“El plan de Lucas”, cuento de Alejandro Dagúm

Letras de Fuego / Autores Argentinos. Presentamos el cuento “El plan de Lucas”, del escritor tucumano Alejandro Maximiliano Dagúm, en este ciclo en el que pueden participar los autores que así lo deseen, con cuentos breves, microrrelatos y poesías.

El plan de Lucas

      Éramos niños y nos encantaba jugar juntos. Jugar es lo único que en verdad le encanta a un niño; todo lo demás no son más que deberes fastidiosos que alguien le ha impuesto. Lucas insistió tanto con el plan que terminé aceptando, en parte para no dejarlo solo. Aquel iba a ser otro juego más, un poco peligroso, pero un juego al fin. ¿Cómo iba yo a saber a los diez años que aquello se convertiría en esto? Esto que hace décadas me despierta casi todas las noches, y siempre, cuando mi reloj marca las cinco en punto.
El plan de Lucas era sencillo, y el día que me lo contó en el patio de la escuela, me ahogué con el jugo del caramelo y tosí, mientras él se agarraba de mi hombro y se reía sin parar, al punto en que empezó a caérsele la baba y la cara se le puso roja como un tomate. Desde ese día, volvía a hablar de su plan cada vez que nos veíamos
“Ay, que ya suene el timbre, hoy te toca a vos comprar los caramelos, ya sabes…”
“¡Si, ya sé! De frutilla, Lucas, ya me lo dijiste mil veces”
Estaba sonando el timbre cuando el gordo le metió a Lucas un avioncito de papel por el cuello de la camisa. Me pareció ver a Marielita pasar a la par mía en ese momento. Lucas se dio vuelta haciendo ese ruido que él hacía con la nariz y le clavó los ojos al negro, que siempre andaba con el gordo. Creyó que había sido él, y le gritó “¡No, negro fiero, no!” Yo me aguanté la risa para no poner más nervioso a mi amigo. Siempre que se enojaba hacía ese ruido extraño con la nariz, y cuando gritaba la voz le salía muy finita y nasalizada. Los otros dos empezaron con eso de “Uh Luquita marica, uh”, saltaron de sus bancos y se alejaron a las risotadas. Antes de salir del aula me gritaron “¡Dale tontín, anda comprale los caramelos a tu novio!” Me quedé mirando a mi amigo sin que él me mirara. Se metió la camisa adentro del pantalón, se acomodó el cuello y el corbatín, me puso la mano sobre la rodilla y, sin mirarme, me dijo con los ojos llorosos “en el otro recreo te cuento algo, ahora no quiero salir”.
Yo salí corriendo a comprar los caramelos de frutilla (el único sabor que a Lucas le gustaba) y volví al aula antes de que sonara el timbre. “Comete uno Lu, están re ricos”. Me miró muy relajado y con la cara muy seria (creo que nunca lo había visto estar sentado firme y con las dos piernas quietas) Sus ojos no se despegaron de los míos mientras me decía otra vez, ahora susurrando, “en el otro recreo te cuento algo”.
Lucas y yo nos sentábamos uno a la par del otro desde jardín de infantes. A él siempre le había gustado Marielita, pero no se animaba a decírselo. Estábamos en quinto grado el año que el gordo y el negro entraron a nuestra escuela. Era noviembre, y desde que había empezado el año que esos dos pesados no paraban de molestarnos y hacernos burla. A mí no tanto, quizá porque yo les prestaba poca atención y casi nunca les respondía. Yo era más bien callado y bastante distraído. No me interesaba casi nada, fuera de hacer bien los deberes y jugar con mi amigo Lucas.
“Carrerita hasta la avenida” “Pero no te adelantes, a la una, a las dos, y a las…”
