luego de Estados Unidos, Irlanda y Australia.
*Periodista.
Fotos Museo del Turf – Luis Loro López.