Dos veces nos habíamos cruzado con el gordo y el negro de camino a la avenida a la salida de la escuela. Fue como si nos hubieran estado esperando. A varios metros de distancia, empezamos a escuchar sus risotadas y sus silbidos y frenamos la carrera. “Volvamos Lu” “Seguí caminando, dale” Nos tiraron al piso, nos arrancaron las mochilas de las espaldas y las patearon un poco. Después salieron disparando. Yo no dije nada. Lucas hizo su ruido con la nariz y les gritó un par de insultos que apenas se escucharon. Lucas y yo vivíamos sobre la avenida, en la misma cuadra, y casi siempre íbamos y volvíamos juntos. Para acortar camino, cruzábamos un pasillo largo por debajo de un edificio que estaba frente a la escuela. A la izquierda del pasillo había una fila de arbustos y después un pequeño llano de tierra con poquito césped, y al final del pasillo, la avenida. Nunca supe porque, pero en ese pasillo, a la hora que nosotros pasábamos por ahí, nunca había gente.
“Ay estos chicos, ¿Cuándo se van a portar bien, caramba? Lucas, sentate por favor. Silencio todo el mundo, hoy vamos a…” Lucas se paró frente a la señorita Carmen y le contó lo que nos habían hecho a la salida. Ella le dijo que se sentara, nos hizo callar a todos, y… no recuerdo que otra cosa dijo. Cuando Lucas volvió a su banco, el negro se le acercó a la oreja y le sopló adentro con fuerza.
“¡Mi tijera! ¿Me la tenés vos Lu?” “¿Qué cosa?” “Mi tijera. Tenemos que terminar el payaso de cartulina o nos van a poner cero a los dos” “Naaa. Seguro te la robó el negro” “Callate, bobo” “¿Así que bobo yo?”
“Ah, creo que se la presté a Marielita” “¿Así que bobo yo?” “No, Lu. Cosquillas no”
A Lucas le gustaba hacerme cosquillas. Decía que yo me reía muy poco. Creo que tenía razón. Él tenía una risa nerviosa que una vez que empezaba, había que frenarlo para que parara de reírse. Yo me reía más por la risa de él que por las cosquillas. Jadeaba y le temblaba la cara, y a veces se babeaba y se ponía rojo. No era lo único nervioso en él. Se movía en su banco como si tuviera hormigas dentro del pantalón, y con alguna de las piernas, a veces con las dos, parecía estar jugando al “arre caballito”.
“¿Qué hacías parado en el kiosco como un tonto mirando todo? ¿Por qué no te acercaste? “Perdoname, Lu” “Callate. Lo hacemos mañana a la salida, no te olvides” “¿Estás seguro?” “Mañana, te dije” “Si, Lu. Mañana”
Como dije antes, el plan era sencillo: ese día, que saldríamos dos horas antes porque no habría clase de Lengua, nos apuraríamos en salir y nos esconderíamos detrás de los arbustos que bordeaban el pasillo. Esta vez nosotros los sorprenderíamos a ellos. Lucas me pidió que trajera de mi casa una bolsa con tierra mojada. “Que este bien mojada, acordate, para que se haga barro”
Su primo, el mono, llegaría a las cinco en punto, antes que el gordo y el negro pasaran por ahí. Lucas me dijo que estaba seguro de que ese día nos iban a querer agarrar otra vez en el pasillo.
Yo lo conocía al mono; era muy alto y jugaba al rugby, y por su cara tenía bien ganado ese apodo. Además, era como cinco años más grande que nosotros, y a Lucas lo quería mucho. Cuando supe que él era parte del plan, sentí un gran alivio y una gran alegría, por más que el plan en sí no me gustaba mucho. “Seguro que viene, ¿no?” “Si, ya te dije que a las cinco en punto el mono va a estar acá” “Cinco en punto el mono acá”; a mí escuchar esas palabras me tranquilizaba.
El mono los tiraría al piso a los dos y los amenazaría para que no se movieran. Inmediatamente, Lucas y yo los mancharíamos con el barro. Una vez que estuvieran bien enchastrados, el mono les ordenaría que se fueran y que “no jodan nunca más a mi primo y a su amigo o los fajo a los dos; eso le pedí que les diga. Y estuvo de acuerdo” “Pero en la cara no Lu, mira si…” “Vos echales todo el barro encima, si es en la cara, mejor”. Una vez que el gordo y el negro se fueran, el mono nos invitaría una gaseosa a cada uno y nos acompañaría a nuestras casas.
“¿Y ese bultito en el pantalón, Luqui marica? ¿Viste Marielita? A Luqui marica se le para el manicito cuando te ve”. Marielita se sonrojó y bajo la mirada. El negro le dio una cachetada en la cara a Lucas. “Dejalo tranquilo” dijo Marielita con el seño fruncido. “Pero ¿No ves que es un marica? Aparte vos sos mi novia. ¿No le contaste al marica este?” “¡Andate!” gritó Lucas. “Te dejo sola con el marica con voz de nena. Portate bien, ¿eh?” “No le hagas caso, Lu”. “Marielita, yo te quería decir que…” “¿Qué? Decí” “Vos me gustas mucho” “¿En serio? ¿Por qué no me lo dijiste antes? Vos a mi…” El gordo apareció por detrás y agarró a Lucas del cuello y lo tiró al piso. El negro le dio una trompada en la entrepierna y… “Al marica se le para el manicito”. Marielita se fue corriendo. Creo que ella estaba llorando. Yo lo vi todo desde el kiosco. No me atreví a intervenir.
No estoy muy seguro de que las cosas hayan sido exactamente como intento contarlas. La memoria está repleta de agujeros, al igual que el tiempo, y por esos agujeros muchas veces caen palabras, imágenes, inclusive sensaciones. Simplemente no logran mantenerse en pie sobre los bordes y caen una y otra y otra vez, sin fondo, a los agujeros, que conducen a otros agujeros sin fondo. Lo poco que recuerdo es lo poco que a veces camina, y otras veces se arrastra, por esos bordes, incrustados adentro de mi cuerpo. De lo único que estoy completamente seguro es de que Lucas sigue siendo el mejor amigo que he tenido.
“¡Ay, se me metió una hormiga en el pantalón, Lu! Me quiero ir a mi casa”
“Para, para, ahí vienen”
“Pero ¿y el mono?”
Lucas se paró de golpe, saltó los arbustos y se les puso en frente, bien cerca.
“Hola, negrito. Los estaba esperando, a vos y a tu novio” Nunca había visto al gordo y al negro retroceder frente a Lucas sin decir una palabra. El gordo se tiró de costado contra los arbustos. Lucas saltó hacia adelante y de un solo tirón le clavó la punta de la tijera al negro, que se agarró la cara y cayó sentado. Lucas lo acostó de una patada en el pecho y se le subió encima con las rodillas sobre los hombros del otro. Yo permanecí en cuclillas, asomando la cabeza por encima de los arbustos; vi el puño apretado levantándose y cayendo frenéticamente una y otra y otra vez contra la cara del negro, vi al gordo poniéndose de pie agarrado de los arbustos, un charco alrededor de las piernas del negro y otro charco brotando de la cabeza, el gordo corriendo hacia la avenida, tropezándose con sus propias piernas, tomando impulso para seguir corriendo, y volviendo a caer. Vi contra la pared del pasillo una sombra con forma de niño, vi frente a mí algo que se parecía un poco a mi amigo Lucas, y escuché, una sola voz muy grave y metálica que vociferaba sonidos amontonados, incomprensibles para mí.

Datos biográficos del autor

Alejandro Maximiliano Dagúm nació el 19 de enero del año 1984 en San Miguel de Tucumán. Se graduó de Licenciado en inglés en la Facultad de Filosofía y Letras. Desde niño empezó a escribir poesía y en la adolescencia se inició en la escritura de cuentos.

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